Hace dos semanas la revista emeequis publicó la reconstrucción periodística de un feminicidio, "El joven que tocaba el piano (y descuartizó a su novia)". Su autor, Alejandro Sánchez, quiso darle un ángulo distinto a la historia y optó por contarla desde la perspectiva del asesino.
¿Cómo es que un joven de apenas 19 años, aparentemente ejemplar, talentoso y prometedor, terminó matando a una mujer? La respuesta es un relato en el que resultan indistintas la voz del periodista y la voz del feminicida, que no brinda mayor contexto y en la que la explicación causal se diluye en que el joven no se reconoce en el acto homicida.
El texto (http: //j.mp/ejqtpdn) provocó mucha polémica, pero al final el propio autor ofreció una disculpa admitiendo el error de haber hecho suyas las palabras del asesino y de haber minimizado a la víctima (http: //j.mp/afclcas). Ocurre, sin embargo, que esa no es la única aberración en el texto: además del problema de la narrativa están el de la contextualización y el de la causalidad.
Por un lado, el relato presenta un homicidio que ocurre en el vacío. Es un suceso sin entorno, un hecho aislado. En ningún momento intenta el autor ubicarlo en un ámbito de significación más amplio, explicitar sus conexiones con el mundo del que forma parte. Salvo cuando refiere de pasada que la víctima vivía en el Estado de México, entidad en la que ocurre el mayor número de feminicidios en el país, no se esfuerza por hacer inteligible el caso en función del contexto en el que está inscrito.
Por otro lado, Sánchez renuncia a dar cuenta de la causa del crimen en tanto que feminicidio. En su narración un hombre normal, incluso admirable, de pronto se convierte en un monstruo: "como si no fueran suyas, las manos de Javier se aferran al cuello de Sandra", "se comporta como si otra persona tomara posesión de él", "es como si no hubiera sido yo". O sea perdón, pero no: perpetrar un feminicidio no es algo que le pueda pasar a cualquiera en una mala tarde, cosa de que se le suba el chamuco. Que el homicida no logre explicar su comportamiento no quiere decir que éste carezca de explicación posible.
Ni los feminicidas son simples "locos" o agentes de una "cultura machista", ni los feminicidios un mero accidente. Son, como han argumentado Nelson Arteaga y Jimena Valdés en un artículo en la Revista Mexicana de Sociología (http://j.mp/csfemnsf), un fenómeno social propio de espacios más o menos marginales en los que la redefinición de los roles de género es percibida como amenazante para la subjetividad masculina y en los que la violencia se ejerce entonces como un medio para castigar a las mujeres que de un modo u otro se afirman como sujetos autónomos.
En ese sentido, "una lectura muy superficial de los feminicidios puede desencadenar la creación de nuevos mecanismos de control social sobre las mujeres. De continuar así, lo que los homicidas quieren con su actuación, su protesta subpolítica y conservadora, estará cristalizándose realmente: regresar al viejo orden, devolver a las mujeres a los territorios donde pueden 'mantenerse a salvo', bajo el cobijo de la autoridad y el cuidado de la familia y, en gran medida, de la tutela masculina. El primer paso para evitar esta complicidad perversa con quienes han optado por privar de la vida a una mujer por su condición de mujer es comprender el contexto social de su actuación y profundizar en las situaciones que desencadenan la violencia homicida. Esto permitiría evitar que el temor irracional a ser víctima se expanda, ocultando las particularidades de los feminicidios y, así, emprender acciones que atiendan las condiciones sociales de su emergencia".
No es que los periodistas deban volverse sociólogos, es que el conocimiento que generan las ciencias sociales es un recurso que puede servir para hacer mejor periodismo.
@carlosbravoreg