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EL PENSADOR AMATEUR

EL MURO DE LA LAGUNA

FEDERICO SÁENZ-NEGRETE

Cayó el muro de Berlín en 1989. En contra de todos los pronósticos, los alemanes de ambos lados se reunieron de nuevo. Casi 30 años duró esa división artificial provocada por la repartición de territorios y zonas de influencia por los triunfadores de la Segunda Guerra. Una división impuesta desde afuera que la inquebrantable unidad germana logró trascender.

Ese muro se derrumbó, pero aún hay otros que quedan por el mundo y siguen separando vidas.

Uno de ellos es el muro de La Laguna, etéreo, fantasmal, apenas una tímida línea dibujada en el mapa que divide a los laguneros. Siguiendo la ruta de nuestro padre el río Nazas, la columna vertebral de nuestra escencia, ese muro ignominioso secuestra la energía y la creatividad de un millón seiscientos mil mexicanos. Que ironía, como si una familia perteneciera, de pronto, a dos países distintos, a dos proyectos opuestos, a dos maneras de concebir la vida.

Esta separación absurda nos coarta, nos atora, nos envilece. Ya llevamos 229 años así y aún no logran borrar nuestra identidad, seguimos siendo inquebrantablemente laguneros, eso si, una mala versión de nosotros mismos. Somos una sombra, un remedo del legendario lagunero cuyo carácter férreo enfrentó a la adversidad con un espíritu pleno de empuje y osadía. Nuestros ancestros eran aguerridos, tenían la firme determinación de establecerse en esta tierra de hombres y mujeres libres e industriosos.

Los que desde 1594 empezaron a forjar el "país de las lagunas" (Felipe II dixit) como aquellos que más tarde, atraídos por la ilusión de progresar, lo arriesgaron todo y se lanzaron a cruzar los mares en barco, a surcar las llanuras a caballo o en ferrocarril, para llegar a su tierra prometida.

Su espíritu flota por nuestra estepa. La Laguna seguirá en pie esperando a que sus hijos se decidan a exigir su reunificación.

Recibimos como balde de agua fría todas las terribles noticias que entretienen al país y nos preguntamos por qué las nuestras no trascienden. Por qué nuestras necesidades, igualmente apremiantes, nuestros desgarradores anhelos de los que depende la salud y el bienestar de nuestros hijos, nuestras urgentes esperanzas, no merecen atención.

Que el muro divisorio no nos divida más. No nos atoremos lamentándonos en el muro de la desolación. Destrabemos con creatividad el nudo gordiano que el pantano burocrático nos impone. Tomemos la determinación de reunirnos, aquí y ahora, por nuestros hijos.

Ánimo laguneros, no olvidemos que por nuestras obras…ya nos conocerán.

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