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El problema

CUARZO ROSA

El problema

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Cecilia Lavalle

¿Cuándo fue que nos dijeron que las mujeres no debían pensar? ¿Cuándo fue que nos dijeron que para lo único que servíamos era para tener hijitos? ¿Cuándo fue que nos dijeron que calladitas nos veíamos más bonitas? ¿Siglo V, XIII, XVIII? ¡No! ¡Siglo XXI! ¡Lo siguen diciendo!

Ahí estaba mi amiga frente a un jefe disgustado, porque las cosas no habían salido como el señor esperaba. “¿Sabes cuál es tu problema?, le dijo, “tu problema es que piensas”. Tal vez pudo haber dicho que el problema fue que no hubo la adecuada comunicación, que se interpretaron mal sus órdenes, que mi amiga tomó decisiones equivocadas; incluso, pudo haber dicho que ella debía limitarse a cumplir sus órdenes al pie de la letra. Pero no, no dijo eso; no quiso decir eso.

Desde el trono que ocupa con su descomunal machismo, quiso dejar bien claro que él es un emisario de los dioses del Olimpo; o mejor aún, es uno de esos dioses, porque comenzó su perorata con “¿Sabes cuál es tu problema?”. ¡Oh!, amo y señor, desde su magnífica y extraordinaria sapiencia, decidme, ¿cuál considera usted que es mi problema?

Supongo que eso le hubiera encantado oír, pero como mi amiga guardó silencio, el hombre que, desde luego se asume con una superioridad más allá de la jerarquía que le da el puesto, se apresuró a emitir el veredicto: “¡Que piensas!”.

Ya en el siglo I d.C., Juan Damasceno opinó que: “la mujer es una burra tozuda”. En el siglo XVI, el rey de Inglaterra, Enrique VII, sentenció: “los niños, los idiotas, los lunáticos y las mujeres no pueden y no tienen capacidad para efectuar negocios”. En el siglo XIX, el influyente filósofo alemán Arthur Schopenhauer, para no andarse con amabilidades, decidió que la mujer era “retrasada en todos los aspectos, falta de razón y de verdadera moralidad”.

Y para que no quede duda, parece que fue el filósofo Pierre J. Proudhon quien afirmó que éramos “animales de cabello largo e ideas cortas”, es decir, no importaba si pensábamos o no, de todas formas todo lo que pensáramos era una estupidez. Éstas y otras ideas influyeron decisivamente en la vida de las mujeres. En México, por ejemplo, influyó en nuestro tardío ingreso a la secundaria.

Manuel Cervantes, director general de primarias en el siglo XIX, argumentaba así su oposición al ingreso de las mujeres a ese nivel escolar: “no soy de los que creen que el cerebro de la mujer es capaz de llegar a trabajos intelectuales de primer orden”. Y de manera romántica, en el siglo XX, José Ortega y Gasset escribió: “el fuerte de la mujer no es saber sino sentir. Saber las cosas es tener conceptos y definiciones, y esto es obra del varón”.

Total, nos repitieron hasta el cansancio que lo nuestro era callar y obedecer, sentir y no pensar, que en realidad la naturaleza nos había hecho idiotas. Sin duda, el jefe de mi amiga es descendiente directo de todos estos.

Mi amiga, tras escuchar a su jefe, se levantó y se fue de esa oficina. Al día siguiente, entregó su renuncia por escrito en la que, palabras más o menos, le decía: “que piense no es «mi» problema, en todo caso, es un problema para los hombres como usted, y ése es «su» problema”.

Mientras le aplaudía, me acordé de una frase pronunciada por la congresista estadounidense, Patricia Schroeder: “Tengo un cerebro y un útero, y utilizo los dos”. Apreciaría sus comentarios.

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