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Creado para identificar a víctimas de la dictadura militar argentina, el Equipo Argentino de Antropología Forense ha trazado con sus investigaciones, a lo largo de tres décadas, un mapa de esqueletos desenterrados, historias recuperadas y abrazos largamente postergados.
Cuando lo secuestraron no tenía militancia partidaria, pero sí la suficiente historia militante como para que la dictadura militar lo considerara un enemigo. Juan Gelman
La historia del equipo de forenses está fundada en la tristeza, en el pésame incapaz de cicatrizar, dolor sin cruz de olvido o de recuerdo, de aquel que, como en la canción de Con la frente marchita, se pone a gritarle al ser amado, ¿dónde estás?
El EAFF se formó, al menos su núcleo primigenio, en 1984. El objetivo era investigar casos de desaparecidos durante la última dictadura militar (1976-1983) en el país sudamericano. Un año atrás, el presidente Raúl Alfonsín había creado la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep). En 1987 se formó la asociación civil sin fines de lucro denominada Equipo Argentino de Antropología Forense con el objetivo de practicar la antropología forense aplicada a los casos de violencia de Estado, violación de derechos humanos, delitos de lesa humanidad. En 1988 fueron convocados como peritos para excavar en el sector 134 del cementerio de Avellaneda, un suburbio de Buenos Aires donde los militares habían enterrado a cientos de sus víctimas. En aquel momento pocos de los integrantes del equipo tenían más de 22 años de edad. La fosa de Avellaneda permaneció abierta 24 meses y de allí salieron 336 cuerpos, pocos eran los que no mostraban heridas de bala en el cráneo, muchos no habían sido identificados.
Tres décadas después de su primera reunión, los servicios del equipo argentino siguen siendo necesarios en la búsqueda de algo tan insondable como el Arca de la Alianza, tan urgente como una vacuna contra el ébola, el simple consuelo.
PRIMERA EXPERIENCIA
La Conadep recibió cerca de 10 mil denuncias de individuos que se fueron con las fuerzas armadas o de seguridad y ya no regresaron. En 1984, el sistema judicial argentino comenzó a conceder que se hicieran exhumaciones en lugares donde se tenía la certeza de que la dictadura había sepultado a sus víctimas.
La esperanza de los familiares se dio de topes con la inexperiencia de los médicos oficiales y su deficiente manejo de los restos óseos; dichos profesionales manejaban con solvencia los cadáveres, los huesos eran otro cantar. El uso de palas mecánicas no sólo levantó la tierra, también rompió esqueletos, muchos pedazos se quedaron en el hoyo, muchos restos, de distintos individuos, se mezclaron, mucha evidencia (balas, efectos personales) corrió una suerte similar. Las palas y los médicos oficiales, pues, entorpecieron tanto la recogida de información para identificar a los difuntos como el acopio de pruebas para ajusticiar a los victimarios.
El desaseo en el método de extracción y en el trámite que se le dio a los huesos dio lugar a sospechas ampliamente justificadas; se sabía que algunos de los médicos habían sido cómplices, por omisión o comisión, de los crímenes investigados, esto al formar parte del sistema judicial de la dictadura. Era necesaria una alternativa, una opción científica e independiente que respondiera con la mayor certeza posible a las esperanzas de los familiares.
STOVER Y SNOW, INICIO Y EXPANSIÓN
Eric Stover era el director del Programa de Ciencia y Derechos Humanos de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia cuando recibió un llamado de la Conadep y de las Abuelas de Plaza de Mayo; organizó una delegación de expertos forenses y la llevó a Argentina para abrir las bolsas de plástico acumuladas en depósitos cuyo común denominador era el abandono. La primera solicitud de Stover fue que se interrumpieran las exhumaciones hechas al bulto, de modo acientífico.
