Tengo con el Fondo de Cultura Económica una relación que me antecede en edad y que cubre muchos aspectos. Soy frecuente lector de muchos de sus títulos, visitante asiduo de sus librerías, miembro de uno de sus comités editoriales, heredero de uno de sus autores.
Me ha tocado conocer y tratar a varios de sus directores, desde el legendario Jaime García Terrés; mi admirado Enrique González Pedrero; el expresidente Miguel de la Madrid; mi querida amiga Consuelo Saizar; el diligente Joaquín Diez-Canedo, y por supuesto mi exjefe y mentor José Carreño.
No voy a hacer aquí apología ni crítica de la gestión de cada uno de ellos, como no la haré de quienes los antecedieron en el cargo. Una valoración seria de la editorial del Estado mexicano tiene que ir más allá de las personas, de los calificativos y los descalificativos personales. Las instituciones serias, de las que perduran, son siempre más que la suma de los individuos que las han dirigido o han colaborado en ellas. Y el Fondo de Cultura Económica es hoy una casa editorial viva, vigente, con presencia en el mundo de la publicación, distribución, venta de libros, de la apertura de nuevas librerías, del debate y la discusión públicas.
A sus ochenta años, el Fondo ha sabido navegar las aguas cambiantes de la política nacional. El FCE y sus directores vivieron y sobrevivieron sexenios tan diferentes como el de Cárdenas y Alemán, Díaz Ordaz y Echeverría, Salinas y Fox. Lo mismo pasó con presidentes que eran ávidos lectores que con los que no sabían la diferencia entre una biblioteca y una librería; con estatistas, neoliberales, izquierdistas o conservadores: todos le dieron al Fondo un espacio, mayor o menor, que sus directores, colaboradores y autores supieron aprovechar para bien de las letras, de la lectura, de la divulgación de ideas menos conocidas o populares.
Coincido con quienes han criticado el ejercicio de Conversaciones a Fondo en que se entrevistó al presidente Peña Nieto. No me pareció, salvo por algunos destellos, que tuviera mayor aportación periodística. Tampoco creo que haya sido un instrumento de gran valía para promover a la figura presidencial. En todo caso se pudo haber planteado una conversación inteligente entre autores del Fondo y el primer mandatario. Los periodistas, al final del día, tienen sus espacios y el Presidente los suyos. Los intelectuales se quedaron al margen de esa conversación.
Tampoco creo que en ese ejercicio fallido haya un atropello al Fondo de Cultura Económica. Fue un error hacerlo, pero no veo en ello descrédito ni desprestigio duraderos para la editorial. Fue un desatino que no tiene a mi juicio repercusión en las funciones esenciales del FCE. Y creo también que será apenas una nota al calce cuando concluya la gestión de José Carreño al frente de esa casa.
Hubo después quien llegó al absurdo de pretender la desaparición del Fondo porque recibe subsidios (¡horror!), porque no somos un país de lectores, porque el mercado, ese rector infalible, lo podría hacer mejor. Se requiere un profundo desconocimiento del papel de las ideas, de los libros, y de las transformaciones que vive el mundo editorial para algo así.
Ya Silva-Herzog lo refutó con mejores argumentos que los que yo podría esgrimir. Solo añadiría, como ejemplo y advertencia, lo que sucede entre Amazon, la "editorial" que adoran los libremercadistas, y las editoriales independientes, entre ellas Hachette. Una de las autoras de esta última, por cierto, y crítica acérrima de Amazon, es JK Rowling, citada como ejemplo de las virtudes de dejar al mercado la edición, publicación y difusión de libros.
En el fondo, y a sus ochenta años, el Fondo sigue siendo un actor indispensable en el mundo de las letras. Quien no lo quiera, quien no lo entienda, pues que no lo lea.
@gabrielguerrac
Internacionalista