El Síndrome de Esquilo
Cuando elegimos el destino para un viaje, cuando preparamos la comida o la música para una reunión, cuando escogemos la indumentaria para una boda, de algún modo estamos llevando a cabo una "Composición de Lugar". Rescato el término de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola. Disponiendo el sitio, nos preparamos a nosotros mismos para experiencias que aspiramos a calificar como "inolvidables". No obstante, ignoramos qué momento, cuál comentario, cuál imagen quedará grabada en nuestra memoria como un estímulo encadenado para siempre al hecho, tal como aquel panecillo remojado en té catapultaba a Proust a una escena de su infancia. Porque más que reproducir, ya lo hemos dicho aquí, la memoria inventa. Recategoriza. Reorganiza. De allí que jamás coincidan del todo los recuerdos de quienes atestiguaron un hecho común.
Me ha dado por recuperar este concepto, el de la composición de lugar, porque el sábado pasado familiares, amigos y lectores de Federico Campbell nos congregamos en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, en la Ciudad de México, para rendir homenaje a la memoria del Maestro a dos semanas exactas de su muerte. La mesa estuvo conformada por su hijo, Federico Campbell Peña, por su queridísima esposa Carmen Gaitán, por el poeta David Huerta y por Fernando Macotela, quien además de ser director de la Feria del Libro era amigo de Campbell desde los años de juventud.
La ceremonia comenzó con una evocación que hizo Macotela, quien recordó que los primeros esfuerzos literarios de Campbell dieron como fruto un libro titulado Infame Turba, colección de entrevistas a escritores publicado en 1971. En este volumen están contenidas sus conversaciones con otros autores como Juan Marsé, Manuel Vázquez Montalbán y Jaime Gil de Biedma entre muchos otros.
Federico Campbell Peña mencionó que, en 1978, su padre lo llevó a la inauguración de la Feria del Libro del Palacio de Minería: "A partir de ese año vinimos juntos, y ahora me parece increíble subir las escaleras y ver su nombre en las listas de los autores fallecidos a quienes recordamos con cariño. Gracias por estar acá. Mi papá está aquí, escuchándolos, no tengo la menor duda".
David Huerta, uno de sus amigos más entrañables, recordó que además de ser un hombre de letras, el autor de Pretexta fue un excéntrico en el mejor sentido de la palabra, es decir, un hombre de muy diversos intereses.
"Siempre me llamó la atención que este tijuanense fuera tan universal", dijo Carmen Gaitán en su intervención: "Leyó los estantes del mundo y viajó muchísimo, pero al mismo tiempo siempre tuvo esa fascinación por el norte, por acercar las voces del norte a los espacios del centro del país". Después, de manera muy espontánea, la reunión dio paso a que amigos, colegas y aprendices compartieran con los asistentes algún recuerdo relacionado con el autor de Tijuana.
Sé que este ejercicio le hubiese conmovido particularmente al Maestro, pues la manera en que se construye la memoria es uno de los misterios centrales en su obra. Sabía el hijo del telegrafista que para forjar un recuerdo no sólo se requiere un sitio físico: también es preciso disponer las ideas en un orden que propicie el efecto deseado. Eso hermana a los escritores con los músicos, pues ambos ejercen su oficio combinando sonidos y silencios: la frase necesaria en el momento justo detona determinada pregunta o conclusión. Ya fuese en sus libros o en su columna semanal, Campbell combinaba sonidos y silencios invitándonos a entrar en el ritmo mental del otro, a debatir con él, a calzarnos los zapatos ajenos para hacer más amplio el lugar donde vivimos. Para hacerlo utilizó siempre, con la asombrosa precisión del sastre, las herramientas de la retórica. Así contribuyó a forjar una memoria que será muy difícil borrar. Acaso fue él quien mejor definió esto cuando escribió: "Si de algo sirve la literatura es de herramienta para establecer conexiones, organizar los pensamientos y las ideas. No tiene otro propósito".
Twitter: @vicente_alfonso