Uno de los integrantes de la delegación era Clyde Snow, quien volvió al país sudamericano varias veces en los siguientes cinco años, él ayudó a formar el EAAF. Snow, fumador empedernido y bebedor extraordinario, también poseía la etiqueta de científico prestigioso. En su crónica El rastro en los huesos, publicada en la revista Gatopardo y ganadora del Premio Nuevo Periodismo, Leila Guerriero, nos cuenta que Snow había identificado los restos de Josef Mengele en Brasil. También narra cómo reclutó a unos jóvenes estudiantes, sin muchas expectativas de conseguir el éxito profesional, para echar luz en los sepulcros clandestinos, desenterrar los crímenes y reconstruir, así fuera pedazo a pedazo, la posibilidad del abrazo final, de la despedida con un beso en los huesos.
El trabajo para devolver la identidad a los sepultados por la dictadura llamó la atención de organismos internacionales y movimientos sociales en otros puntos del globo. En 1986, el EAAF inauguró su faceta internacional, una que lo ha llevado a alrededor de treinta países en América, Asia, África, y Europa.
El mapa, penoso y revelador, trazado por el equipo argentino nos lleva por destinos como Bosnia, Chile, Colombia, Croacia, Haití, Kosovo, Costa de Marfil, Rumania, Sudáfrica y México. Los crímenes multitudinarios no conocen ni fronteras, ni decimales, son una práctica que se maneja con enteros, y los verdugos dejan a la tierra la tarea de reducir las unidades a quebrados. El empeño no basta, la tarea parece inagotable y los resultados no dejan de ser dolorosamente sorprendentes, de cuando en cuando, incluso, devuelven a los forenses al principio de todo. En 2005, el equipo identificó los restos de Azucena Villaflor, fundadora de Madres de Plaza de Mayo, desaparecida en 1977.
CARNET DE IDENTIDAD
Las misiones de los forenses argentinos parten de un principio fundamental: respetar los deseos de los familiares de las víctimas y de las comunidades en los sitios a los que acuden. En cada lugar en el que inician una investigación, el equipo persigue los siguientes objetivos: establecer la identidad de los muertos, la causa y el modo en que murieron; identificar patrones de violaciones a los derechos humanos; restituir los restos de las víctimas a sus familiares, y presentar los hallazgos y evidencias a las instancias judiciales.
El método del EAAF consiste en revisar los antecedentes del caso, reunir datos de las víctimas cuando estaban vivas y recoger información sobre el lugar de la muerte o de enterramiento.
Ya identificado el sitio, la fosa clandestina, los forenses argentinos utilizan técnicas de arqueología y de criminalística para analizar el terreno, excavar y recuperar restos óseos, proyectiles, vestimentas, efectos personales. El equipo no sólo reconstruye osamentas, también junta una historia, arma un esqueleto con informes escritos, video, fotos y mapeo de la evidencia, registra los progresos, los hallazgos.
Antes del análisis de los restos óseos, los laboratoristas del EAAF toman radiografías, lavan los restos con agua, ya secos les inscriben siglas que identifiquen a todos los fragmentos de un mismo esqueleto. Luego, se aplican las técnicas de la antropología forense. Entre otras cosas se cotejan las dentaduras de los muertos con los registros dentales de los vivos. Recorrer el científico sendero permite (aunque no siempre) establecer la identidad de la víctima y la causa de la muerte. Si el camino conduce a buen destino los restos son restituidos a los familiares de la víctima.
COSTOS Y BENEFICIOS
Integrantes del EAAF han actuado como peritos en tribunales locales e internacionales. Sus historias, las que obtienen a partir de los restos óseos o los casquillos, han contribuido a conseguir tres tipos de resultados: que los responsables de las muertes sean procesados; que alguna autoridad acepte su responsabilidad; que se reconozcan públicamente los abusos cometidos.
En sus misiones, la visión del equipo argentino incluye involucrar, si es posible, a forenses locales en la investigación, para que aprendan. Sin embargo, el EAAF no es infalible y aceptar una misión no significa que vayan a realizarla a toda costa. Su viaje a un destino incluye evaluar cuestiones de seguridad, factores climáticos, recursos disponibles. Este examen puede derivar en el retraso de sus investigaciones por extensos períodos, o en la cancelación definitiva.
