Día de Gracias
Ya no hay sombra ni sol, ni mariposas ni abejas, ni frutas ni pájaros… Thomas Hood
Levantarnos a enfrentar un día frío y lluvioso es un acto de fe. La tentación de tomar un chocolate caliente y volver a arrebujarme en la cama es fuerte; aunque disciplinada como yo soy, debo vencerla porque hay tanto por hacer y el tiempo no rinde, porque ya es noviembre y aún tengo muchas asignaturas pendientes.
Con ánimo nostálgico y otoñal me dirijo a la cocina. Hoy me duele el tiempo, los amores que me ha arrebatado, los sueños rotos y otro año que se desliza velozmente hacia el final. ¿Y por que no?, olvido las calorías y me preparo un chocolate bien espeso.
Con la taza caliente entre mis manos, y de camino a la regadera, la cama me hace un guiño. Como ya he descubierto que la única forma de vencer una tentación, es caer en ella, me acuesto de nuevo. Responsable como soy, decido mandar el día al carajo y arreglar el mundo desde mi cama.
En cuanto me miran quieta, los recuerdos se atropellan en absoluto desorden. Antes de devolverlos a la memoria donde pertenecen, les doy una retocadita para que la próxima vez aparezcan más presentables. Entre las almohadas, imagino, divago, planeo. En esas ando hasta que me hago consciente de la inutilidad de hacer planes porque, me guste o no, debo seguir aceptando humildemente aquello de “Hágase Señor tu voluntad” que rezo cada mañana, aunque cada día me provoque el inútil deseo de revelarme.
¿Donde está entonces ese libre albedrío que tanto cacarean por ahí? Pero bueno, antes de que las cabras acaben de irse al monte, mejor me aplico organizar -siempre desde la cama- el Día de Gracias que celebraremos el próximo jueves, y aunque mis hijos que siempre me boicotean, insistiendo en que es una celebración sajona y por lo tanto no nos corresponde, de todos modos cocinaré un pavo para compartirlo con quienes quieran acompañarme.
Pondré un mantel de lino, la vajilla de fiesta, y antes de cenar haremos una oración de agradecimiento, que no es otra cosa que el refinamiento del alma. Cada uno de mis invitados orará por lo suyo. Yo, por mi parte, tendré que reconocer que si bien este año la vida se ensañó conmigo, también lo es que me ofreció el abrazo de tanta buena gente que además de consolarme me ha ido devolviendo la sonrisa y el buen humor. Agradeceré también el incesante vagabundeo en soledad, que ha sido como dar los primeros pasos hacia una nueva forma de libertad que ojalá no se convierta en una papa caliente. Agradeceré especialmente la oportunidad que tuve de volver a la Comarca Lagunera para celebrar la amistad y las letras entre personas lindas como la dulce Mo, quien me ofreció una vez más cobijo y sonrisas. Como el poderoso Lamborgini modelo Yeye, quien me trae y me lleva por su Comarca a la velocidad de su poderoso motor. A la generosa Esperanza que no me retiró su amistad a pesar de que hice añicos un magnifico platón que quietecito y silencioso decoraba su sala hasta que en mi congénita torpeza lo maté. Recordaré en mis agradecimientos a la exquisita Maye por compartirme sus estrellas y sus amigos. A la ejemplar maestra Soco por su tenacidad de convertir una profunda depresión en singular testimonio del tiempo que le ha tocado vivir. A la aguerrida Sara por su enérgica pluma, a Vianney, quien a pesar de su juventud apunta ya para ser una escritora. A mi querido doctor Burciaga por su constancia y su amistad.
No me da el espacio para agradecer a la buena gente que ha compartido conmigo ese pedacito de felicidad que apenas cabe en la cuña que se abre entre el intrascendente ajetreo en que sucede la mayor parte de la vida y los momentos preciosos que nos ofrece la amistad. Con eso me basta para enfrentar los tiempos que vienen.
¡Caray!, el anticipado frenesí navideño exige que me levante y me ponga en acción. Congruente como siempre he sido, me arropo de nuevo y me dispongo a seguir soñando que es lo que el cuerpo me pide.
