Será cuestión de horas para que las leyes secundarias de la Reforma Energética sean finalmente aprobadas en el Congreso y cuestión de días para que el Gobierno federal emita el decreto que pondrá en vigor las nuevas disposiciones legales.
Atrás quedarán años de jaloneos ideológicos, mezquindades, luchas fratricidas y radicalismos partidistas que impidieron que la anhelada ley, considerada entre las reformas estructurales, hiciera su final y espectacular arribo al milagroso país de este 2014.No cabe duda que la reforma será la salvación de los mexicanos porque atraerá las inversiones, los empleos y la riqueza que añoramos y que no hemos logrado concretar a pesar de los vastos recursos naturales de nuestra república.
Bendita sea, pues, esta nueva ley que con tanto cariño, entrega y entusiasmo han elaborado nuestras sacrificadas autoridades y que después hayan sido analizadas, sopesadas, enriquecidas y elevadas a nivel de excelencia por buena parte de los legisladores mexicanos.
No faltaron, por supuesto, los apátridas que se lanzaron contra la nueva reglamentación al calificarla de imperialista y violatoria de la soberanía. Qué perversa mentalidad de quienes se dicen mexicanos y que por necedad rechazan al gran capital que sacará al país de la miseria.
Nada que ver esta Reforma Energética con la expropiación petrolera del 1938 cuando el presidente Lázaro Cárdenas se atrevió a correr de México a esas empresas y capitales que tanta falta hacen hoy en día y que pronto estaremos recibiendo con los brazos abiertos.
Ni punto de comparación del populismo cardenista con esta audaz reforma que permitirá a nacionales y extranjeros invertir en la exploración y producción petrolera, además de la comercialización de los energéticos. Claro, seremos comparsa del gran capital, pero a final de cuentas estaremos en la jugada cuando menos al principio.
Nada que ver con la desastrosa nacionalización bancaria del presidente José López Portillo que lejos de contener el saqueo de los ahorros, provocó la peor crisis económica del siglo XX y a punto estuvo de llevarnos a la desaparición de México.
Tampoco se compara esta nueva reforma con el proceso de privatización de los bancos mexicanos que fueron subastados bajo sofisticados métodos por los genios del gobierno de Carlos Salinas de Gortari a valores impresionantes.
Vaya negocio que realizó entonces el régimen en turno, pero nunca se imaginaron que dos años después la crisis de 1994 derivara en una caída libre de la economía y de ahí los bancos orgullosamente mexicanos cayeron uno tras otro a manos de capitalistas extranjeros.
Seguro que eso no ocurrirá con la Reforma Energética porque los mexicanos podrán asociarse con otras empresas para crear varios Pemex porque al fin y al cabo tenemos la inventiva, el arrojo y los billetes para competir con el primer mundo. ¿O no señor Slim?
Por supuesto que no se permitirá que en los negocios petroleros intervengan intereses de grupos políticos y menos de partidos, sindicatos y mafias legislativas. Eso apenas ocurre en Estados Unidos y en algunos países europeos, pero ni pensarlo que vaya a suceder aquí en México.
La Reforma Energética llega en un momento crucial cuando México atraviesa por la mejor de las eras en cuanto a educación, salud, seguridad y vida democrática. ¡Vaya nación que tenemos!
Todo ello redundará en amplios beneficios para la población: bajos precios de combustibles, cero corrupción sindical, cero negocios ilícitos en Pemex y lo más importante: un México autosuficiente en gas, gasolinas, carbón, energía eléctrica, solar y la eólica.
Qué afortunados somos de vivir este gran momento, gracias gobierno, gracias senadores y diputados que se la jugaron por México y que arriesgaron todo su prestigio e integridad para llegar a un final feliz en esta laureada e histórica reforma, como quien dice la reforma perfecta.
Si a ella sumamos las demás reformas nos daremos cuenta que México es hoy otro país y que quienes digan lo contrario están ciegos y amargados.
¡Vivan las reformas! ¡Adiós a la pobreza, la ignorancia y el subdesarrollo! ¡Viva México!
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