No todo ha de resumirse en democracia o capitalismo liberal. La convivencia humana no está hecha sólo del entramado económico. Es tan fácil argüir que todo está relacionado con el dinero, que lo económico, es la única motivación. Tal distorsión jamás la admitieron los fundadores de la economía del Siglo XVIII cuya ciencia nació precisamente de la filosofía moral como explicación del comportamiento del individuo cuando se enfrenta a opciones medibles. Nunca dijeron que la motivación económica fuese el único resorte del comportamiento. Sabían que la acción humana es inevitablemente expresión del espíritu.
El encuentro para la paz de los líderes, Shimón Peres Presidente de Israel y el líder palestino Mahmood Abbas fue muestra de la vitalidad de lo espiritual sobre lo material. Esas figuras que encarnan los baluartes irreductiblemente opuestos, de judíos y palestinos, tuvieron la sabiduría y valentía de hacer a un lado todos los factores y presiones políticas, económicas y militares que separan y empujan a sus pueblos a la guerra, para aislarse, por encima de la dimensión humana, y rezar por la paz durante unos minutos que el Papa Francisco llamó "tregua espiritual".
El conflicto entre judíos y palestinos en Tierra Santa es peculiar en que no se plantea sólo en términos materiales. Las intensas controversias que lo componen se enraízan en categorías religiosas. Al tratarse de valores considerados superiores, apoyados además en lo histórico, se reclaman derechos que se presentan irrenunciables por lo que la solución del choque escapa la capacidad humana normal. Hay que entenderlo en ésta su propia y especial dimensión antes de ensayar una respuesta.
Por eso la invitación del Papa a encontrarse a rezar en un tranquilo jardín tuvo sentido. Sólo buscando la solución al conflicto en las conciencias más que en las conveniencias puede labrarse la voluntad de paz que se alimenta del respeto y solidaridad nacida de amor al prójimo.
Los dos líderes, el judío y el musulmán, reunidos con su anfitrión el Papa Francisco, acompañados por el Patriarca de Constantinopla, Bartolomeo I, se entregaron en profunda humildad para unirse a pedir la paz que sólo el Dios que comparten puede asegurar.
"Para hacer la paz se necesita mucho más valor que para hacer la guerra" dijo el Papa Francisco en su bienvenida. Aludía a las numerosas negociaciones que por décadas han intentado resolver el conflicto árabe-judío. Nunca fueron suficientes. Los acuerdos suscritos carecieron de la solidez de la sincera entrega recíproca. Cada tanda de reuniones coincidía con alguna coyuntura que se suponía favorable los acuerdos y plazos no pudieron cumplirse.
Persisten las diferentes visiones históricas, la incompatibilidad de propuestas o la acidez del rencor acumulado. El conflicto sigue ahondándose, atizado por los intereses que medran en el clima de división, por las conveniencias comerciales que ella procrea prolongando el lucrativo conflicto que sostiene el comercio de armas. Se siembra terror y muerte que llega a miles, la antítesis de la paz que se dice buscar.
La invitación que marcó un alto en el camino para reunirse a rezar en el jardín del Vaticano fue aceptada por el presidente judío y el líder palestino con inesperada humildad y convicción. Con la humildad que endereza las distorsiones que los hombres creamos al creer que las respuestas a los problemas más hondos las podemos dar sin ayuda desde lo Alto.
Las oraciones por la paz que se elevaron la semana pasada deben ser la apertura de un nuevo camino, el que no se había ensayado. El olivo que se plantó es testigo de que, aunque rodeados de los que todo lo miden en términos de ganancias, hay quienes entienden que el verdadero progreso no puede darse mientras no aprendamos a inspirarlo en valores que están por encima de lo simplemente material. La sentencia aun reverbera: Los hijos ya están cansados…
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