De reputación dudable...
Héctor Bonvhersen, “La bacha”, era su apodo. Descendiente de alemanes que desde hacía tiempo vivían en Nueva Rosita, en donde, entre otras familias también de alemanes, habitaban los Shumer. Ellos fueron mis compañeros de escuela y juegos. Otro era Giovanni Hoffman, “ El gitano”, del que hace tiempo escribí un articulo. Estaban también, Carlos “El cicuta” Cisneros, Fernando “El monaguillo” Morán, (aún locutor en una radiodifusora en Nueva Rosita), Gonzalo Herrera y Bernabé “El mano gafa” Cisneros.
Eran los años sesenta y Bonvhersen fungía como pastor y guía de nosotros porque era mayor y aun a su corta edad tenía recorridas muchas millas en los billares, antros, congales y el arroyo, de donde tomó y formó su dialéctica.
Sus ojos color cielo imponían respeto; de piel blanca y pelo rubio, aunque de estatura mediana y cuerpo atlético natural.
En el mineral de Nueva Rosita, Coahuila, había muchas cantinas y también tenía su zona de tolerancia, llamada en esos rumbos zumbido, sin embargo, había dos centros sociales para la alta sociedad de esa población; uno era el Country Club, pegado al pequeño aeropuerto que ese mineral tenía; el otro era el exclusivo de la sociedad, llamado Club México.
¿Como le hacia “La bacha” para pertenecer a estos dos? Sobornando a los dirigentes. Surtiendo de whisky y cigarros americanos a mayordomos e ingenieros de la compañía minera, así como ropa que en Estados Unidos estaba de moda, entre otras cosas. Él los pasaba de contrabando y vendía o regalaba a los jefes para sus queridas o sus esposas. “La bacha” se movía entre la clase alta como mosca en pastel de patio, pero a pesar de su descendencia y apellido no tenía dinero. Sus visitas a la cárcel en México fueron muchas y por diversos motivos, desde riñas, hasta trampas en el juego. También en Estados Unidos, donde estuvo preso por tres años.
Regresó a Nueva Rosita y siguió su misma rutina, todo el dinero que ganaba era gastado en juegos de azar, parrandas, buenas comidas y mujeres, y seguía siendo socio de los lugares exclusivos de ese mineral, siempre pagando sus cuotas o sobornando a la mesa directiva en curso.
Dos o tres veces al año, en el Club México se llevaba a cabo el baile llamado Blanco y Negro, y uno de ellos se celebró con la orquesta de Bill Halley y sus Cometas, de fama mundial y de moda en esos años. Héctor Bonvhersen fue uno de los que intervino para contratarlos, y como decía El monaguillo Morán, sepa como le hizo, pero viajó hasta el Estado de Nevada y los trajo.
La noche de ese baile, el alemán se presentó enfundado en un traje de color negro, zapatos bien charolados, camisa de color azul, que hacía juego con sus ojos, moño de tela aterciopelada de color guinda alfombra. La gente llegaba al local, las damas elegantes con traje de noche, los caballeros en sus mejores trajes cortados con simetría en la Sastrería Medina o el corte a la medida de la Rosales, los mejores de la región. “Bacha ven pa'ca un momento”, le dijo Cheno Esquivel, presidente de la mesa directiva de dicho Club, quien estaba en la puerta cuidando con celo la entrada. “¿Qué pasó Esquivel?”. “No pos mira, la verdad es que tu no puedes pasar al baile”. “A 'chingaos', pues soy socio desde hace un chingo de años y estoy al corriente con mis cuotas, que es lo que más les interesa, pregúntale al conejo Ruiz, que es el tesorero”. “No, no es por eso, mira es que la dama que traes al baile es de «reputación dudable» y, 'pos' es por eso que me dijeron que no podías pasar”, le dijo Esquivel carraspeando y arrastrando las ultimas palabras. “No, Esquivel, esta -señalando a su pareja- es reputa, las de reputación dudable están adentro, así que quítate a la chingada porque sobre tu cadáver voy a pasar”. “La bacha” entró al local, con su cigarro a media braza detenido en la comisura izquierda de sus delgados labios, y raudo comenzó a bailar con la dama -por cierto, muy guapa y elegante-. Fue la comidilla en el transcurso del baile y después del evento.
Héctor, el alemán, tenía razón, la dama que esa noche llevó de compañía era una prostituta que horas antes había sacado del mejor cabaret que existió en Sabinas, Coahuila, llamado El Cadilac.
“La noche del baile me porté como un caballero”, me dijo años después, “tomé poco, bailé mucho y ¿sabes que?, también mi pareja se comportó mejor que muchas mujeres que esa noche delante de sus viejos andaban de ofrecidas, pinche sociedad hipócrita”. Así fue uno de mis personajes y amigos de juventud. ¿Qué fue de él? Nadie supo. “La bacha” se esfumó como el humo que en círculos salía de su boca cuando fumaba sus aromáticos Delicados.