El Síndrome de Esquilo
"El que come y canta, loco se levanta" me advertía mi abuela cuando de niño me llamaba a la mesa y yo llegaba con un libro. Y desde entonces me pregunto ¿será posible que alguien se vuelva loco leyendo? ¿Que ciertas lecturas despierten en nosotros tanta angustia, tantos conflictos de identidad? En El difunto Matías Pascal, Luigi Pirandello parece afirmar que sí: el protagonista de esta novela trabaja como bibliotecario, y en el capítulo cinco de la novela dice: "de esa suerte leí de todo un poco, a la buena de Dios, pero, por lo general, libros de filosofía (...) a mí me echaron a perder el cerebro, que ya de mío lo tenía desquiciado". En El Príncipe y el Mendigo, Mark Twain escribió que el pequeño pordiosero al que todos toman por loco "a menudo leía los libros de un viejo sacerdote y le hacía explicárselos y explayarse. Poco a poco, sus sueños y lecturas operaron ciertos cambios en él".
Estos personajes, cuyas identidades han sido trastocadas por la lectura, nos recuerdan el caso más célebre de un personaje incapaz de discernir entre la realidad y los libros: Alonso Quijano, alias Don Quijote. Al final del capítulo II de la segunda parte del libro, Sancho Panza se sorprende al enterarse, por boca del bachiller Sansón Carrasco, de que la historia de su patrón circula en forma de libro bajo el título de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Aparecen allí no sólo don Quijote, Sancho Panza y la señora Dulcinea; se cuentan además cosas que han pasado a solas el caballero y su acompañante. ¿Cómo puede ser?, se pregunta el escudero. Don Quijote, acostumbrado a ver por todas partes signos de encantamiento, responde: «Te aseguro, Sancho, que debe ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia, que a los tales no se les encubre nada de lo que quieren escribir». Y sin embargo, el capítulo termina cuando, aguijoneado por la curiosidad, el caballero envía a Sancho a buscar al bachiller para oír de primera mano sus aventuras puestas en libro.
Don Quijote, loco genial, deduce que si su historia se ha convertido en libro debe ser por obra de algún sabio entendido en cosas de magia. Llama la atención que en su locura sólo haya una disyuntiva: la posibilidad de que el sabio autor sea amigo o enemigo de los seres que narra. Al saberse personaje y cuestionar a su autor, don Quijote da el salto a la novela moderna. Con el hecho de asumirse como amigo o enemigo de quien lo está construyendo en el papel, el hidalgo altera el rumbo natural de la anécdota escrita, pues pone al mismo nivel al escritor y a los personajes.
Tampoco aquí la intrusión de los libros es un recurso gratuito: las ficciones nos permiten mitigar el encierro del yo para vivir una vida distinta a la que llevamos. Nos permiten ver el mundo a través de otros ojos. Sí, los novelistas parten de la realidad para recrearla, pero por realista que sea, la literatura nunca será como los hechos. Las novelas y los cuentos están hechos de palabras, transmiten una visión de la realidad y no la realidad. Esto pone sobre la mesa una de nuestras invenciones más maravillosas: la ficción literaria.
En el fondo, la razón de ser de las ficciones literarias es permitirnos mitigar el encierro del yo para vivir vidas distintas. Las novelas y los cuentos son la oportunidad para ver el mundo a través de otros ojos: apreciamos otros detalles, son otras las reacciones de los personajes que deambulan por las páginas. Los novelistas parten de la realidad para recrearla; no obstante, por realista que pretenda ser la literatura, jamás podrá ser como los hechos. Dado que las ficciones literarias se construyen con palabras, transmiten una visión de la realidad y no la realidad, pues ésta nos llega filtrada a través de unos sentidos, y ordenada por una razón, matizada por una experiencia. Esta visión implica atender algunos estímulos y descartar otros. En la literatura se revela la condición irrepetible del ser humano: nadie, sino Cervantes, podría escribir El Quijote. En un célebre cuento de Borges un hombre del siglo XX logra escribir idénticos, letra por letra, los capítulos IX y XXXVIII de la primera parte. Para lograrlo, su método consiste en conocer bien el español, recuperar la fe católica, guerrear contra los moros, olvidar la historia de Europa entre 1602 y 1918.
En otras palabras, debe ser Miguel de Cervantes para tomar una por una las mismas decisiones que trescientos años antes tomó el autor original: escoger las mismas palabras, las mismas anécdotas y las mismas herramientas literarias. Pero eso implicaría tener también los mismos miedos y las mismas obsesiones. Tal vez por eso William Faulkner escribió: "un libro es la vida secreta, el oscuro hermano gemelo de quien lo escribe".
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