El calendario
Cada quien tiene sus rutinas o sus manías, o las rutinas que se han vuelto manías, o las manías que se han vuelto rituales. Y esto es evidente cuando termina y empieza un año. Hay quien saca una maleta y le da vueltas a la cuadra de su casa para decirle al universo que desea viajar. Hay quien compra ropa interior roja si lo que desea es amor, o amarilla si quiere dinero. Hay quien va al templo o pronuncia una oración precisa en una hora exacta. Hay quien tiene la extendida costumbre de atragantarse con doce uvas... Ni sé bien para qué. Yo confieso que no tengo rituales de fin de año. En cambio, tengo un par de manías apenas inicia el nuevo calendario.
Para empezar, me da por poner orden en mi casa y en mi pequeña oficina. Comienzo por quitar la decoración navideña, casi tan pronto como se termina la rosca de reyes (y no lo hago antes porque mi tribu me lo impide con la energía con que Greenpace cuida a una especie en peligro de extinción). Colocar diciembre en cajas, me da la oportunidad de reacomodar la pequeña bodega que alberga navidad y otros triques.
De eso a seguir con un par de armarios, libreros, alacenas, cajones, hay sólo un paso. Lo disfruto. En serio. Y podría decirle que es mi manera de asentarme en el nuevo año, que es para generar una nueva energía en el ciclo que inicia, que lo que busco es... La verdad es que es más una manía que otra cosa.
Mi otro ritual es sacar el nuevo calendario. Aunque el plural sería lo correcto: mis nuevos calendarios. Porque adquiero más de uno; pongo un calendario en mi cocina y dos en mi oficina, uno de ellos de pared y el otro en mi escritorio. Los escojo cuidadosamente. Los de pared, quiero decir, porque el de escritorio suele ser similar desde hace varios años: es uno donde Mafalda me hace reír día con día, o me recuerda cuan poco han cambiado las cosas, porque las consignas políticas de hace treinta años tienen tanta vigencia como entonces.
Y es en ése donde anoto las fechas que no puedo pasar por alto, como los cumpleaños de mis amigas, o las fechas conmemorativas que anualmente ameritan una reflexión. Asimismo, es en ése donde anoto compromisos de trabajo o personales que desde ya marcan un poco la ruta de mi nuevo año. Y mientras tomo nota en mi nuevo calendario, inevitablemente voy revisando el anterior.
Entonces, me acuerdo de lo que hice en tal o cual fecha, de lo bien o no que me fue en tal o cual evento, de lo que quería hacer y no hice, de lo que quería hacer y sí hice, de lo que no tenía idea que haría y me hizo muy feliz. Podría decirle que es otra de mis manías, pero en realidad ésa sí es mi manera de poner los dos pies en el nuevo año, porque algo tiene de ritual y de magia esta actualización del calendario.
Es una visita al pasado inmediato, al año que se fue con sus aciertos y errores, con sus fortunas y desventuras. Es también un modo de saludar a la esperanza. Ahí anoto algunos de los planes que serán el motor de mi actuar en el futuro próximo. Y es también un acto de fe en la vida. Porque más allá de lo planeado, hay muchas páginas en blanco para dejar que la vida me sorprenda gratamente. Cuando termino esa tarea, me quedo con la certeza de que un nuevo ciclo comienza cada año, pero también cada día. Y entonces sí, me quedo en paz.
Apreciaría sus comentarios.
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