Personas inteligentes han encontrado que en esta vida se puede vivir muy bien acudiendo al fraude. Es más, en los últimos años, nos han hecho creer que en este país es imposible sobrevivir si no recurrimos a él con el fin de evitar molestias como las multas. La corrupción y el fraude van de la mano, la palabra sirve para disfrazar la verdadera intención de nuestros actos y los efectos son la pérdida de confianza en las instituciones y en las personas.
Dejar de creer en cualquier cosa en la que hayamos creído es lo peor que nos puede pasar, pues nos sentimos inseguros. La falta de confianza nos convierte en sujetos temerosos que se cuida de todo el mundo. Porque, como bien lo decía Jean Paul Sartre, el infierno son los otros.
Las noticias nos traen la triste realidad en la que se ha desenvuelto el pueblo mexicano en los últimos tiempos: Oceanografía, la línea doce del Metro, no olvidamos la luz del Bicentenario y ahora hasta dicen que el sindicato de maestros nos cuesta más a los mexicanos que los otros fraudes juntos, por las personas que cobran un sueldo sin devengar o que no asisten a sus áreas de trabajo asignadas.
Si ponemos la confianza en la educación y en ese rubro pasan las cosas de las cuales nos enteramos, como los millones que puede juntar un secretario general, entonces de plano, la confianza en el futuro se esfuma. ¿Quién le enseña a la juventud los valores que estamos echando de menos? Estas personas que han puesto en jaque la vida cotidiana de México por salirse con la suya de gozar su área de confort sin importar las consecuencias.
Lo que hemos estado aprendiendo en los últimos años es cómo sacar provecho de las situaciones. El bien común es un concepto que ya no significa nada en las nuevas generaciones que se han dedicado a aislarse del mundo por medio de la tecnología y ante su incapacidad de comunicarse con su vecino, pretende hacerlo con sus amigos reales o imaginarios que sólo por medio de un aparato se comunican con él.
Parece ser que el salón de clases ya no enseña nada, porque los jóvenes no intentan aprender y salvan los exámenes con trampas cada vez más sofisticadas, auxiliándose de los teléfonos digitales donde escriben los nuevos acordeones y así se evitan poner a funcionar a la memoria. Estos son fraudes cotidianos en un salón de clases y cada vez el maestro tiene que estar más alerta para no dejarse envolver en las trampas que inventan sus alumnos para evitarse los trabajos.
Lo que ellos ven es eso y acuérdense, más enseña la práctica que la teoría. El joven imita lo que ve en la casa, en la escuela, en las instituciones a las que asiste porque bien sabe que esa es la forma de defenderse del mundo.
El fraude está a la orden del día, y en muchos de los casos, tenemos que conformarnos con que no se castigue o que las leyes estén hechas para que existan muchas maneras de evitar el tener que responder por los actos que dañan a la sociedad. Alguien se encarga de encubrir las deudas haciéndolas legales, los procesos son muy largos y pueden tener errores y con ello se libera al presunto culpable. Sígale sumando las grandes y pequeñas acciones a la que nos hemos acostumbrado para sobrevivir todos los días.
Ya no suena eso de proteger el buen nombre o la dignidad, nuestra imagen en la historia. Todo eso ha quedado atrás, se siente caduco, ahora lo importante es la manera de conseguir dinero rápido porque nos han dicho que en eso consiste la felicidad. Es como ir en busca de obtener un título sin que nos dispongamos a hacer un esfuerzo por prender la profesión supuesta, porque por medio de la trampa, sin los conocimientos, es posible conseguir el papel. Los nuevos sistemas pueden prestarse para ello; alumnos que consiguen quien curse por ellos en los sistemas abiertos por medio de la computadora.
Pero no podemos rascarle más, porque no vamos parar de todos los fraudes de los cuales nos enteramos, doctores que inventan la necesidad de operaciones porque en eso estriba su negocio. Alimentos que pensábamos eran sanos y resulta que no lo son. Nos sentimos acechados. En nadie podemos confiar. Esa es la peor forma de vivir, pero lo hemos ido cultivando poco a poco, hasta convertir nuestra vida en un infierno.
Los fraudes descubiertos, ¿qué tipo de vida traerá para los defraudadores? ¿Valdrá la pena? No lo sé. Lo que añoro es la tranquilidad de la vida antigua.