Presidente, los tiempos son duros, difíciles y las circunstancias se están complicando. Escuchamos atentos tu mensaje del jueves pasado, esperábamos como mínimo un intento de tu parte por aceptar la corrupción en la que caíste y las medidas que encabezarías para erradicar este mal que corroe nuestra vida pública.
Si no empiezas tú, con tu ejemplo, esto no se solucionará nunca.
Eso sí, el hombre más rico, que es socio del político más poderoso, estaba feliz y dio su aprobación a las medidas, buenas, que propusiste en tu discurso.
Ya te pusiste en paz con los que te andaban derrocando.
¿Sabes qué? Nosotros, los ciudadanos, te íbamos a defender, eres el Presidente Constitucional y valoramos la legalidad y el Estado de Derecho, lo poco que queda de ambos nos permite sobrevivir.
Pero no, mejor te arreglaste con ellos. ¿Dónde quedamos los otros cien millones de mexicanos? ¿No tenemos un espacio en tu corazón?
La corrupción, Presidente, hace que no importe la calidad con la que produzco ni el precio que ofrezco. Lo que importa es quién es amigo del que decide y, para colmo, todo se decide en el DF, el resto del país no participa. ¿Has hecho cálculos de lo que le cuesta eso al país en dinero, en insensata concentración de la riqueza, en destrucción de empresas eficientes pero alejadas, en descomposición social, en rompimiento del tejido federal? Si alguien sacara las cuentas...
Si eliminamos la corrupción, los compradores del gobierno saldrán a buscar por todo el país los mejores productos, los mejores precios y todos nos beneficiaríamos. No solamente las mejores empresas (a esas no les gusta la corrupción) se desarrollarían, sino la economía nacional en su conjunto. ¿No has pensado que la corrupción es un eficiente candado para detener el crecimiento económico que tanto busca tu administración? No es a base de publicidad sino en base a Estado de Derecho que la economía crece.
Pero no te atreviste Presidente, no quisiste ser nuestro líder, el de los ciudadanos. A ver si para la otra, espero que alcance el tiempo.