El karma de vivir al borde
Todo es un despeñadero, una tragedia, la ciudad, los habitantes, la noche, el día; cada historia supera a la anterior hasta robarnos un poco de tranquilidad. Es difícil respirar. Y al deambular entre las páginas uno encuentra desierto. Alta temperatura. La violencia es una plaga. Las redes sociales son parte fundamental de la sobrevivencia. Uno se entera de los asesinatos, las balaceras, los levantones y secuestros que suceden a diario, el éxodo es una opción y a la vez un espejismo. El contacto con los otros se ha convertido en una hazaña. No hay lugar al que se pueda huir. Nadie está a salvo. El presente anuncia el comienzo de la debacle, el futuro es una ilusión en la La Laguna. ¿Para qué salir de la cloaca si la ciudad entera colapsó? No hay salvación posible en la calles de la zona. La 'interzona'. La 'narcozona'.
Velázquez cae en una alcantarilla a los cinco años de edad, es abducido por un pozo a causa de una maldición, una tormenta. Nos explica que en Torreón rara vez llueve, pero que en aquella ocasión el sistema de drenaje resultó insuficiente, habría muerto ahogado si no hubieran aparecido unos empleados del ayuntamiento. Carlos Velázquez enfrentó a la muerte a corta edad para después lidiar con el abandono de su padre. Mi quinto aniversario me marcó, confiesa el autor.
El terruño se ha convertido en una llaga, en una herida de la que emana el relato autobiográfico. No hay catarsis más efectiva para uno que narrar los horrores sufridos en la cotidianidad. Contar los hechos desde adentro.
Desde el principio del libro sabemos que la imagen de la alcantarilla que amenaza con tragar al autor es una misma para todos. La 'narcoguerra' nos conmina. También la podredumbre se instala en el lector, en el ciudadano de a pie, la violencia se manifiesta alrededor del país como una tormenta.
En las crónicas de Velázquez pocas situaciones tienen que ver con hechos afortunados, personajes valerosos, aventuras fortuitas. Una de las características de la violencia es que, aunque uno quisiera escapar de ella, jamás habrá esfuerzo humano que la evite, esa violencia se encarna en todos los estratos sociales y en cualquier nivel cultural. Aparte de que las historias narradas nos permiten la integración de la realidad de un ciudadano que se acerca más a la figura del antihéroe, tan cercano al lector porque comparte sus miedos y defectos. El cronista es un ciudadano de a pie, un yonqui confeso que finge interesarse por su objeto mientras nos acerca a su persona al narrar una realidad que a todos nos aqueja. Los hechos reales no se analizan sino que reciben una carga emotiva que permite izar banderas a media asta o entristecernos al vivir un cruento presente. Aquí los ciudadanos somos víctimas y victimarios como siempre ha ocurrido a lo largo de la historia de la humanidad. Están los desalmados sicarios cuyas motivaciones más que interesantes resultan irrelevantes. Que Velázquez no utilice la manipulación a la que somete a sus personajes ficticios en sus demás libros concede a lo narrado una categoría de violencia sistemática, es decir que la violencia sea perpetrada por una motivación política o criminal con el propósito de influir en una población y modificar su conducta. Los hechos que distinguen las crónicas de Velázquez no tienen cabida en un libro de ficción porque aquí nada está preparado, y la rudeza de su prosa distingue a la violencia que impera en La Laguna como un verdadero narcoterrorismo. Aunque no menciona el término "narcoterrorismo" en ocasión alguna, Velázquez nos da a entender los métodos destructivos que distinguen al terrorismo, hombres dispuestos a sacrificar toda consideración moral en aras de un fin económico.
Twitter: @ismael_lares