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Vivir en sociedad

Como el hombre es un ser social por naturaleza no puede realizarse ni vivir en soledad. Tiene que ayudar y ser ayudado por los demás. De otra forma no puede conseguir ni su desarrollo físico ni el de sus facultades como ser racional y libre.

Ese convivir con los demás requiere de unas normas y valores, aunque no escritas, que regulen el comportamiento, faciliten la convivencia y permiten que podamos vivir juntos.

Con una persona sucia, grosera, malhumorada, irrespetuosa, es difícil convivir

Algunos detalles que facilitan la convivencia:

El aseo personal.

El vestir correctamente según nuestro trabajo y condición -que no está reñido con el buen gusto-.

No querer ser siempre el centro de toda conversación - como se dice con cierta sátira-: el novio en la boda, el muerto en el entierro...

No hablar siempre y sólo de nosotros mismos, no convertirnos en el centro del universo

Saber escuchar con atención, interesarse por los otros.

Respetar siempre a los demás. Hay que procurar vivir las virtudes humanas que tiene todo hombre de bien, pero para esto es preciso conservar y cultivar un principio de rectitud. En las cosas y acciones neutras en sí, la intención es la que convierte nuestros actos en virtudes o en defectos. Esto no está sólo al alcance de personas intelectuales, sino de cualquier persona con sentido común y buena fe.

Oí en cierta ocasión que las personas -y la verdad que me hizo mucha gracia- son como los melones o como los limones y aclaraba: los melones son poco exigentes y se pueden cultivar en tierras pobres agrícolamente, pero saben aprovechar los escasos nutrientes del suelo para transformarlos en pulpa dulce, sabrosa, agradable; los limones, en cambio, son más exigentes en clima, tipo de suelo, nutrientes y su pulpa, aunque sea beneficiosa, no es en principio agradable: es ácida y fuerte, y por eso los pequeños rechazan.

Podemos elegir que queremos ser.

Podemos elegir fastidiarnos un poco para hacer la vida agradable a los demás o llevar una vida con sabor ácido, malhumorado y destemplado que hace que rehúyan de nuestra compañía.

Si esto es posible, también lo es que con nuestro sentido positivo de la vida, nuestro optimismo, buen humor y el no pensar ni hablar mal de nadie -no digo ingenuidad ni “ buenismo”, palabra más de moda- nos convertimos en sembradores de paz, serenidad y alegría ( y esto sin hacer cosas raras).

No nos engañemos si exageremos las cosas. La belleza es atractiva en sí misma, en las personas y en las cosas. Por poseerla o ensalzarla -y si es con medida no está mal- miremos los sacrificios que hacen algunas personas por mantener la linea; incluidos nosotros los pensionados que nos damos buenas caminatas porque el médico nos dice que ese colesterol o ese azúcar están al acecho.

Si por esto tan pasajero somos capaces de hacer cosas que nos cuestan un poquito o renunciamos a algún gusto o capricho, ¿cómo puede extrañar que los creyentes hagamos algo que nos cuesta por agradar a Dios?, ¿que procuremos vivir las virtudes humanas y sobrenaturales y además hagamos la vida más amable a nuestros hermanos? En el lenguaje cristiano a esto siempre se le ha llamado mortificación. ¿Es adecuado el tipo de mortificación que también mortifica a los demás? Pues no. Al final el planteamiento es muy simple: ¿cómo te gusta que te traten a ti? Pues trata de esa forma a los demás.

Juan Blasco Sebastián.

Zaragoza, España.

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