Hace década y media la Revista Pronatura editó un número dedicado a la diversidad biológica en el Desierto Chihuahuense; los editores me invitaron para que escribiera un artículo en el que se abordara la diversidad cultural que presentaba la población residente en esta ecorregión, donde describiera que grupos o comunidades existían y destacara aquellos rasgos que les identificaran o diferenciaran con respecto a la población que reside en otros ambientes distintos al de las zonas áridas.
Al respecto, parece que la investigación antropológica o sociológica sobre la población norteña es aún dispersa o no es suficiente para construir clasificaciones específicas que permitan identificar la diversidad cultural existente, o si hay estudios particulares no se ha realizado el trabajo de integración de esa información que nos pudiera dar luz sobre esta cuestión y, por consecuencia, las clasificaciones son aún laxas o imprecisas.
Indagué en diferentes fuentes de consulta, incluyendo materiales que había acopiado para entonces en los viajes que realicé con otros profesores y alumnos como parte de mi trabajo, observando que no había estudio alguno que integrara la información disponible de modo tal que clasificara la población a partir de su raza, idioma o lengua, religión, alimentación, arte, creencias o prácticas de producción, vida u otros atributos que les dieran una identidad cultural propia.
Algunas personas creen que la diversidad cultural de la actual población que habita en el territorio que los antropólogos han denominado Aridamérica, para diferenciar de Mesoámerica, es mucho menor por el crisol de etnias que existen en esta última, ya que los habitantes nativos del norte en su mayoría fueron exterminados durante el proceso de conquista y colonización hispana. En Aridamérica aún existen etnias nativas que se resisten a los procesos de aculturación derivados de las políticas públicas, particularmente la educativa, y la propia convivencia con la población mestiza, son parte de la diversidad cultural en este territorio.
Sin embargo, a pesar de que la población norteña es predominantemente mestiza, y con ello diríamos que en términos raciales es más homogénea que la del centro y sur del país donde ocurrió el mestizaje original entre el indígena mesoamericano y el español, también tiene rasgos o atributos diferenciados que indican la presencia de una población culturalmente diversa, incluso, el proceso de mestizaje si bien obedece a patrones migratorios marcados por épocas históricas específicas, es diferenciado porque ocurre en fases sucesorias donde, entre otros factores, el componente europeo no es sólo de origen hispano, como ocurre en La Laguna, sino que confluye una gama de nacionalidades no sólo europeas sino también asiáticas o del medio oriente.
Tal rasgo, agrega otros atributos como el idioma entre las comunidades de origen extranjero que, aun cuando son pocos los que lo conservan, continúan hablando el de la nacionalidad que provienen, además de conservar su religión como sucede con los menonitas que habitan los campos ubicados en zonas semiáridas, algunos grupos o familias de chinos y japoneses, por destacar aquellos que se denotan, la alimentación, expresiones artísticas, formas de producir o creencias que si bien se van perdiendo como parte del proceso de aculturación que sufren al integrarse a las poblaciones locales dominantes, siguen diferenciándose.
El hecho de que en el norte árido no ocurra un mestizaje original, sino que este sea sucesorio, ha significado otra diferencia cultural con respecto a Mesoamérica, ya que la mezcla étnica entre el extranjero de origen europeo, asiático o de otra nacionalidad, no sucede como patrón dominante con el indígena de la etnias nativas del norte, son escasos y poco representativos los casos de mestizaje con tarahuamaras, kikapus, huicholes (quizá se presenta más con los tepehuanos); el cruzamiento ha sucedido entre esos extranjeros o criollos con mestizos de generaciones posteriores, sean migrantes del centro o que hayan nacido en lugares norteños.
Los procesos de adaptación que ocurren a estos ambientes áridos también marcan diferencias culturales entre la población extranjera y la indígena o mestiza que proviene del centro, o la propia de los mestizos que nacen en poblaciones del norte; este es un factor determinante en la diversidad cultural de las zonas áridas porque un componente importante de la población que habita en ellas tiene un origen migrante, ya que la población nativa fue casi exterminada durante el dominio colonial.
La adaptación ambiental implicó también la adaptación de formas de producir que la población había adquirido en sus lugares de origen, la aplicación de tecnologías como la siembra de algodonero y granos en los terrenos ubicados en las planicies donde se formaban los deltas de los ríos, destacando los grandes ríos como el Conchos y Nazas, con semillas importadas de otros lugares, algunas de las cuales posteriormente se convierten en criollas, las técnicas de cultivo o riego; aún en las áreas de riego o medio riego se observan diferentes prácticas de producción agrícola donde no sólo se adaptan tecnologías sino que surgen otras que innovan, producto de la experiencia del productor o de la investigación experimental.
También se observa aquellos lugares donde surge una agricultura de secano basada en el aprovechamiento de escorrentías, basada en la producción de granos, acompañada de una ganadería extensiva de caprinos y bovinos y de economías recolectoras de plantas nativas como lechuguilla, candelilla, orégano, entre otras; esta adaptación ocurre incluso en las zonas semiáridas de las franjas de transición donde se practica la agricultura de temporal, más semejante a la mesoamericana.
La producción de alimentos influye en la dieta de la población, donde a diferencia de la residente en Mesoamérica basada en los cultivos tradicionales de maíz y frijol, en el norte se agrega el trigo y el consumo de proteína animal, aunado a que esta nueva población traía consigo patrones alimenticios de origen que reproduce o adapta a las condiciones de su nueva residencia. Por ello podemos hablar, aun cuando no sea con la puntualidad debida, que en las zonas áridas del norte de México existe una amplia diversidad cultural entre su población.