Los países miembros de la Eurozona están todavía lejos del final de sus pesadillas económicas. Los mercados financieros, no obstante, actúan como si esas pesadillas fueran cosa del pasado. La realidad es que los factores fundamentales que les dieron origen siguen vigentes.
Es por ello que el Banco Central Europeo (BCE) se ve obligado a mantener bajas las tasas de interés y aplicar medidas más agresivas de relajamiento cualitativo por varios años más. Esto, sin embargo, no garantiza que se regresará a un crecimiento económico sano sin sobresaltos futuros para la sobrevivencia del euro como lo conocemos ahora.
Hoy la tasa de interés de referencia del BCE es de 0.05 por ciento, y en vez de pagar una tasa positiva por los depósitos de los bancos comerciales, les cobra un 0.2 por ciento. Estas medidas se aplicaron el mes pasado, apenas tres meses después de un paquete histórico de estímulos que a la postre probó ser insuficiente para las necesidades de la eurozona.
Luego se anunció un programa de relajamiento cuantitativo similar al que aplicó Estados Unidos por varios años, pero el BCE lo instrumentará con un alcance mucho más limitado. Sólo comprará instrumentos de deuda privada con respaldo de activos, pero no hará algo similar con los instrumentos de deuda de los gobiernos soberanos.
La toma de decisiones por parte de las autoridades monetarias europeas desde que comenzó la crisis financiera ha sido tan lenta que para cuando actúan ya tienen que pensar en ampliar el alcance de sus medidas. Esto ha contribuido a que no logren evitar el peligro, cada vez más cercano, de caer en deflación.
Esta posibilidad seguramente aterra a los gobiernos de la eurozona, pues sus países no quisieran pasar por las penurias que aquejaron a Japón, en una situación similar, por más de dos décadas. Esto es más preocupante para economías muy golpeadas como Grecia y España, a las que aun sin deflación todavía les esperan varios años de sacrificios dolorosos.
La debilidad de la zona del euro, sin embargo, no tiene su origen en la crisis financiera, sino en su diseño fiscal y en obstáculos estructurales que limitan su competitividad. En ese contexto la impresión de dinero por parte del BCE para alentar la demanda no desaparecerá las limitantes fiscales ni resolverá los problemas estructurales de la eurozona.
Por un lado, la sobrevivencia del euro en el largo plazo dependerá de la disposición de los políticos de los diferentes países miembros para renunciar a su "independencia" fiscal, subordinando los presupuestos nacionales a un órgano central de la eurozona. Esto es más fácil decirlo que hacerlo.
Por otro lado, los países de la eurozona tienen que realizar diversas reformas estructurales que aumenten su competitividad, que para algunos son más urgentes y variadas que para otros. Por ejemplo, uno de los problemas más severos se encuentra en mercados laborales poco flexibles, donde los costos de mano de obra han crecido más rápido que la productividad.
El rezago de la productividad, sin embargo, no es exclusivo de las naciones europeas. En América Latina, incluyendo a México, ha sido un mal endémico por décadas. Sin embargo, en nuestro caso una salida natural para abaratar la mano de obra es la devaluación de la moneda, opción que no existe para los países individuales de la eurozona.
Todos ellos corren la misma suerte con el euro, lo que les impide aplicar unilateralmente correcciones monetarias como lo es una devaluación. Esto obliga a dejar la carga completa del ajuste económico sobre las variables reales de sus economías, esto es, sobre la producción y el empleo.
En efecto, su imposibilidad de devaluar la moneda se necesita compensar con reducciones en los salarios reales y reformas que flexibilicen los mercados laborales para facilitar un crecimiento más acelerado y sostenido de la productividad.
En consecuencia, los países europeos no podrán retomar un crecimiento sostenido si sus políticos y poblaciones no están dispuestas a vincular sus políticas fiscales, así como aceptar la ineludible tarea de resolver sus problemas estructurales.
Estos retos, que no son fáciles de superar, representan el talón de Aquiles del euro, que se mantienen vigentes porque existen muchos grupos de interés que se benefician del status quo.
Me temo que esos intereses dominarán las decisiones políticas en los países europeos, por lo que no deberá sorprendernos que en algún momento futuro se intensifiquen los rumores respecto a que algunos miembros de la eurozona se vean obligados a abandonarla.