El Síndrome de Esquilo
En las últimas semanas he visto dos películas muy parecidas: ambas cuentan la historia de dos familias cuyas vidas se cimbran repentinamente cuando se enteran de que uno de sus hijos en realidad no lo es, pues una investigación revela que al nacer fue intercambiado en el hospital por el bebé de otra pareja. En estos casos surge de inmediato la pregunta: ¿Qué debe hacerse: permitir que el niño siga con los padres que le han criado, con quienes le unen lazos afectivos, o restituirlo con sus padres biológicos? ¿Puede más la convivencia o la sangre?
En el caso de "De tal padre, tal hijo", producción japonesa de 2013 dirigida por Hirokazu Kore-eda, el error se descubre cuando los niños tienen seis años y apenas están construyendo su personalidad. Los pequeños han sido criados por familias de condiciones socioeconómicas muy distintas, lo que propicia una reflexión acerca de las diferencias y similitudes entre las clases sociales japonesas y la forma en que se establecen las metas familiares.
La otra película lleva el conflicto mucho más lejos. Se llama "El hijo del otro", y es una producción franco-israelí dirigida por Lorraine Levy. El conflicto se sitúa en Israel: nacidos en un hospital de Haifa dieciocho años atrás, durante una noche de bombardeos, los protagonistas son dos muchachos que no tienen casi nada en común: conocemos primero a Joseph, judío que sueña con ser cantante de rock y que es hijo de un coronel del ejército israelí. Después vemos a Yacine Al-Beezaz, palestino que recién ha concluido el bachillerato en Francia y cuya motivación para estudiar medicina es construir un hospital en Cisjordania donde su familia vive en condiciones de pobreza. Descubierto el intercambio, nos topamos con situaciones que cuestionan la identidad y las creencias no sólo de los muchachos, también de sus familias: "soy mi propio enemigo y aún así debo amarme", sentencia uno de los protagonistas en un momento clave. "Entonces todo se reduce a la misma pregunta: ¿a dónde pertenecemos?", se cuestiona el otro.
Aunque no ocurre con frecuencia, existen casos documentados de bebés intercambiados al nacer. La situación acaba de presentarse el año pasado en Argentina, específicamente en la ciudad de San Juan: María Lorena Gerbeno, una abogada de 37 años que dio a luz el 30 de septiembre, tenía razones para sospechar que la niña que le fue entregada en la clínica no era su hija. Según publicó el diario argentino Clarín, para poder hacer una prueba de ADN tuvo que inscribir en el Registro Civil a la bebé que no era su hija. Al confirmar que la menor no era su hija, Gerbeno y su esposo presentaron una denuncia ante la policía para empezar la búsqueda de su verdadera hija. Así se supo que el 30 de septiembre habían nacido en la misma clínica que su hija otros cuatro bebés, de los cuales dos fueron varones, por lo que tres familias quedaban involucradas en el cambio de niñas. Al final, tras practicar análisis de ADN a las otras dos familias, Gerbeno y su marido pudieron reencontrarse con su hija.
Como motivo literario, la situación da para mucho. Mark Twain la desarrolló en 1894 en La tragedia de Puddnhead Wilson, novela por muchas razones adelantada a su tiempo. En este libro, una mujer intercambia dos bebés de cinco meses que pertenecen a clases sociales distintas "por ficciones de la ley y la costumbre". Uno de los niños es hijo de una esclava y por lo tanto está destinado a ser esclavo también, el otro es heredero de una poderosa familia. Sus destinos se tuercen cuando la esclava que cuida de ambos decide intercambiarlos. La sustitución se descubre muchos años después, conmocionando al pueblo entero. Con esta novela, Twain deja en evidencia los prejuicios de su tiempo y además nos permite entrever algo que difícilmente veremos cuando estos casos ocurren en la vida real: qué pasa por la mente de quien, en un momento de debilidad, se atreve a cambiar el destino de dos personas y de dos familias.
Twitter: @vicente_alfonso