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El Síndrome de Esquilo

EMBAJADA DE LA LAGUNA EN EL DF

El Síndrome de Esquilo

El Síndrome de Esquilo

VICENTE ALFONSO

"Llegué aquí hace tres años, en primer lugar porque en Torreón no había oportunidades de trabajo. En segundo lugar por la inseguridad: allá no había nada qué hacer, no había a dónde salir, y me ofrecieron una chamba acá", responde Ana Cristina Alarcón cuando le pregunto por qué decidió mudarse al Distrito Federal. Uno pensaría que para esta muchacha, que ganó el Premio Estatal de Periodismo cuando apenas tenía 22 años, había un futuro promisorio en La Laguna. Pero lo cierto es que no lo hubo.

Para nadie es un secreto que nuestra Comarca vive tiempos difíciles. Que azotada por una ola de violencia que no acaba de pasar y agobiada por una megadeuda ilícita heredada por el anterior gobierno del estado, la lucha por la vida se ha complicado en los márgenes del Padre Nazas. Y como resultado, miles de paisanos han decidido buscar nuevos horizontes.

La conversación se desarrolla en La Lagunita, un pequeño restaurante que Ana Cristina y su novio, Jesús Badillo, abrieron hace apenas un par de meses. Restaurante que podría calificarse ya como la embajada de Torreón en el DF. Ubicado en el 181 de la avenida Patriotismo, al poniente de la Ciudad de México, es un local con no más de diez mesas decoradas con motivos norteños: huacales en miniatura, cactos y biznagas que caben en la palma de la mano. No obstante, no es la decoración lo que hace que los laguneros en el exilio se reúnan aquí, sino que el menú consiste en gorditas al estilo Torreón: de asado, picadillo, tinga, chilaca con queso, chicharrón y hasta pollo encacahuatado. Menú que hace poco era imposible encontrar en la capital.

Con apenas un par de meses funcionando, el local se ha convertido en un espacio de encuentro para los laguneros en la llamada ciudad de los palacios. No es extraño escuchar aquí una cumbia de Los Chicos de Barrio, o los acordes de una polka bien desgranada por un trío norteño. Tampoco es raro ver en las pantallas un juego del Santos Laguna. Es por eso, por las gorditas y por el ambiente, que el pequeño restaurante va construyendo una sólida clientela de laguneros en el exilio.

La fundación del sitio es tan natural que resulta un claro ejemplo del carácter torreonense: "Ambos trabajamos en producción de comerciales, y cuando teníamos invitados en casa les preparábamos gorditas para que probaran un poco de mi tierra", recuerda Ana Cristina, y su novio complementa: "Como a todos les encantaban, empezaron a pedirnos que las preparáramos cada vez en mayores cantidades, para ofrecerlas como comida durante la filmación de comerciales. De pronto, ya estábamos haciendo planes para montar el restaurant".

Yo me enteré de que La Lagunita existía por las redes sociales, en concreto a través de "Laguneros en el DF", un grupo de facebook que tiene más de novecientos miembros activos, paisanos errantes casi todos. Gracias a esta red, los laguneros en el laberinto compartimos informaciones de muy distinta naturaleza: lo mismo consejos para lavar la ropa que invitaciones para comer discada, otra delicadeza norteña que no se consigue en la capital. Circulan también ofertas de trabajo, opciones para rentar departamentos, consejos para viajar a Torreón y de regreso. Una muestra tangible del espíritu solidario que florece en este desierto.

Un buen número de laguneros en el exilio suele reunirse los domingos por la mañana en La Lagunita. De pronto, en esas tertulias espontáneas comienzan a circular historias nostálgicas, pues casi todos tienen familia allá. Algo tiene de terapéutico encontrarse con paisanos para contrastar vivencias, buenas y malas: "Intercambiamos historias acerca de las balaceras que nos tocaron, de cómo allá los niños se acostumbraban a vivir con miedo, que no se podía salir en la noche", nos cuenta Ana Cristina. Y eso tampoco es extraño: de un tiempo acá, los torreonenses sabemos que es así, con información que fluye de boca en boca, como nos enteramos de historias que de otro modo jamás conoceríamos. Historias duras, a veces increíbles. Lo malo es que a veces la realidad se encarga de confirmarlas.

Twitter: @vicente_alfonso

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