El libro "El evangelio social de Raúl Vera", presentado ayer en la ciudad de Saltillo, contiene una entrevista que concede el Obispo al periodista Bernardo Barranco, que ofrece una semblanza del clérigo desde sus días de estudiante de ingeniería en la Universidad Nacional y su paso por la Parroquia Universitaria de los Padres Dominicos en los años sesenta.
La participación del joven en el movimiento estudiantil del año 68, el discernimiento de su vocación sacerdotal y su trayectoria dentro de la Iglesia, en paralelo a su militancia en movimientos sociales, son tópicos interesantes que fluyen a lo largo de la entrevista.La vida de la Iglesia ha transcurrido en medio de la realidad de un mundo complejo, y lo mismo aparece asociada al poder político, que sosteniendo la causa de los pobres y desamparados de la tierra.
Hoy día el Papa Francisco asume la lucha por los más necesitados sin comprometer las verdades de la fe, a despecho de la llamada teología de la liberación que trata de apoderarse de la agenda de la Iglesia, en base a una ideología reduccionista de inspiración marxista, que en el pasado reciente llevó a muchos católicos al extremo de la guerrilla armada.
La postura del Obispo parte de la opción preferencial por los pobres, y con toda razón al igual que el Papa Francisco, levanta su voz en contra de la concentración de la riqueza que existe en el mundo, que es causa de la exclusión como factor principal de la pobreza que flagela a numerosos contingentes humanos, en las distintas regiones del planeta.
Muchos de los empeños del Obispo de Saltillo son causas dignas e irrecusables, por ejemplo: El reclamo por encontrar a las personas desaparecidas por la violencia; la protección a los migrantes; el mejoramiento de las condiciones de vida y seguridad en el trabajo de los mineros y la demanda por la transparencia en la información, la rendición de cuentas públicas por parte del gobierno, etcétera.
Otras de las banderas que Vera López tremola son ambiguas, como ocurre en el tema de los homosexuales. La Iglesia ofrece una pastoral específica a las personas homosexuales que lo deseen y al respecto, el Papa Francisco es claro: ¿Quién soy yo para juzgarlos?
Sin embargo, el propio Papa se ha pronunciado en contra del llamado Lobby Gay, que no es sino un grupo de presión de contorno indefinido, pero sólidamente apoyado por los medios de comunicación y otros factores reales de poder a nivel internacional, que dentro y fuera de la Iglesia pretenden imponer su propia agenda, en contra de lo que indican la naturaleza humana, la razón y la Revelación. A este respecto, la voz del pueblo ironiza: Esperemos que en el futuro, no sea obligatorio ser homosexual.
Respecto a las uniones de personas de un mismo sexo y la posibilidad de que reciban niños en adopción, la postura de la Iglesia es contundente al definir el Matrimonio Católico, como un acuerdo de voluntades entre un hombre y una mujer, que entraña un compromiso de por vida. Por lo demás, el Código Civil desde el Derecho Romano ha estado abierto a la adopción por parte de personas solteras, bastando acreditar que la adopción es benéfica para el adoptado, y sin que la preferencia sexual del presunto adoptante sea un factor a considerar.
En la actualidad en que Coahuila debate este tema en su Congreso Legislativo, el Obispo Vera navega entre dos aguas: la Doctrina de la Iglesia y la agenda del Lobby Gay, a riesgo de no quedar bien ni con una ni con otra.
El libro amerita una lectura analítica para desentrañar el pensamiento del Obispo Vera, porque el entrevistador lo utiliza como foro para propaganda de su ideología personal, con disertaciones con frecuencia más extensas que las respuestas del entrevistado. Las opiniones de Vera López quedan dentro de un contexto tendencioso y confuso, que remite a un segundo plano la figura, pensamiento y trayectoria del Obispo.
Bernardo Barranco peca de adulador al titular al libro: "El evangelio social de Raúl Vera", porque sólo hay un Evangelio que es el de Cristo, y los Obispos han renunciado a sí mismos para predicar a la manera de San Pablo: Vivo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. (Gálatas 2, 20).