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El juego del hombre

GILBERTO SERNA

Uno de los significado de la palabreja, usada a grito pelado en los estadios donde se juega futbol, que tanto alboroto ha causado, en ciertos sectores sociales, es la del que tiene concúbito con persona de su mismo sexo. No hay malicia en ello dicen algunos, otros afirman que es parte del folclor de los mexicanos pretendiendo justificar así su uso en las tribunas por el respetable, es decir, que nadie se puede quejar al escuchar el coro porque es costumbre tradicional de los mexicanos llamar de esa manera a sus contrarios. Ahora bien lo único que podría justificar el exabrupto, creo, sería que fuera resultado del relajamiento físico y mental de los asistentes que con humor colectivo se dejan llevar con un tono festivo donde las expresiones populares pierden su significado original hasta llegar a convertirse en motivo de risa franca y amigable.

Total no es otra cosa que una picardía lo que significa que el término usado no lleva en sí sino la gracia maliciosa de un grupo de socarrones, especialmente en lo relativo a la sexualidad; inferir que el portero de un equipo de futbol que despeja una pelota es homosexual por ese solo hecho, es una acusación seria. Es una burla soterrada cuya única pretensión es provocar la distracción humorística de quienes se regocijan con sus propias gracejadas que, desde luego, no están dirigidas a faltarle el respeto a nadie, En ese caso lo que se dice es sólo parte de la diversión de los asistentes que van al espectáculo de las patadas a gozar sanamente de un buen rato. Vaya, ni siquiera es un conjuro o sea un exorcismo para evitar que el guardameta contrario se paralice permitiendo o simplemente dejando que se anote uno o más goles, Eso únicamente existe en la desagradable censura de quienes pretenden impedir un desahogo que raya en la inocencia de quien no conoce la peculiar forma de entretenimiento que tiene nuestro pueblo.

No hay un enardecimiento o exacerbación de los sentidos de los espectadores sino una manera inocente de provocar la hilaridad de los propios presentes. Desde luego el grito no es un elogio que enaltezca las virtudes de un jugador dirigido a menoscabar su hombría, empero hay quehaceres en ese deporte que provocan el disgusto de la tribuna que muestra su desaprobación cuando los árbitros del encuentro, favorecen indebidamente a uno de los participantes. Recuerdo como si fuera ahorita la actitud de un abanderado que lo único que hacía era cumplir con su cometido en el antiguo estadio de futbol caminando a la orilla del campo, levantando su banderín para auxiliar al árbitro central cuando había un fuera de lugar o un tiro de esquina, o se tocaba el balón con la mano o cualquier otra falta que ameritara su intervención.

No sé bien a bien qué causaba malestar en las tribunas. Si era su talante siempre serio. Su figura rechoncha, sus cachetes colorados sus piernas regordetas, su vientre abultado. La cosa era que la gente se metía con él hasta el grado de arrojarle objetos que por lo visto no le hacían la menor mella; él seguía serio, seguro de sí mismo. No había trifulcas en las gradas. Apenas unos gritos con cierta sorna que no le hacían perder el paso. Él se mostraba imperturbable, ajeno a los gritos que salían de las galerías, sin voltear siquiera a ver a sus detractores, seguía serio. Nunca mostró un gesto de desagrado. Era un caballero ajeno al bullicio que producían sus fallos en la cancha. En aquel tiempo no se conocía la homofobia y menos la misoginia, por lo que los gritos se concretaban únicamente a destacar su rolliza figura. Había en la atmósfera del campo de San Isidro Labrador ambiente de camaradería, ¿y los gritos?, a nadie, saliendo de parque, parecía importarle. Ahí se quedaron. Ya avanzada la noche, aun en estos días, si usted aguza el oído escuchará el rumor del cotilleo de aquellos tiempos.'

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