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El Síndrome de Esquilo

JOSé EMILIO PACHECO, AUTOR PROHIBIDO

El Síndrome de Esquilo

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VICENTE ALFONSO

Para mí, de niño, José Emilio Pacheco era un autor de pasquines terribles, llenos de atrocidades inconfesables. Tenía apenas seis años cuando entraba en conflicto cada vez que repasaba algún pasaje de "Las Batallas en el Desierto", historia que generaba en mí una oscura fascinación. Simplemente no podía dejar de leerla. Estaba lejos, lejísimos de saber que se trataba de uno de los mejores autores de nuestra lengua. Para mí era un autor prohibido, un capitalino Marqués de Sade que ambientaba sus historias en la Colonia Roma. Así se lo comenté alguna de las pocas veces que tuve el privilegio de conversar con él, específicamente el 14 de abril de 2009.

Ese día yo era uno de los seis invitados a participar como charlista en el homenaje que la Cátedra Alfonso Reyes, auspiciada por el Tecnológico de Monterrey, le organizó al maestro por sus 70 años de vida. Las actividades se llevaron a cabo en Puebla (participaron también Eduardo Langagne, Glafira Rocha, Mario Bojórquez, Emmanuel Carballo y Jorge Fernández Granados).

A Glafira Rocha y a un servidor nos tocó abrir las actividades con una charla sobre la narrativa del maestro. Comentamos, entre otros de sus títulos, Morirás Lejos, El Viento Distante y El Principio del Placer. Fue una experiencia muy memorable por muchas razones. Quizá la primera de ellas es que en el auditorio, sentado en primera fila, estaba don José Emilio. Durante mi intervención mencioné algo que para entonces ya había dicho muchas veces antes: que en definitiva no coincido con los críticos que han visto en la nostalgia el motor que impulsa las historias de este autor. La nostalgia, según la Real Academia, es una "tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida".

No hay felicidades disipadas en la obra de Pacheco: sus historias son viajes al pasado, pero al horror del pasado. Al narrar, los personajes no añoran tiempos diluidos, antes bien tratan de exorcizar los fantasmas que aún quedan de entonces. "Si, en opinión de mi mamá, esta que vivo es la etapa más feliz de la vida, cómo estarán las otras, carajo", concluye Jorge, el desencantado protagonista de El Principio del placer (p. 55). Aún más claro es Carlos, el personaje que cuenta Las Batallas en el Desierto: "Se acabó esa ciudad. Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa: de ese horror quién puede tener nostalgia." (p. 68).

Pero si no hay nostalgia, ¿qué hay en la obra de Pacheco? La violenta belleza del despertar al mundo adulto. Los personajes-niño son tildados de menores precoces y curiosos, pero ¿qué niño no lo es? Yo, al menos, lo fui. Y aquí entra la explicación de por qué veía en el maestro José Emilio a un autor prohibido: como una suerte de amuleto, del mismo modo que los groupies llevan sus antiguos discos de acetato a los conciertos de los Rolling, yo llevaba el primer ejemplar que tuve de Las Batallas en el Desierto. Es un ejemplar que mi padre me regaló cuando tenía cinco años: una versión de monitos impresa en un papel corriente, una especie de libro vaquero con alto voltaje literario. Frente al maestro conté cómo de niño mi abuela me regañaba por leer "esas vulgaridades", pues creía que estaba leyendo una de las historias baratas que se venden por millones a lo largo del país. Si me veía con la historieta en las manos, me la confiscaba. Así pues, crecí pensando que José Emilio Pacheco era el nombre de un autor prohibido al que había que leer a escondidas. Con los años pude darme cuenta de que las pesquisas de mi abuela tuvieron excelentes resultados, pues desde entonces soy lector constante.

Generoso y sencillo, el maestro Pacheco dijo que en efecto no había escrito aquellos cuentos y novelas con intención nostálgica. Conversamos un buen rato después del homenaje: le gustó saberse leído por un niño menor que el protagonista de su novela, y disfrutó saber que, durante años, un ejemplar de sus Batallas viajaba de contrabando en la mochila de un escolar como un tesoro privado y personal. Aún hoy, esa vieja historieta está en mi estudio dedicada por su autor, un hombre sabio cuya partida, ocurrida el pasado 26 de enero, sí nos llena de nostalgia a miles de lectores. Descanse en paz.

Twitter: @vicente_alfonso

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