Para las pruebas más costosas, los exámenes genéticos, el equipo argentino recibe apoyo de laboratorios en Argentina, Estados Unidos, Gran Bretaña y Uruguay. Su principal respaldo son los servicios donados por el Departamento de Biología de la Universidad de Durham en el Reino Unido. Empero, el número de casos que puede atender es limitado. El EAAF requiere entre veinte y treinta exámenes a nivel genético por año.
El equipo está formado por trece miembros con especialidades en arqueología, antropología física, antropología social, computación y derecho. También tiene un grupo de voluntarios a la mano y una red internacional de profesionales que son invitados con frecuencia a formar parte de las misiones.
Las fuentes de financiamiento para los viajes y gastos son variadas: en algunos casos se toma el recurso de las organizaciones locales o de los organismos internacionales o de las fundaciones que solicitan la ayuda de los antropólogos forenses; en otros -cuando la gente que los necesita no tiene recursos- el EAAF costea por entero la investigación; para ello tiene un presupuesto general construido a partir de donaciones de instituciones o figuras anónimas. En otros más, se combinan recursos de las organizaciones y del EAAF. En todos los casos, el equipo paga directamente los salarios de su personal y no le cobra a los familiares de las víctimas.
El proyecto que busca rescatar la memoria de los deaparecidos tiene una veintena de donantes privados en Europa y Estados Unidos, además, reciben respaldo económico de algunos gobiernos del viejo continente. Curiosamente, a pesar de la nacionalidad que deja en claro su nombre, no tiene apoyo de donantes privados del país sudamericano.
En la relación de donantes institucionales de los últimos años se encuentran la Fundación Ford (oficina de México), el Comité Internacional de la Cruz Roja (Suiza), la Comisión Verdad y Reconciliación de las islas Salomón, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, los gobiernos de Argentina, Bolivia y del Principado de Asturias, entre otros.
En 2007 y 2008 recibió aportaciones de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Chihuahua.
LA EXPERIENCIA MEXICANA DEL EAAF
En su informe sobre México, correspondiente a 2007, el equipo expone que, desde principios de 1993, entre 400 y 500 mujeres jóvenes desaparecieron y fueron encontradas muertas en Ciudad Juárez y Chihuahua capital. El EAAF viajó al norte mexicano para investigar casos tanto de restos sin identificar como de supuestas identificaciones que despertaban sospechas en las familias; las autoridades habían comenzado a entregar los resultados de sus pesquisas, restos incluidos, en 2004. En el caso chihuahuense el equipo argentino trabajó en colaboración con la Oficina de Washington en Latinoamérica, la Oficina del Fiscal General de Chihuahua y las oenegés locales Justicia para Nuestras Hijas y Nuestras Hijas de Regreso a Casa.
El informe detalla que en 2006 los antropólogos forenses exhumaron 28 restos femeninos de cementerios locales, recuperaron cerca de 40 cadáveres, completos e incompletos, de las morgues de Ciudad Juárez y de Chihuahua, y encontraron 27 cajas con restos mezclados en el exanfiteatro del municipio juarense. Varios de los restos de estas cajas estaban incompletos y, según los especialistas argentinos, podían corresponder a los restos de individuos con los que entraron en contacto en las morgues de las dos ciudades.
Desde el comienzo de la misión, en 2005, el equipo recuperó restos de unas 80 personas y realizó análisis de laboratorio a más de 100 restos completos e incompletos. Cuando fue posible hacerlo, el EAAF y sus asesores proporcionaron información sobre la causa de la muerte.
En dos años, reunió muestras de 181 familiares de víctimas que fueron enviadas al laboratorio Bode en Estados Unidos para su análisis genético. Los argentinos consiguieron 24 identificaciones positivas: 19 en Ciudad Juárez y 5 en Chihuahua. Dos casos fueron clasificados como provisionalmente identificados y para los últimos análisis genéticos el equipo esperaba al menos cuatro identificaciones más.
