El control de la sobrepoblación ha sido uno de los principales dolores de cabeza de los gobernantes de China en las últimas seis décadas.
Si bien las estrictas medidas de control natal que se implementaron con la Ley del Hijo Único desde hace 35 años, no le han quitado al gigante asiático el título del país más poblado del mundo, sí han cambiado la conducta reproductiva de la población a lo largo de las últimas tres décadas.
Con más de mil 300 millones de habitantes, China es un país que se ha acostumbrado a las multitudes y los aglutinamientos, porque a pesar de ser uno de los cuatro territorios más grades del mundo, tiene una densidad de población de 144 habitantes por kilómetro cuadrado.
Cuando China empezó a aplicar esta política del Hijo Único, no sólo instauró una burocracia especializada sino que impulsó un cuerpo médico encargado de llevar a cabo las medidas de planificación familiar más extremas conocidas hasta la fecha.
Desde su lanzamiento como medida de control poblacional se estima que se han prevenido cerca de 400 millones de nacimientos.
La política en papel era clara: un hijo por familia. Pero en la práctica, fueron necesarias ciertas excepciones. Por ejemplo, en el caso de minoría étnicas, debido a las fuertes diferencias sociales y religiosas, la política fue aplicada de forma gradual, con un limite de hasta dos hijos.
De igual forma, en el campo, donde se permite un segundo hijo cuando el hijo mayor es mujer. Tradicionalmente, la familia china busca tener hijos hombres, pues son ellos quienes impulsan el trabajo físico y sostienen a sus padres. Además para promover el trabajo agrícola, en ciertas zonas se permiten abiertamente dos hijos sin importar el sexo.