Con un abrazo para MAM
Recuerdo noches espléndidas en el Valle del Silencio, en Camomila, en el Ajusco, en Michoacán y cien lugares más. Noches estrelladas en que hacíamos guardias simbólicas, más por disciplina que por amenazas reales. En todo caso serían de animales. Recuerdo larguísimas caminatas. Recuerdo los retos que nos planteaban, como separarnos en el bosque brújula en mano. Allí íbamos solos, sin un adulto, preocupados por el rumbo sin más. Me especialicé en primeros auxilios y me tocó sacarle un hacha a un pobre leñador que en lugar de darle al tronco llevó el hacha a su pierna.
Vaya que fueron tiempos muy buenos. Allí conocí a Sergio, que también era miembro del Grupo 22. Años después se volvió hippie, después enciclopedista y de allí al periodismo, donde nos volvimos a encontrar compartiendo una nube de recuerdos. Por cierto, se apellida Sarmiento y hoy es uno de los pocos liberales abiertos que circulan en el país. Los fines de semana eran la próxima escala vital en la cual habría de todo como lavar trastes en un río, organizar fogatas o mirar al cielo para tratar de entenderlo. Camiones destartalados nos llevaban a los pequeños pueblos para, de allí, iniciar la caminata. No había teléfonos cerca, ni imaginar los celulares. ¿Miedo? Sí, a las víboras y arañas. También a la oscuridad total que nos abrazaba en las noches cuando las fogatas se iban muriendo. Esas eran las acechanzas.
Hacíamos ejercicios de memoria, nudos de varios tipos, guisábamos lo imprescindible pero, sobre todo, aprendimos a ser compañeros, a cuidarnos y admirar el bosque, a ser manada. Como sospechará el lector, fui Boy Scout. Años después alguien me dijo que el movimiento fundado por Sir Baden-Powell era fascistoide, que los uniformes y las señas eran de tipo militar. Lo que yo recuerdo es disciplina, camaradería, mucho ejercicio y un acercamiento a la naturaleza. Pero no voy para allá. El país era nuestro. Podíamos proponer excursiones largas de una semana o más y la mayor limitante era el precio del transporte y el Heimweh o dolor de casa, extrañar.
Hoy José ya no puede ir a acampar con su familia y sus perros a los volcanes a treinta kilómetros de la capital. Un grupo de maleantes con armas largas le advirtió que esos eran sus territorios. Miguel, que solía reunirse con un grupo de amigos en Monterrey, no se atreve a manejar desde Aguascalientes, donde reside por temor a asaltos. De hecho, tampoco viaja con Mina, su esposa, a Zacatecas porque la flamante ruta es peligrosa. En Tepoztlán secuestran a los caminantes. En Ixtapan de la Sal hay problemas serios. En Cuernavaca los fuereños ya no se arriesgan a salir por las noches y hay quien incluso lo piensa dos veces durante el día. Bandas criminales someten a las policías privadas y se apoderan de las casas. Las balaceras se dan por todas partes. Ya no digamos en Tamaulipas donde los jóvenes Alvarado Rivera fueron masacrados, como narra desgarrado su padre. Denisse Maerker presenta un terrible reportaje del Guerrero devastado por narcos que, dicen, ahora se dedican a la heroína.
Acampar en una playa, como lo hacíamos antes, es hoy temerario. Transitar de Chalma a la Ciudad de México por el Ajusco es riesgoso. Hace unos días secuestraron allí a ocho ciclistas que, por fortuna, ya fueron liberados. Hay diferencias, por supuesto, pero la violencia está en el norte, en el sur, en las ciudades, en los bosques y playas, en las carreteras y parques. ¿Qué es esto? Perdimos al país y más vale reconocerlo.
Cuándo y cómo ocurrió, cuáles son las causas. Ya me he referido en estas páginas al respecto. El CCE llama a un Pacto para fortalecer al estado mexicano. PRI, PAN y PRD se han manifestado en el mismo sentido. El tema central es lograr un México seguro y eso no pasa por interpretaciones ideológicas. A nadie le conviene gobernar con inseguridad galopante. Sin seguridad el futuro se convierte en un territorio resbaladizo, traicionero, que ahuyenta a personas e inversiones. Allí está la prensa internacional que en semanas ha desmoronado la imagen de México. Ya sabemos que van y vienen, nos pasan del paraíso al infierno. Lo malo es que ahora tienen mucha tela de dónde cortar.
Va de nuevo. De acuerdo a estándares internacionales, cuántos policías deberíamos tener, cuánto deberíamos gastar. Cuáles deberían ser sus salarios para volver esa actividad una profesión atractiva y estable. Qué prestaciones garantizarían entrega. Cómo debería ser su organización. Cuál debería ser la capacitación de los ministerios públicos que deberán transitar a fiscales independientes. Cómo garantizar a los jueces locales salarios dignos, permanencia y seguridad. Va desde abajo. Más allá del narco, la República está mal cimentada. Tenemos que recuperar a México. Quiero pensar que mis recuerdos podrían ser realidad de nuevo. La triste coyuntura está dada. A Peña Nieto le tocó el colapso y la oportunidad de enfrentar el reto. Un México seguro podría ser su gran legado. Llegó el momento de convocar y sentarse a la mesa.