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El Síndrome de Esquilo

EL ORO RESIDUAL

El Síndrome de Esquilo

El Síndrome de Esquilo

VICENTE ALFONSO

Corría el verano de 1993 cuando leí por primera vez Cien años de soledad. Yo tenía entonces dieciséis años y vivía aún en casa de mis padres. Me recuerdo pasando una página tras otra, a altas horas de la madrugada, hasta llegar al final de la novela. Como es bien sabido, una de las obsesiones que se trasmiten de generación en generación entre los Buendía es hallar la fórmula para convertir el plomo en oro. Recuerdo cuánto me sorprendió leer que, empeñado en descubrir ese secreto, el último de los Buendía se topa con otro mucho mayor: un secreto que le explica su propia vida.

Contagiado por las obsesiones de los personajes, me dio por indagar acerca de la alquimia. Aprendí que para algunos practicantes de este viejo arte existe cierta correspondencia entre los elementos concretos y el cuerpo del alquimista. Cuando en alquimia se habla de "mercurio" en realidad se habla del espíritu, y cuando se habla de "fuego" en realidad se habla de sangre. El horno donde se lleva a cabo la fusión de los elementos, llamado atanor, simbolizaría el cuerpo del alquimista. De acuerdo con esa escuela, quien practica la alquimia debe atravesar por una serie de experiencias interiores antes de verse transformado. Dicho de otra manera, los alquimistas genuinos no persiguen el oro: éste sería una especie de beneficio secundario que deriva de la búsqueda. Un residuo valioso.

He recordado esto durante la semana porque estuve leyendo otro libro que me devolvió el entusiasmo por trasmutar el plomo en oro: en esta ocasión es un poemario llamado Liber Scivias, con el que la autora, Claudia Posadas, obtuvo el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2009. Publicado en 2010 por el Coneculta- Chiapas, el libro me llamó la atención porque hace tiempo leí algunos trabajos de una periodista que firma con el mismo nombre, y quedé encantado con una crónica hecha en Colombia y una entrevista con el novelista argentino Tomás Eloy Martínez. "Debe tratarse de un caso de homonimia", me dije seguro de que difícilmente alguien podría combinar el frenético ritmo del periodismo cotidiano con la paciencia del poeta que abreva en la tradición de siglos. Para mi sorpresa, ambas Claudias son la misma persona.

Dispuesto en tres secciones, Liber Scivias nos remite a distintas épocas en que los seres humanos dedicaban la mayoría de sus esfuerzos a encontrar la consonancia entre dos universos: el externo, compuesto por todo aquello que nos rodea, incluidos los cuerpos celestes, y el interno, formado por todo aquello que sentimos y pensamos. Tal vez por eso en muchos de los 42 poemas que integran el libro hay elementos constantes: la piedra-cuarzo de la suerte, el reloj de arena, una casa en el bosque, luciérnagas, campanas. Hay también muchos elementos que no por intangibles pesan menos: amor y solidaridad, sí, pero también odio, miedo, angustia.

Constante a lo largo del poemario, el sujeto de la enunciación lírica es una mujer que intenta superar un duelo: "me descubro uniendo los trozos de un espejo aunque ninguna pieza encaje con la otra", nos dice en la página 49. Nosotros, lectores, observamos la bitácora de ese viaje que logra trasmutar en arte los dolores del pasado.

En Liber Scivias la alquimia es un símbolo de la creación artística: nos recuerda que vamos del clasicismo a lo experimental y otra vez al clasicismo en un movimiento pendular. Acaso por esa intención de unificar los contrarios encontramos en estas páginas citas de San Juan de la Cruz y de Jorge Teillier, de Enriqueta Ochoa y de antiguas canciones catalanas. La supernova y la fusión coexisten aquí con el ángelus y la música de las esferas.

Después de leer este poemario me queda la certeza de que es producto de un viaje profundo, intenso, largo: aquella serie de experiencias interiores a las que debía someterse el alquimista en su búsqueda constante. Como el oro debía quedar en el atanor luego de la transformación, este magnífico poemario queda para dar testimonio de las variadísimas lecturas y exploraciones de Claudia Posadas, poeta y periodista que seguramente no terminará aquí su viaje.

Comentarios: vicente_alfonso@yahoo.com.mx

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