Desde febrero de 2006, los especialistas presentaron varios informes sobre irregularidades en el proceder de los médicos oficiales ante la Fiscal General de Chihuahua. A partir de esas denuncias el jefe forense de la morgue de Ciudad Juárez fue cesado del cargo.
El caso chihuahuense tuvo una peculiaridad poco alentadora: existían más restos por identificar que víctimas declaradas. Los forenses argentinos, en conjunto con oenegés y funcionarios locales, intentaron ampliar la lista de mujeres desaparecidas investigando hechos que no fueron denunciados.
CASO CÉLEBRE
El 8 de octubre de 1967, el grupo del Ernesto “Che” Guevara fue emboscado en la Quebrada del Yuro por el ejército boliviano. El entonces presidente de Bolivia, General René Barrientos, ordenó la ejecución de los capturados. El 9 de octubre “el Che” fue ejecutado en la escuela de La Higuera. Al día siguiente su cuerpo se exhibió públicamente en la lavandería del Hospital de Vallegrande.
Esa noche los militares retiraron el cuerpo y por muchos años el destino de los restos se mantuvo oculto. En noviembre de 1995, un general retirado del ejército boliviano fue entrevistado por el periodista Jon Lee Anderson. En ese diálogo reveló que había participado en el enterramiento de Guevara. El lugar señalado fue una fosa clandestina bajo una antigua pista de aterrizaje en Vallegrande.
El EAAF fue invitado a la búsqueda de los restos. El 28 de junio de 1997 un grupo de forenses cubanos encontró la fosa. Allí estaban, los huesos de Guevara y de seis guerrilleros. Miembros del equipo argentino participaron de la exhumación.
La identificación del revolucionario se hizo a partir de la comparación de los datos físicos entre el Ernesto vivo y sus restos, la información odontológica fue especialmente útil.
En abril de 2007, la revista Letras Libres publicó un texto titulado Operación Che: La Polémica está servida, en el que los periodistas Maité Rico y Bertrand de la Grange criticaron el trabajo de identificación realizado por argentinos y cubanos. El EAAF y los forenses de la isla no hicieron una prueba de ADN a los restos argumentando que la evidencia de que sí era el “Che” era aplastante.
Los autores comentaron que La Habana logró hacer creer a todo mundo que habían encontrado los restos del “guerrillero heroico”. Para Rico y De la Grange la verdadera hazaña fue orquestar un gran engaño. Luego de investigar el caso, los autores concluyeron que ni los restos ni la documentación correspondían al “Che”, se trataba, afirmaron, de otro individuo con características físicas similares.
Para fundamentar sus alegatos, sembraron una duda, después de todo, los cubanos habían tenido el control técnico de la tumba durante tres días, luego llegaron los argentinos a participar en el proceso de identificación. ¿Podrían haber manipulado la fosa?
EAAF RESPONDE
Alejandro Incháurregui, uno de los fundadores del EAAF, había tomado parte en la búsqueda e identificación de los restos del “Che” Guevara y dio respuesta a las críticas de Rico y De la Grange. Explicó que compararon la información del guerrillero vivo con los datos extraídos del esqueleto. Las características físicas estaban claras: el sexo, la estatura -en vida medía 1,75 metros-, la edad, las lesiones que había sufrido en vida y que dejaron su marca en los huesos. Los forenses, además, disponían de un par de moldes de yeso de las dos arcadas dentarias superior e inferior, y tenían fotografías muy ampliadas de los detalles odontológicos del “Che”. Según Incháurregui, los registros dentales son como una huella dactilar.
Incháurregui afirmó que los periodistas Rico y De la Grange se comportaron de un modo miserable ya que trataron a los del EAAF como unos estúpidos al decir que, de buena fe, habían confundido la identificación positiva. A raíz de esa polémica, se hizo un examen genético de los restos y el resultado fue positivo.
