De la primera mirada él no tiene por qué acordarse. Allí estaba contando un cuento y nos tenía a todos atrapados con la magia de sus palabras. Sus ojos viajaban, una voz grave y modulada con perfección histriónica acentuaba los matices de cada calificativo, marcaba las comas y los puntos que sólo estaban en su mente. Yo había leído su poesía, sus cuentos y caí atrapado en la precisión de sus versos, de sus frases y oraciones, en sus cadencias libres y en su capacidad de asociación. Su inconfundible voz aparecía en la radio. El personaje tenía detrás una historia política compleja y apasionante. Nada mencionó ese día. Estaba entregado al embrujo de la palabra que EZ domina como muy pocos.
Cuentos, relatos, poesía, Asalto nocturno, Andando el tiempo, ojo con el gerundio. Su obra creció y creció en tonos sentidos. Yo deseaba escucharlo decir su vida y decirla con esa intensidad de un gran narrador de maravillas y misterios que es EZ. Él no platica, narra y nos conduce de las lágrimas a las risas en Horas de Vuelo. Porque EZ cuando cuenta está orando a la vida con generosidad. Años después esa vida nos juntaría y, la muy mañosa, lo hizo con caprichos. José María Fernández Unsaín, presidente de la SOGEM nos reuniría para discutir de todo y de nada. Fue allí que comenzamos a cruzar saludos y abrazos. Qué ricos abrazos da el buen EZ. Incomparables. Sus frondosos brazos y cachetes, su pícara mirada, hacen de los encuentros un paréntesis de gozo obligado.
Así llegamos a intimidades extrañas como volar horas interminables en un mosquito de Monterrey a Hermosillo con el viento en contra hasta que la carencia de combustible y de whisky obligó a una escala. El avión luchaba por llegar a su destino mientras nosotros viajábamos envueltos en carcajadas y también en los silencios solemnes de Fernández Unsaín que nos platicó de sus amoríos nada menos que con Evita Perón. Así trenzamos una amistad. EZ me llevó con sus palabras a sus estancias en Rusia, en China, en Cuba y con orgullo me recordó su convicción revolucionaria de entonces que, él sí, llevó hasta sus últimas consecuencias. Si el fusil era la solución a la injusticia, el fusil habría de tomar.
De nuevo la vida nos llevó a Suecia, a una casona al norte de Estocolmo, era un encuentro de escritores suecos y mexicanos. Fuimos Miriam Moscona, María Luisa Puga, Elsa Cross, Homero Aridjis y nosotros dos. Seis mexicanos y seis suecos hablando de su narrativa. Las sesiones eran aburridas. El abismo se impuso. Ellos tenían algo así como pensiones vitalicias, no entendían que los escritores mexicanos nos teníamos que ocupar de banalidades como ganar dinero, la democracia o el medio ambiente. Ellos llevaban siglos en el psicoanálisis y los traumó que EZ y yo pudiéramos hablar de nuestros padres sin conflicto. La iniciativa la tomó un sabio embajador sueco que decidió que los dos países podían encontrarse en su literatura. El embajador venía en dos partes, es literal. Tenía una prótesis en el brazo derecho por una herida de guerra de la cual hablaba poco. Al subir al avión nos encontramos con los dos, el embajador y su brazo en sendos asientos. EZ y yo compartimos habitación en la casona, pero para llegar a ella debíamos cruzar por la del embajador y observar que él o su brazo no estuvieran durmiendo una siesta, juntos o separados.
Aburridos del encuentro EZ y yo topamos con otra gran pasión mutua: el ganado. Nos fugábamos del templo literario para observar detenidamente unos hermosos vientres con unas ubres sensacionales que admirábamos siendo incomprendidos por el resto. Lo nuestro sí era serio. Y así llegamos a los saraguatos en su rancho a los cuales EZ imita, perdón reproduce, perdón suplanta en su rugido. La amistad se fue a profundidades que se explican con una sola mirada. Pero detrás de ese gran amigo, de ese ser espléndido y generoso, de ese manantial de vida, está el hombre de izquierda, de verdad comprometido con su realidad. Un hombre sumamente inteligente que viniendo del fusil comprendió que la política era un arte y que la palabra era su instrumento. Él evolucionó, otros no. Un día lo llevaron al patíbulo ideológico por haber cometido el pecado de colaborar en su estado con el gobierno priísta de Eduardo Robledo que trataba de restaurar un mínimo nivel de diálogo con el EZLN en el turbulento 1994. EZ fue al centro del huracán. De nuevo su compromiso era real y asumió riesgos. Hubiera sido más sencillo no hacer nada. Pero EZ no cumplió con la liturgia de pedir "permiso" a su partido para poder trabajar en su gran pasión: Chiapas. Cárdenas, el "demócrata", pidió su expulsión y allí lo pararon, como frente a un Comité de Salud Pública.
Como mexicano, qué orgullo que Eraclio Zepeda, el poeta, el cuentero y cuentista, el antropólogo e historiador, el hombre de compromisos reciba el merecido honor de la presea de su paisano Belisario Domínguez. Don Belisario estaría muy contento. Bien, querido Laco, oye por cierto hay una ternerita suiza europea que vale mucho la pena y tenemos pendiente Islandia, cuna del cuento oral. Ya iremos, con todo y medalla.