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Encadenados al pasado

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LUIS F. SALAZAR WOOLFOLK

La acusación del Presidente Enrique Peña Nieto, en el sentido de que la crisis actual en nuestro país obedece a un intento para desestabilizar a su gobierno, genera la sospecha de que el propio sistema priísta aprovecha la coyuntura para recrear la mal llamada dictadura perfecta, que tiene mucho de dictadura y nada en absoluto de perfecta.

Muchos mexicanos no estamos de acuerdo ni con la regeneración del sistema de partido de estado ni con la violencia ejercida por extremistas en colaboración con el régimen (los extremos se tocan), que nos retrotraen a un escenario de hace cuarenta y seis años en vísperas de las olimpiadas y en el marco internacional de la guerra fría.

Apostar a cualquiera de las alternativas referidas con anterioridad, sería ignorar la experiencia de las crisis económicas recurrentes de los años setenta y ochenta durante los sexenios de Echeverría a Salinas de Gortari, y desandar el camino hacia el respeto integral a los derechos humanos y la construcción de la democracia plena, que desde la reforma política de tiempos de Ernesto Zedillo hemos recorrido a base de esfuerzo durante los últimos veinte años, en el marco de las expectativas generadas a nivel mundial, por la caída del Muro de Berlín y el desplome del socialismo real en Rusia y Europa del Este.

El agotamiento evidente del sistema priísta fue causa y motor que en el año dos mil legitimó la alternancia, que por desgracia no ha derivado en fortalecimiento y desarrollo de nuestra vida democrática, debido a deficiencias humanas e institucionales de diversa índole, imputables a gobierno, sociedad y partidos, que ameritan ser corregidas para mantener el rumbo, porque las causas que llevaron al agotamiento del viejo sistema no han desparecido, y en ningún caso se justifica la vuelta al pasado.

El México de hoy no es el país de mil novecientos sesenta y ocho ni la rebelión cívica detonada a partir de los episodios dramáticos de Tlatlaya y Ayotzinapan es un movimiento estudiantil. Constituye una fuerza social que tenemos la obligación de encauzar en la vía democrática institucional, so pena de perder lo alcanzado hasta el momento no sólo en términos relativos a la democracia electoral evidentemente insuficiente, sino en cuanto al ejercicio de nuestra libertad personal y el respeto a los derechos humanos.

El hallazgo de material genético de uno de los normalistas desaparecidos, avalado por científicos extranjeros libres de sospecha, confirma la versión de que las víctimas fueron ultimadas por un grupo rival ligado a la policía municipal de Iguala, lo que reitera el trasfondo narco político de la situación (Calderón dixit) y nos obliga a desentrañar la verdad en cuanto a sus causas y efectos de cara a la lucha por el poder, así como en cuanto a la identidad de los responsables históricos individuales y colectivos, más allá del expediente criminal.

Frente al descubrimiento referido, el movimiento de protesta degenera en una vertiente extremista que asegura que el ADN de la víctima fue plantada en la escena del crimen, y cambia la bandera de la búsqueda de la verdad y la exigencia de justicia por la pretensión subversiva de pedir lo imposible y convocar a la substitución del régimen político actual por otro, sin precisar ni el rumbo ni la meta, pero que es fácil imaginar de cara a los oprobiosos sistemas castrista, chavista y similares, que padecen diversos pueblos hermanos de América.

Los mexicanos estamos entre dos brazos de la misma pinza: La vuelta a la dictadura priísta y la amenaza de una nueva versión del viejo proyecto marxista leninista para instalar una nuevo régimen, ambos sobre la versión reeditada que repite con terca perversidad que nuestro pueblo no está preparado para la democracia, cuando la carencia de vocación democrática reside en las minorías dirigentes de ambas tendencias, instaladas en el pasado.

En el justo medio sigue abierta la posibilidad de mantener el rumbo hacia el respeto a los derechos humanos y la democracia plena, corrigiendo los errores cometidos en el camino de la transición, lo cual aún es posible, siempre y cuando los mexicanos (gobierno, sociedad y partidos), de una vez por todas nos avengamos por convicción o al menos por estricto instinto de supervivencia, al Imperio de la Ley.

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