La identificación, pues, no siempre requiere llegar a las profundidades del análisis genético, a veces basta con el proceso en el que se cotejan los datos físicos de las personas desaparecidas con los de huesos desenterrados. En ellos, los forenses argentinos no sólo encuentran marcas para determinar la edad, el sexo y la estatura de las víctimas, también hay otro tipo de señales, las que dejan ciertas enfermedades, algunos tratamientos, las anomalías y las lesiones. La dentadura como huella digital, quiere decir que los especialistas del EAAF toman la radiografía de un tratamiento odontológico aplicado a una persona antes de su desaparición y la comparan con los rayos equis de la misma pieza dental de un esqueleto, si los registros coinciden, el esqueleto recupera otra de las cosas que se pierden en la sepultura clandestina: el nombre que la persona tuvo en vida.
AYOTZINAPA
Los forenses argentinos regresaron a México, en nueva misión, a partir de una petición hecha por los familiares de los 43 jóvenes desaparecidos en Iguala, Guerrero, y de organizaciones civiles de alcance estatal y nacional como el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, Servicios y Asesoría para la Paz y el Centro Regional de Derechos Humanos José María Morelos y Pavón.
“Cuando surgió la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, los familiares pensaron que les podíamos dar tranquilidad", declaró a medios mexicanos el presidente del equipo, Luis Fondebrider.
La coordinación del grupo de diez personas (antropólogos, arqueólogos, especialistas en balística y biología) que investiga el caso desde el 5 de octubre pasado se realiza desde Buenos Aires. Los especialistas llegaron desde Argentina, Estados Unidos, Francia, Colombia y Uruguay bajo el mando de una de las fundadoras del EAAF, Mercedes Doretti. La Procuraduría General de la República, a cargo de Jesús Murillo Karam, aceptó que el equipo argentino se encargara del peritaje independiente en las pesquisas sobre la desaparición de los estudiantes.
Los forenses foráneos pidieron paciencia a los familiares. Su argumento es que los tiempos de la ciencia son lentos, y mucho más lentos si se les compara con el ansia de respuestas de las familias.
Luego de las primeras indagaciones, el procurador Murillo salió a los medios a afirmar que los peritajes de la PGR y los emitidos por el equipo extranjero eran “todos coincidentes”. En una entrevista con Reuters en la capital argentina, Fondebrider se mostró contrario al entusiasmo del procurador. Dijo que el EAAF no había recibido los estudios que las autoridades mexicanas habían llevado a cabo para identificar los restos extraídos de fosas clandestinas en territorio guerrerense.
El miembro fundador solicitó al gobierno mexicano entregar los dictámenes de exclusión identificatoria practicados en los restos hallados en Cerro Pueblo Viejo y los familiares de los estudiantes. También requirió los dictámenes de identificación realizados en cuatro de los restos de Cerro Viejo con personas que no estaban relacionadas con los normalistas.
Para dejar más claro su punto, el pasado 11 de noviembre el EAAF emitió un comunicado en el que difundió que no había encontrado coincidencias entre 24 de los restos recuperados en Cerro Viejo y los 43 estudiantes. Luego, asentó que sus integrantes seguían trabajando en la identificación de los restos al mismo tiempo que los peritos oficiales. Los 24 restos fueron objeto de genético análisis en el Laboratorio The Bode Technology Group, ubicado en Estados Unidos.
La acción del fuego impidió que el EAAF analizara las muestras halladas en un basurero de la localidad de Cocula, lugar donde habrían sido incinerados los estudiantes según la versión difundida por la PGR. Por recomendación del equipo argentino, estos fragmentos fueron enviados a un laboratorio austriaco que se especializa en casos de restos severamente deteriorados.
EL RASTRO
El texto de Leila Guerriero nos muestra el lado humano de una labor surgida de las inhumaciones deshumanizadas. En la crónica, Mercedes Doretti, la responsable del grupo que investiga restos en Guerrero, habla sobre las pesadillas que perseguían a todos los integrantes del EAAF. Cuenta que un día se despertó gritando, medio muerta del miedo, había soñado con la pistola, con el estruendo de la bala en su lance vertiginoso, abrió los ojos cuando el proyectil estaba por impactarla en la cabeza. Mientras la ejecución onírica se consumaba Doretti se recriminaba su descuido, ¿cómo no se había dado cuenta de que aquello iba a pasar?, la muerte inútil de alguien que no tenía por qué dedicarse a desenterrar crímenes y dar una oportunidad de despedirse a desaparecidos y familiares.
