¿Días de fiesta igual a felicidad?
Sospecho que los días de fiesta no necesariamente traen consigo felicidad, por lo menos no la que nos han convencido que es la que debemos experimentar.
Sé que nos podemos meter en una discusión bizantina al abrir un diálogo sobre la eterna pregunta de qué es la felicidad. Estoy segura de que cada uno de nosotros podrá argumentar, pensar, sentir, anhelar y definir algo diferente a partir de la propia experiencia personal.
Pero más allá de definiciones está la creencia, es decir, lo que creemos que es la felicidad. Confundimos las tradiciones con apegos, nos engaña el brillo de las luces con la luminosidad de Dios hecho hombre, nos comemos las emociones a manos llenas sin reparar que lo que saciamos es la ansiedad, los temores. Asociamos el bienestar mesurado con el aburrimiento; si no hay regalos no encontramos motivos suficientes para gozar el que, sin embargo, es el más preciado de ellos: la presencia de los seres que amamos.
Corro el riesgo de caer en lugares comunes y más aún, de no aportar nada nuevo, no obstante, pienso que la Navidad es una magnífica oportunidad de conocernos más, de descubrir nuestras motivaciones, de perdonar las fallas humanas y darle paso a la esperanza. ¿Qué sería del hombre sin ella? Porque esperanza es esperar, mas no cualquier cosa; esperanza es creer que podemos vivir algo mejor
Aristóteles planteaba que la felicidad humana tendrá que ver más con la actividad del alma que con la del cuerpo. Pero, ¿cómo podemos saciar nuestro deseo de felicidad si ni siquiera conocemos que hay en nuestra alma? Por eso es que nos perdemos dándole gusto a la razón y al cuerpo; de ahí la insaciable necesidad de comprar, tener, comer, beber, reír, hacer eterno el gozo aunque de antemano tengamos la certeza de que es efímero.
El placer es el fin último de todos nuestros sobresaltos, aunque el placer no es una actividad sino una sensación que acompaña a ciertas acciones que de previamente juzgamos placenteras.
¿Nos hace mejores seres humanos vestir según los cánones de modas que ni nuestras son? ¿Es imprescindible que la casa luzca una decoración distinta a la del año anterior? ¿Tenemos que hacer ese viaje obligado que nos representa tantos sacrificios? ¿Debemos comer esto o aquello para que la Navidad sea Navidad? ¿Los niños se traumarán porque no recibirán la última consola de videojuegos?
Cada uno de nosotros deberá darse tiempo de deshojar las capas y capas de preceptos que no son nuestros pero hemos creído que sí, de analizar los personajes a los que les hemos dado vida a lo largo de nuestra existencia y concluir, ambiciosamente, en lo que sí somos.
En medio de la enfermedad da lo mismo si es pavo o pollo. En medio de la desolación no distinguimos si hay o no música. Con la nostalgia encima el frío se agudiza y no nos calienta ni el coñac más caro. Las sillas vacías en la mesa no nos permiten ver que hay otras que si están ocupadas. La pena de la separación nos nubla la vista y el brillo se pierde dando paso a la oscuridad más penosa, la depresión.
Así que vivamos estos días sin grandes afanes, mirándonos en los otros, acercando el calor de nuestra humanidad a quien lo necesita, yéndonos a la cama con esta inmejorable sensación de que nada ni nadie perturbó nuestra paz interna, que a decir de muchos -con los que coincido- es lo más parecido a la felicidad.
Twitter: @mpamanes