Me acostumbré a esperar la mañana del domingo con mucha ilusión. Los editoriales tocan a mi puerta desde temprano. Un buen café, un bocadillo suculento y la extrema paz que da el silencio matutino, me permiten navegar en los giros lingüísticos y mentales de los mejores escritores del país. Cuando vivía mi querido amigo Francisco Amparán me emocionaba leerlo, siempre dispuesto a sorprender al lector con un dato inverosímil, un giro asombroso en su redacción, una relación imposible de eventos o, simplemente, con un recuento astuto y agudo de la realidad.
Paco ya no está con nosotros pero su página, la de él, la 4 A, está ocupada por dos personajes no ajenos a su vida. Juan Villoro, amigo de Paco, me protege de perder el buen humor. Inteligente, mordaz, sarcástico, tiene la originalidad rampante que mi amigo profesaba. Aborda los temas desde ángulos olvidados pero a la mano, identificables. Rescata rincones abandonados, los desempolva, los lustra, los exhibe, los festeja. Más a la izquierda que Paco (por usar términos francamente inútiles y arcaicos) defiende la dignidad de los de abajo y escupe certeramente sobre la arrogancia de los de arriba. Leyendo a Villoro, recupero la sonrisa que se quedó flotando cuando Amparán cumplió con su destino y se marchó al sitio de nuestro origen.
Junto a Juan, compartiendo entre los dos la página de mi amigo, la que siempre será de Paco mientras yo (al igual que muchísimos lectores) conserve la lucidez, escribe el gran Enrique Krauze. Recuerdo bien las palabras con las que Paco lo presentó en 1999 en aquella conferencia magistral que dio en el auditorio Santiago A Garza (hay nombres que merecen repetirse a la menor oportunidad).
Las palabras de Paco fueron memorables, lúcidas, entrañables. Su altura intelectual dejó pasmados a los escuchas, nos quedaba claro que el buen Amparán era bateador de grandes ligas. Enrique Krauze tiene la reciedumbre moral, la profundidad mental, la estoica veracidad intelectual, la sabia hondura emocional que Amparán arañaba y exhibía feliz en frases enredadas en sus escritos. Un chirris a la derecha de Paco (otra vez, cuantos de centro derecha son muuucho más de izquierda que tanto marxista paleolítico que hace insufrible la vida pública), Enrique Krauze habla siempre con la mesura y la dignidad de quien dice la verdad.
Esa visita de Krauze nos unió a Carlos Canales, a Paco Amparán y a mí en un programa memorable de televisión con Víctor Hugo Hernández. Ese programa reunió a esos adolescentes que la literatura hizo amigos y que se habían dispersado en la adultez. Ese reencuentro selló una amistad que cultivamos con alegría y desparpajo hasta que el terrible 2008 se llevó a Carlitos y el inevitable 2010 reclamó a Paco. Cada vez que la vida me da motivos de alegría, los recuerdo a ambos.
Este domingo fue un día memorable, recordé a mis amigos leyendo al genial Villoro y al eterno Krauze.
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