El 23 de agosto de 1946, viernes, ya de regreso ese año del Unión Laguna a la Liga Mexicana, tuvo lugar en el Estadio de la Revolución un juego que ganó el equipo de casa 7-6 a los visitantes Tuneros de San Luis, encuentro que fue un ejemplo de injusticia. ¿Por qué? Porque el lanzador de los Tuneros, el cubano Jorge Comellas (quien por cierto en la temporada de 1941 jugó para Laguna) mereció ganar. Pero perdió. El cronista de El Siglo, Francisco G. Durón, escribió al respecto: "En verdad fue injusta la derrota de Comellas, pues en su labor (que comprendió toda la ruta) superó en mucho a los dos lanzadores locales", que fueron Hoot (Homer) Gibson y Pedro "Charrascas" Ramírez, quienes pitcharon cuatro y cinco entradas, respectivamente.
En efecto, a Comellas los artilleros locales sólo le batearon "cinco miserables hits", escribió el profesor Durón, en tanto que al par de serpentineros locales les conectaron una docena de imparables. El cubano concedió seis bases por bolas y los locales otorgaron nueve. De las siete carreras anotadas a Comellas por los laguneros sólo una fue limpia. En contraste, de las seis que anotaron los Tuneros cinco fueron limpias.
¿En dónde estuvo pues la diferencia o la falla? En los errores cometidos. Los laguneros hicieron dos y los Tuneros cuatro. Pero éstos costaron a los visitantes que les anotaran media docena de carreras sucias.
Este caso, quizá a manera de excepción que confirma la regla, desmiente la célebre sentencia del gran Yogi Berra, según la cual el éxito en el beisbol depende en un 80 por ciento del pitcheo. A veces se requiere algo más. Desde luego batear. Pero también, como se demostró en este juego, no cometer errores.
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