El gran problema de México
Incesantemente llegan hasta nosotros, a través de los distintos medios de comunicación, los hechos que nos enfrentan con la realidad que vive nuestro país, hechos que evidencian la falta de buen gobierno por un lado, y la falta de compromiso de los mexicanos con nuestro país, por el otro. El predominio de estructuras en las que cada quien busca únicamente su propio beneficio sin importar las consecuencias que sus actos acarrean a otros, parece ser el denominador común. Todos somos impávidos testigos de la corrupción administrativa y de un descaro que raya en el cinismo de nuestros gobernantes y líderes políticos; somos también asustados testigos de atracos, de actos de terrorismo, de asesinatos individuales y masivos, de vandalismo; reconocemos el desarrollo creciente de tensiones sociales cada vez más graves, que ponen en peligro, cada vez mayor, la paz social. Al lado del hombre más rico del mundo viven (no, mejor dicho sobreviven) miles de los mexicanos más pobres; se proclama la aplicación estricta de la Ley, pero sólo apreciamos una indignante impunidad, la Ley es burlada una y otra vez, principalmente por aquellos encargados de hacerla respetar. ¿Y ante esta realidad qué hacemos los mexicanos? Poco o nada, chistes tal vez, y ver películas que nos presentan nuestra triste realidad y nos reímos de ella en vez de indignarnos. Poco se logrará así. El gran problema de México somos los mexicanos. Necesitamos YA desarrollar todos, cada uno de nosotros, una nueva mentalidad, una que nos lleve a un verdadero deseo y compromiso de sentirnos y ser responsables de nuestro particular entorno, a estar dispuestos a servir y ser generosos, a buscar el bien de los demás, al menos tanto como el propio; una mentalidad en la que el político haga vida el concepto de la verdadera política y promueva el bien común; en la que el empresario piense un poco más en el valor del capital humano de su empresa y ajuste sus actitudes mercantiles y utilitarias para que los trabajadores tengan una más justa retribución; en la que los profesionistas ejerzamos nuestra profesión con el espíritu de servicio que nos demanda la sociedad; en la que los obreros no se regodeen con cada nueva “conquista sindical”, sin corresponder a ella con mayor responsabilidad en su trabajo. Si cada mexicano, cada uno de nosotros, se esforzara por cumplir con el mínimo que exige el deber ciudadano, lograríamos, seguramente, construir un país más próspero, más justo, más humano. Pero eso requiere una voluntad fuerte y esa voluntad exige una motivación para entrar en acción. La motivación debe ser el convencimiento personal de que así debe ser nuestra conducta. Será cuando nuestra propia conciencia, convencida y decidida, nos impulse a sacrificar parte de nuestro tiempo y bienestar para contribuir al bien común, cuando sabremos que estamos en el camino correcto. Arengas como ésta, cargadas de buenos propósitos, se leen y se escuchan cada vez más, pero todavía son muy pocos los que se deciden a cambiar sus actitudes y sumar esfuerzos para construir un México más justo y en paz; quiero creer que son muchos los que lo desean, pero no saben en quién apoyarse, cómo empezar. Existen ya muchas iniciativas, unas mejores que otras, ahí está, por poner ejemplo, Cáritas, una institución sin fines de lucro presente ya en más de 170 países, que ha logrado encauzar muchos esfuerzos en beneficio de los más desamparados y al mismo tiempo ha contribuido eficazmente al desarrollo de una cultura humanista. Acercarse a ella será un buen principio.
Dr. Rodolfo Campuzano
Gómez Palacio, Dgo.