Vista desde la cima en la montaña Vasca. Golfo de Vizcaya al fondo.
La siguiente etapa la inicié a las seis de la mañana. Hacia la región de Burdeos y más específico a Saint Emilion. A mitad del trayecto, empezó a llover a cántaros. Me encontraba empapado, pero rodeado de campos de girasoles, de viñedos, de bosque, y por supuesto, de rayos y el sonido del trueno. ¡El aire que respiraba en ese momento era perfecto! Llegué a Saint Emilion, donde se producen los mejores vinos tintos del mundo. Hay de todos precios, desde ocho euros hasta ocho mil o más. Comprarlos y degustarlos en la bodega cuesta una fracción de lo que costarían en un restaurante de Paris, Los Ángeles o Hong Kong. No soy directamente un conocedor de vinos, pero hay vinos, tan obviamente buenos, que no hace falta saber nada de ellos. Sólo hace falta probarlos y es inevitable no disfrutarlos.
La parte francesa llegaba a su fin. Llegué a Biarritz, la bonita ciudad costera en el País Vasco Francés. Allí permanecería un día. Tirado en la playa, intentando surfear sin mucho esmero ni éxito. Descansando. Estando allí, un local me recomendó ir a un mercado dominical en la cercana ciudad de Hondarribia, prácticamente en la frontera, pero ya en el País Vasco Español. Luego de un corto trayecto en bici, me quité el sombrero en agradecimiento a Francia, al cruzar la frontera, y llegué a la plaza principal de Hondarribia. Dicho mercado no es un mercado cualquiera, es más bien un escaparate de productos artesanales y costumbres vascas. Es un ejercicio cultural. Está lleno de vida. Hay competencias de deportes rurales vascos, bailes tradicionales, música tradicional y comida, ¡mucha comida! Me hice de pan, quesos, platos de guisado de conejo, sidra y me dediqué a ver las competencias de leñadores y levantadores de piedras mientras consumía todo lo que compré. Los Vascos son, si usted no lo sabía, probablemente el pueblo más antiguo de Europa, y sin duda, hablan el idioma más antiguo del Continente. Conservar sus tradiciones y su idioma va más allá de una obligación. Es una pasión. Y los Vascos lo han convertido en una fuente de placer. Salvo elementos radicales (que en todos los países hay) y que a menudo son adolescentes, el Vasco promedio es generoso, reservado, hospitalario. Su versión de nacionalismo es más bien positivo, acentuando el orgullo de ser quiénes son y venir de donde vienen más que el orgullo de excluir a los que no son como ellos. En más de una ocasión, extraños se tomaban el tiempo de explicarme el origen de las competencias de levantadores de piedra al escuchar mi acento o identificarme como visitante al verme. Hay pocos turistas en estos mercados. Los turistas están generalmente tomando cócteles en las playas. Les gusta ver gente de fuera que comparta y propague su cultura.
Mi siguiente destino era San Sebastián. La más famosa de las ciudades costeras del País Vasco (en ambos lados de la frontera). Al día de hoy, San Sebastián tiene el mayor número de estrellas Michelin per cápita en el mundo. La tradición culinaria está arraigadísima. Inclusive, muchos adolescentes saben cocinar, hablar de comida y vino. Uno puede comer de las recetas más vanguardistas que hay en varios de los mejores restaurantes del mundo estando aquí. Sin embargo, mi muy personal recomendación es ahorrarse ese dinero, dirigirse al barrio antiguo e "irse de pintxos", lo que significa ir saltando de bar en bar pidiendo, vino o cerveza y pequeñas porciones de comida. - Pintxos es la palabra en euskera para las Tapas -. En San Sebastián, permanecí unos días, poniéndome al tanto con amigos y conocidos de mi época en España en bares de pintxos, dándole a mis piernas un merecido descanso.
Tuve la "brillante" idea de cruzar el País Vasco por la montaña. En vez de hacerlo como la gran mayoría de los peregrinos, quienes lo hacen por la costa o por la ruta del Camino Francés que es más llana y pasa por Logroño luego de la etapa pirinéica. Llegué a Azpeitia. Cuna de San Ignacio de Loyola y de la orden Jesuita. Misma orden que ha educado para este entonces a millones de mexicanos y latinoamericanos (incluyéndome a mí en la primaria). Tenía pensado dormir por primera vez en los albergues de peregrinos, los cuales están repartidos por todo el territorio español. Cuando llegué al albergue de Azpeitia, en el mismo edificio que un Convento, no había otro peregrino más que yo. Las Monjas en guardia pronto me explicaron que casi nadie opta por hacer El Camino por la montaña. También me dijeron que no tenían memoria del último peregrino que haya hecho El Camino desde París. Que a juzgar por el tráfico de peregrinos que tienen, tal afirmación quizá no signifique mucho. En fin, estaban muy contentas de recibirme, tuvimos una amena conversación acerca de un reciente viaje a México de una de ellas.