También habla del origen, de aquellos primeros días bajo el mando de Snow. Los familiares desconfiaban, pensaban que el gringo era un agente de la CIA y que el gobierno procuraba hacer todo lo que estaba en sus manos por impedir la identificación de los ejecutados, con esas ideas, sumadas a su desesperación, solicitaron que las exhumaciones se detuvieran. El fumador y bebedor Snow consiguió vencer al escepticismo. Su intención era recuperar los restos, quería deshacer la mentira oficial y no permitir que en el futuro se negaran los crímenes, las matanzas; cada persona desenterrada, cada cráneo con un agujero de bala en la nuca era un nuevo argumento para exigir justicia y memoria.
Otro trabajo célebre en el currículum del EAAF fue la identificación, en 1989, de Marcelo Ariel Gelman. Luis Fondebrider comenta que para el equipo todos los casos son iguales, ¿el Che o Juan Pérez?, da igual, los dos merecen el mismo trato. Sin embargo, hay familiares que se quedan muy marcados. Fondebrider y otros dos de los forenses argentinos habían viajado a Nueva York a recibir un premio de una fundación. Luego, fueron a la casa del poeta, que residía en la gran manzana por aquellos días. Los forenses se quedaron a dormir allí. El poeta se pasó la noche despierto, examinado el expediente que le habían entregado. Hizo muchas preguntas, todas las que necesitaba hacer y más.
Los restos de Marcelo fueron velados el 6 de enero de 1990. Antes de recibir a los que acudieron a darle el adiós, su madre, Berta Schubaroff, pidió estar a solas con el hijo perdido y hallado bajo tierra.
A puertas cerradas, en las oficinas del equipo, trece años después de haberlo visto por última vez, al fruto de su vientre lo besó en los huesos, dice la crónica de Guerriero.
El hijo de Juan Gelman fue secuestrado el 24 de agosto de 1976. Tenía 20 años de edad. El comando militar que irrumpió en la casa de Marcelo también se llevó a Claudia, su esposa, quien tenía siete meses de embarazo.
ELOGIO DE LA CULPA
Tal es el título de un texto del poeta que comienza así: ¿Hubo que ser “inocente'” para tener acceso a la categoría de “víctima de la dictadura militar”? Mi hijo no lo fue. No fue “inocente”, sí víctima. Ese documento contiene, además, un gran elogio hacia el Equipo Argentino de Antropología Forense que es al mismo tiempo una buena síntesis del trabajo que realizan sus integrantes.
Dice el poeta sobre Marcelo: Fue asesinado de un tiro en la nuca disparado a medio metro de distancia. Ahora tiene sepultura y es éste un hecho sumamente importante para un padre huérfano de hijo, como soy, porque el rescate de sus restos fue el rescate de su historia.
No es fácil hablar de historias truncas, pero es peor intentar hablar de historias que se desvanecieron sin dejar rastro. El EAAF, con su labor sobre terreno, con sus técnicas de laboratorio, ayuda a despejar una incógnita en muchos casos mortal. Pocas cosas se comparan con la pérdida de un ser querido, pero gritarle ¿Dónde estás?, a un hijo secuestrado, a la hermana desaparecida, a los padres que fueron atrapados y nunca devueltos, ¿qué será?, ¿será lanzar al inclemente mar de los días una carta embotellada con desesperación?, ¿será despertar una y otra vez dentro de la misma pesadilla?, ¿será como romperse a cada paso y zozobrar con cada idea? Para lidiar con la muerte hace falta suturar su certeza, por esa vía, un fragmento óseo puede convertirse en consuelo y entregar a los vivos una herencia de calma y de reposo.
Correo-e: bernantez@hotmail.com