Los acuerdos internacionales en materia de comercio ejercen un especial encanto entre los jefes de Estado que buscan en ellos sumar las demandas extranjeras a sus propios mercados y así acelerar el ritmo de su desarrollo nacional.
La idea no es novedosa. La Zollverein ideada por Otto v. Bismark en la segunda mitad del S.XIX es un caso famoso. Su concepción fue, empero, predominantemente política. Hoy en día la intención es exclusivamente económica o, simplemente comercial. Un propósito de influir en algo más allá de esto sería… indignadamente rechazado. Hay plena libertad para celebrar reuniones al más alto nivel para convenir en arreglos para acelerar el desarrollo de cada uno de los países.
Desde el Tratado de Roma de 1950 se ha repetido la fórmula de integración económica regional, a veces con éxito, las más no. Para América Latina el noble esfuerzo lanzado diez años después por once países en el Tratado de Montevideo fue diluyéndose en cerrados celos industriales de unos cuantos sectores privilegiados. Las inestabilidades políticas interrumpieron la continuidad del indispensable dialogo. La ALALC, diseñada para realizar para 1972 la Zona de Libre Comercio quedó, primero, fraccionada en subregiones para luego quedar en la limitada ALADI de hoy.
Los arreglos regionales, sean zonas de libre comercio, mercados comunes o comunidades requieren ciertas cesiones de soberanía en cuanto a las decisiones nacionales. El atractivo de extender las exportaciones a mercados adicionales y así obtener divisas, pero más que nada, ocupar la fuerza laboral disponible, es la razón por la que, pese a frustradas experiencias pasadas, seguimos rindiéndonos todos a la tentación de nuevos intentos.
Hoy día es impresionante la importancia de los acuerdos regionales que están en activa negociación lo que hace que los que están en vigor sean objeto de detallada evaluación. Por su parte, los tratados bilaterales, de los que México ha firmado más de una docena, son una categoría que irá esfumándose dentro de los mayores arreglos regionales del futuro.
Al Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, TLCAN, cumplidos sus veinte años, que se le adjudican impresionantes aumentos en las exportaciones mexicanas, particularmente en la industria automotriz. Hay, empero, consenso en que, de alguna manera, urge ponerlo al día en cuestiones que se han hecho de inaplazable atención como el libre tránsito de trabajadores y de profesionistas, sin el que ningún mercado común lo es de verdad, o cuestiones ambientales, por mencionar sólo unas.
La aparición del Tratado Estratégico Transpacífico de Asociación Económica, iniciativa que en 2011 Estados Unidos agrandó partiendo de un proyecto mucho más modesto nacido en 2005 entre Brunei, Chile, Nueva Zelanda y Singapur, fue trascendental. Se introdujo con ello un fuerte ingrediente político. Todos entendimos que su ambicioso esquema de ya 14 países, posiblemente hasta con Corea, que enlazaría casi toda la cuenca del Pacífico, representando el 40% del comercio mundial, se dirige a contrapesar la pujanza de China.
Las sorprendentes declaraciones hace unos días en México de la Secretaria de Comercio de Estados Unidos, Penny Pritzker, en el sentido de que el TLCAN se actualizaría al asumirse dentro del TPP dejan atrás y sobrepasan toda la discusión que se ha venido ventilando en las tres capitales de Norteamérica sobre la posibilidad, negada por muchos, de abrir el TLCAN a una renegociación.
La incidencia de estas declaraciones en la agenda de los tres mandatarios de Norteamérica que están por reunirse este mes en Toluca es fundamental. Ante las reiteradas negativas de que el TLCAN no será abierto en las próximas conversaciones, la propuesta del TPP resulta una realidad totalizante. La Alianza del Pacífico también puede sobrar.
Mientras nosotros en el hemisferio occidental estamos muy aplicados a la tarea de organizarnos en nuestros tratados de intercambio comercial entre nosotros mismos y con países de otros continentes, sin pensar mayormente en África, este continente no quiere quedarse atrás. Hay proyectos de grandes esquemas de integración económica de 23 países en la región del Subsahara, que podrían romper por completo el escenario africano de hambre y violencia que nos es tan familiar.
Simultáneamente, la misma República Sudafricana tiene un acuerdo estratégico con India y con Brasil que podría desenvolverse en un mercado común.
El mundo está cambiando ante nuestros mismos ojos. Todavía no hemos entendido, sin embargo, que la pobreza de la que tanto hablamos y cuyas violentas facetas sufrimos, se vence con la ocupación verdaderamente productiva de nuestro potencial laboral que insistimos en desperdiciar dedicándola al armado de piezas importadas en las grandes plantas extranjeras que siguen inaugurándose en el país. Más de la mitad del contenido de lo que manufacturamos es importado.
Las exportaciones que se prevén en esquemas gigantescos como el del TPP deben hacerse con productos hechos por nosotros y no simplemente ensamblados.
La formación de trabajadores que fabrican y no sólo arman en las fábricas o cambian piezas en nuestros talleres es un imperativo inaplazable. Los países que enseñan oficios a sus niños de primaria y secundaria son los que nos llevan la delantera al prever los elementos humanos que definen su fuerza económica básica. El Conalep y los padres Salesianos llevan muchos años de estar formando los técnicos y trabajadores que México requiere. Sólo que no son suficientes.
juliofelipefaesler@yahoo.com