Idea perversa de libertad
Si me atreviera a decir que los asesinos que colocaron las bombas en Boston, ¿recuerdan hace unos meses?, no son en realidad unos criminales sino unos simples “interruptores voluntarios de la vida”; ¿se me podría acusar de cínico, de hipócrita o de utilizar indebidamente un lenguaje políticamente correcto consagrado por la ideología de género y el radicalismo izquierdista? Pues me voy a atrever a decirlo: estos asesinos no son más que simples “interruptores voluntarios” de la vida humana, como lo son sus congéneres los islamistas que colocan cada día bombas en los barrios más populosos de los propios países islámicos, como lo han sido y son los terroristas de ETA que guardan las armas por si un día tienen la ocurrencia de volver a usarlas y, en definitiva, todo el que mata una vida humana.
Y resulta curioso: a nadie se le ha ocurrido tener compasión de estos asesinos ni tampoco justificar sus crímenes en nombre de la libertad individual que tienen para cometerlos. ¿Es libre el ser humano para matar a otro ser humano? Según los códigos penales del mundo entero, incluidos los islámicos, nadie tiene libertad para matar. Y, sin embargo, la modernidad, que ha perdido muchas de sus referencias éticas y que, incluso, ha tomado la decisión de ignorar cuando no pervertir los derechos humanos, justifica la “interrupción voluntaria” del embarazo no sólo como una expresión de la libertad individual de la madre sino como señal inequívoca del progreso humano (!). Así hemos podido llegar en nuestro país y en otros países considerados “avanzados” -es decir, los que gozan de mayor nivel de vida- a considerar la interrupción voluntaria del embarazo -de la vida- como “una legítima expresión de libertad individual que debe reconocerse y ser protegida como un verdadero derecho humano”, dicho sea con las mismas palabras empleadas por el beato Juan Pablo II en su encíclica “Evangelium vitae”.
Pedro García,
Girona, España.
***
Chupacabras
Hace algunos años en zonas rurales de Puerto Rico comenzaron a aparecer animales muertos en algunas granjas, amanecían los cuerpos sin una gota de sangre, se desató una histeria colectiva, que se contagió a varios países de Latinoamérica, y desde luego nosotros también le entramos al relajo, y es que el chisme estaba muy sabroso, un depredador que salía por las noches a chuparles la sangre a los animales, algunos testigos aseguraban que lo habían visto, lo describían como un ser espeluznante, a pesar que los granjeros fuertemente armados montaban guardias nocturnas nunca pudo ser herido y mucho menos capturado, médicos forenses examinaron los restos de animales supuestamente atacados por este depredador que la gente bautizó como el Chupacabras, sus conclusiones en todos los casos fueron que los responsables eran depredadores conocidos, perros, pumas, coyotes; no les creyeron, y se quedó en el imaginario popular el mito del Chupacabras. En Coahuila también tuvimos nuestro Chupacabras, le chupó la sangre al Estado en forma metódica y sin misericordia, no actuó solo, lo ayudaron sus chupacabritos, algunos por comisión, y otros por omisión, y mientras el Estado se sigue desangrando por el pago de los intereses, el Chupacabras disfruta un exilio dorado, renta una casa en la zona más cara de una de las ciudades más caras de Europa, desde luego becado por el Estado que desangró, a nosotros nos queda el 15 de septiembre para echar cuetes, y gritar: ¡Viva México!, Sí señor.
Roberto Barranco Aguilar,
Ciudadano de Torreón.