Ha sido claramente norteamericano el proyecto de extender mucho más allá de sus parámetros originales el acuerdo regional firmado en 2005 por Brunei, Nueva Zelanda, Chile y Singapur hasta convertirlo en una gigantesca área de libre comercio, el más grande del mundo, que abarcaría a la mayoría de los países de la cuenca del Pacífico bajo el proyecto de un Tratado Transpacífico, el TPP.
Hasta el momento somos ya doce los países que participamos en las negociaciones preparatorias representando el 40% del comercio mundial y el 60% de las exportaciones de Estados Unidos. El gobierno de este país desearía que un número mayor se afiliase. Por el momento, el epicentro del proyecto TPP está en las conversaciones norteamericanas con Japón que, de tener éxito, abrirían sus mercados en una acción mancomunada lo que presionaría a los demás a hacer lo mismo.
Si la intención norteamericana es hacer del TPP un contrapeso a la creciente expansión china, esa concepción contrasta con la invitación que Wáshington ha extendido a Beijing siempre que se comprometiera a respetar las reglas del grupo que, naturalmente, serán las mismas que rigen en la Organización Mundial de Comercio donde, por cierto China es miembro.
El viaje que está realizando el presidente Obama a Japón y que continuará a Sudcorea, Malasia y Filipinas tiene muchos propósitos que dicho líder se propone atender. Los tiempos son muy comprometidos con una China que a diario da muestras de su intención de respaldar su expansión económica y política sin límites. La creciente influencia de China es un hecho. La presencia militar de ese país se está sintiendo en la confrontación sobre las islas Senkaku, es un ejemplo.
La fuerza económica de China se está demostrando en las compras que está haciendo en todo el mundo de materias primas agrícolas y minerales para alimentar a su población y sus industrias. En Sudamérica la compra de no sólo de ganado sino de extensiones importantes de terrenos es notoria. La presencia también de sus empresas comercializadoras. En México su proyecto Dragon Mart en Cancún a través de repentinos intermediarios.
Ante estas realidades, los Estados Unidos no son los únicos preocupados. Es primordial para Estados Unidos fortalecer alianzas de seguridad para las que sólo él tiene la capacidad militar para ofrecer tal garantía. La actual visita del Obama a países asiáticos se propone subrayarlo.
En cuanto a la estrategia comercial del TPP, la efectividad de la promoción norteamericana depende de que su Congreso releve cualquier acuerdo que se llegue a firmar de una larga discusión legislativa que podría alterar los términos convenidos con los demás países firmantes. Hasta ahora nadie podría decir si una mayoría de senadores republicanos, tan mal dispuesta a Obama, lo quisiera hacer. La otra realidad que ha venido a complicar el escenario internacional es el brutal empuje de Rusia en el otro frente, el de Europa. Las estrategias que sigue en Ukrania y su anexión sin resistencia de Crimea ponen en aguda alerta a todos los países europeos no solamente por su aguda dependencia de los suministros de petróleo y gas provenientes de Rusia sino por la implicación que ello significa para los países del Báltico, Estonia, Lituania y Latvia, que tienen la llave de la salida de Rusia a mares templados, adicionales al del mar Negro.
A Estados Unidos urge consolidar la hegemonía de que ha gozado a lo largo del Siglo XX en el vasto diorama mundial. El TPP viene a cuento. No sería ilógico que, como país de la cuenca del Pacífico, Rusia también fuese invitada.
Los países latinoamericanos que participamos en el TPP, México, Perú y Chile, tenemos que saber, antes de seguir de frente, si efectivamente ese proyecto va a contribuir a nuestros intereses de desarrollo o si es preferible otro esquema regional, el netamente latinoamericano, el de la Alianza del Pacífico, que también está en la fragua. Es aquí donde debemos centrar nuestras energías que, una vez bien afirmadas, emplearíamos en el gran tablero de ajedrez global donde, por el momento, son otros los que dominan.
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