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El Camino de Santiago en el Siglo XXI

(Segunda parte)



Bahía de La Concha en San Sebastián.

Bahía de La Concha en San Sebastián.

Alberto Cisneros

Pasaría más de una década para que las estrellas se alinearan y se implementara el plan. La estrella más grande que se alineó fue cuando la encargada de pagar los salarios en mi empresa sueca erró en los cálculos y pagó de más impuestos por mí. Por todo un año. Hacienda sueca me regresó ese dinero. De pronto, tenía un dinero que no esperaba, con el que no contaba, dinero sin asignaturas ni responsabilidades, el dinero más libre que he visto en mi vida. (¡Qué hermoso fue recibir esa carta de Hacienda!). Otra de las grandes estrellas que se alineó fue mi reciente divorcio. Mis hijos pasarían un mes de vacaciones de verano conmigo y otro mes con su madre sueca en Estocolmo. Con ese dinero y ese repentino mes sin obligaciones paternales, El Camino de Santiago se convirtió en una cuestión de mera voluntad. Propuse el proyecto a amigos y amigas pero no hubo ningún otro loco(a) que se aventurara. El viaje lo haría solo. Y bueno, el código del viajero dice que uno nunca está "solo". Se está en compañía de otros, o en compañía de uno mismo. Y los que no toleran estar solos, son los que no se toleran a sí mismos. El prospecto de ir solo no me incomodaba en lo más mínimo.

Hay tres modalidades aceptadas por la Iglesia Católica para hacer el Camino de Santiago: A) A pie (la más popular), B) En bicicleta o C) A caballo (En desuso desde hace mucho, mucho tiempo). En esta ultra-moderna capital sueca, el auto empieza a ser obsoleto para los que vivimos dentro de la ciudad. Desde hace varios años, voy y vengo al trabajo en bicicleta o en transporte público. Así que la opción B me llamó. Me hice de la mejor bicicleta de cicloturismo que mi presupuesto me permitió (las llamadas Trekking), un navegador con mapa europeo para bicicletas y definí el punto de partida: París. La Catedral de Notre Dame. La ruta más emblemática y popular en la Edad Media. Hoy en día, la inmensa mayoría de los peregrinos hace El Camino desde St. Jean Pied de Port. En la frontera pirinéica entre Francia y España.

Al llegar al aeropuerto de Orly en París, me sentí de inmediato ajeno a las masas, distinto, más libre que ellos. Mientras todos los viajeros hacían cola para esperar comprar boletos de tren, autobuses o taxis, yo pasé a su lado montado en mi bici. Alforjas y maletas a los costados de ambas ruedas, lente oscuro, sombrero de sol y zigzagueando entre obstáculos, sólo por el puro placer de zigzaguear. Bien pude haber seguido una linea recta hacia la salida, pero sentí miradas encima y supongo que quise enfatizar mi mejor situación ante esos convencionales turistas. La cosa pintaba bien desde allí.

Francia y España los conocía bien. Pero no de esta manera. Los había visitado en avión o en auto varias veces. Ante el altar en Notre Dame, la misma mañana de mi partida hacia el Sur-Oeste, el 19 de julio, las expectativas que tenía eran: Mucho ejercicio, fantástica comida, paisajes, amigos viejos y nuevos, cultura, museos, playa, meditación y lo que se acumule.

La primer región a la que se entra al dejar la zona metropolitana de París por el Sur-Oeste es El Valle del Loira (Val de Loire), "El Valle de Reyes". Que sería el marco elegido por Luis XIV "El Rey Sol" y su corte para desplegar todo su capital, poder e inspiración. El Valle del Loira es el reflejo del período más exitoso en la historia de Francia entre la segunda mitad de los 1600 y el inicio de los 1700. El Valle está lleno de los más suntuosos castillos. Chambord y Chenonceau son obras que emplearon a las mejores mentes de la época (inclusive Leonardo Da Vinci, en el caso de Chambord), a los mejores artesanos e ingenieros. Salvo uno que otro de los castillos "menores" que ha sido vendido a príncipes árabes u oligarcas rusos, los demás son propiedad del Estado Francés y están abiertos al público.

Cruzar el Valle del Loira en bicicleta es una verdadera delicia. Se deja la zona metropolitana de París y el campo está lleno de plantíos de trigo. Los campos producen un zumbido muy placentero, están llenos de codornices. Las cuales no reaccionan al paso de autos o camiones, pero al paso de bicicletas o peatones se disparan en medias docenas o así a ras de la hoja de trigo escapando de la potencial amenaza. Adentrándose en el Valle, se da paso a zona de bosques, donde la velocidad a la que desplaza la bicicleta, permite ver jabalíes, halcones, venados, zorros, puerco espines y demás vida salvaje que pasaría desapercibida desplazándose a velocidades propias de un auto. Experimenté ese instante en el que el terreno es llano y la bicicleta se desplaza a exactamente la misma velocidad del viento proveniente de las espaldas, el aire en contra desaparece. El instante no dura mucho, pero es en efecto una burbuja que da la sensación de ir flotando. Mismo efecto que experimentan los que han viajado en globos de aire caliente. El ejercicio de viajar en bicicleta produce muchas endorfinas. Los sentidos, todos ellos, están en un nivel aumentado de sensibilidad. La pinta de cerveza al final de cada etapa, las 'galettes' de ciervo con sidra, el pan, los chocolates, todo sabe mejor; los rayos del sol más cálidos; el resto de la naturaleza más dramático; el sueño más profundo.

Por la parte francesa, o al menos por la ruta que yo seguí, no hay albergues de peregrinos. A diferencia de la parte española. Mis rutinas eran llegar al pueblo en turno, buscar un camping y poner mi tienda de campaña. Me dirigía a la plaza principal del pueblo, compraba mi pan, queso, charcutería, fruta y vino. Me regresaba a la tienda a cenar y conversar con otros viajeros en los campings o a leer alguno de los libros que me traje. ¿Quién dijo que las rutinas son aburridas?

Dejé el Valle del Loira para entrar a Aquitania. Tierra de Vinos. Cognac fue especial. Es una ciudad mediana - para estándares franceses - y una ciudad hermosa - para cualquier estándar -. Tuve la suerte de llegar el mismo día de lo que sería equivalente de la Feria Regional. La ciudad y pueblos vecinos se reúne en una de las orillas del río Charente. Hay conciertos, comida y claro, degustaciones de cognac. El precio de entrada es gratuito y los precios del cognac están subsidiados durante la Feria. Hablo francés básico. Terminé entablando conversación con un grupo local, quien me invitó a fiestear como lo haría un Cognacois. ¿Quién dijo que los franceses son antipáticos?

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