A Gerardo, Armando y Alberto. Acompañándolos en su dolor.
El 28 de diciembre recordamos a los niños masacrados por el rey Herodes que así decidió resolver el rumor esparcido por los Reyes Magos de que el rey de Israel había nacido en Belén. Eso cuenta la leyenda, que no ha sido comprobada. Lo que si sabemos, y está documentado, es que ese tal rey Herodes asesino a sus únicos dos hijos por pura paranoia de poder. Para conservar sus privilegios, cancelo su sucesión, vaya suicidio dinástico.
A fin de cuentas, en esa lucha por el poder hubo muertos, aunque no sé si eran inocentes.
En Ayotzinapa está la escuela normal Isidro Burgos. En sus paredes hay pintas y murales donde se expresan lemas marxistas de lucha de clases y consignas francamente subversivas y revolucionarias. En ese rincón del mundo, las profundas injusticias sociales han pavimentado la fe de personas que no están al tanto del devenir mundial. Ellos no saben que esa vía violenta para reivindicar a las comunidades ha fracasado en todos los sitios del mundo que se ha aplicado. Ha servido solo para generar tiranos y dictadores que cancelan el sentido de la vida, justo lo que hace también el capitalismo salvaje que nos gobierna, los extremos se tocan.
Nuestros 43 desaparecidos de Ayotzinapa también son víctimas del juego de poder. Que si los restos encontrados demuestran que fueron calcinados en hornos modernos, que si el ejército y la policía federal si estaban al tanto de todos los movimientos de ese macabro 26 de septiembre, que si fue un crimen de estado contra los que querían cometer un crimen contra el estado, yo no lo sé.
Solo sé que este 28 de diciembre celebramos a los Santos que murieron en la inocencia. Nuestros 43 desaparecidos no creo que entendieran bien el juego al que estaban jugando. Fueron, igual que los masacrados por Herodes, víctimas colaterales de la lucha por el poder, y el poder se lo pelean desde todos los ángulos.
Siempre me ha intrigado desde dónde y para quien se ejerce realmente el poder y a quien debe su obediencia. Lo único que me queda claro es que los mexicanos estamos perdiendo la inocencia.
Federico Sáenz Negrete
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