Las noticias de la semana no dejan buen sabor de boca. Regidores recién estrenados ya renuncian porque se van en pos del siguiente puesto, lo que indica la falta de compromiso profesional y patriótico. Por otra parte, la gasolina sigue subiendo, lo que no hace realidad eso de que los cambios en la política energética nos iban a traer beneficios.
Mejor huir hacia el siglo XIX, en la época del romanticismo, cuando se creía que era posible la construcción de países libres donde la felicidad fuera un hecho. Después de la Independencia Americana, después de la Revolución Francesa, América Latina optó por separarse de la Madre Patria (en realidad, se aprovechó la invasión de los franceses a España para hacerlo), en busca de su propio destino.
El movimiento romántico fue la búsqueda de la justicia social, antes de que Carlos Marx escribiera El Capital. La pasión desbordada fue la entrega a los ideales para lograr constituciones que pretendieron ser más justas. Como en todo, hubo quien metió zancadillas y que sólo buscó su beneficio personal; los payasos que se autoproclaman salvadores para sólo hacer el ridículo, como Agustín primero y Santa Anna (los que apenas llegan y ya se van, ¿acaso no hacen también su ridículo? ¿Qué necesidad tiene una ciudad como la nuestra de depositar su confianza en personajes tan poco comprometidos con las responsabilidades que libremente contraen? ¿Se acuerdan de Santa Anna? Llegaba al puesto y renunciaba, para rato después levantarse en armas, volver al puesto y de nuevo a renunciar).
El proceso nos costó; se perdieron las tierras más al norte de la nación, porque el mexicano no las pudo dominar, estando en conflicto con los propios de casa, como se iban a unificar para defender la herencia recibida. Se vino a unir en contra de los franceses alrededor de los hombres de la reforma; muchos héroes comprometidos con sus ideales, quienes lo sacrificaron todo para lograr su cometido. (A algunos políticos actuales, esta última frase los hará doblarse de las carcajadas. Hoy lo que importa es el billete y el poder).
Claro, después vinieron los aprovechados; diríamos hoy, los acaparadores de tierra, quienes hicieron su agosto. Y otra vez, la revolución, la cual no ha terminado de imponer la justicia social.
Pero el romanticismo fue, al mismo tiempo, la exaltación del amor; no de cualquier amor, sino el de los imposibles. Para ser un buen romántico, había que enamorarse de alguien, que por algún motivo, estuviera fuera del alcance; eso provocaba el sufrimiento y producía suicidas. Los grandes escritores románticos murieron jóvenes y por mano propia: Manuel Acuña es un botón de muestra.
Hoy, lo que se subraya es el comercialismo de las fechas. Cupido se convirtió en un buen comerciante. El amor tienes que demostrarlo con un presente, un buen presente, que brille, para presumir; han quedado atrás las cartas amorosas y hasta las serenatas con las voces desafinadas de los cuates, como los pequeños detalles que hablaban de ese amor tímido, sellado por un beso fugaz. Hoy, hasta el amor es un contrato prenupcial, porque abundan muchos vivos y vivas que han sabido hacer del matrimonio un buen negocio. Ya se sabe, si no resulta, hay divorcio; es más, hoy basta arrejuntarse, evitando todo papel que comprometa.
Pero también, el romanticismo era el amor a la naturaleza, mucho antes de que se inventara la ecología. Se descubrieron las características físicas de los territorios nacionales y se les dedicaron poemas extensos; se entraba en posesión a partir de los versos y se hacía circular a los ríos, montes, valles, desiertos y playas por las venas de los hombres. Hoy, la contaminación ha ido minando el bucólico edén descrito por los poetas y la falta de conciencia hace malgastar los bienes naturales, buscando la ganancia inmediata, sacrificando a las futuras generaciones.
Si leyéramos, sabríamos que es lo que pasa cuando se invita al vecino del norte a participar de la explotación de nuestras riquezas (el Siglo XIX te lo grita). También, sabríamos que es lo que sucede cuando nos dejamos llevar por la demagogia barata de los políticos poco comprometidos. (Remember the Álamo, perdón, Santa Anna). Si leyéramos, sabríamos las características reales que debemos de buscar en el ser amado para quitarnos de la necesidad de comprar el amor.
Yo no sé, por el momento escribiré unos nombres por los que nunca más voy a votar. Y no me enamoré, a lo idiota, de un espejismo inalcanzable.