Literatura y periodismo se cruzan en varios puntos del camino. La primera tiene a su cargo una realidad fantástica encauzada, en buena medida, hacia la esperanza; el segundo también recorre un camino fantástico, pero conlleva el riesgo de perderse en senderos funestamente reales.
Periodista y escritor, Eduardo Galeano es más conocido por esta última faceta o máscara hecha con hilos de prosa concisa y sorprendente. Nosotros decimos no pertenece, al menos en su concepción, al plano de lo efímero, a ese territorio del ejercicio mental (y sentimental) condenado a muerte prematura, a vivir y padecer apenas unos minutos antes de partir, a toda prisa, hacia el olvido.
Los buenos maestros de periodismo recomiendan encarecidamente a sus alumnos prestar atención a las relaciones, un tanto superfluas a últimas fechas dada la rapidez de la información, entre la redacción noticiosa y la literatura.
Los más radicales de entre estos docentes-lectores-estudiantes eternos no dudan en calificar al periodismo como un bastardo, un hijo nacido fuera de la unión sagrada entre escritores y obras literarias. Por fortuna, antes de que se popularizara la creación de leyes que protegen a las criaturas nacidas fuera del matrimonio, el periodismo ya había alzado la mano en defensa de sus derechos hereditarios.
EL PERIODISTA Y SU LITERATURA DE NO FICCIÓN
Que el profesional de la información tome prestados elementos, estructuras y devaneos de la literatura es algo que el lector educado agradece; si al uso de detalles estilísticos le sumamos una voz potente que sólo la pasión y el vigor intelectual son capaces de engendrar, tendremos una primera definición de lo que es la obra de Galeano.
Nosotros decimos no es revelador desde esa primera oración que da título al espectáculo. Imposible no traer a cuento otra «no» famoso, aquél afianzado por Neruda y repetido por Joan Báez, y es que “no, no, no nos moverán”.
El «no» del uruguayo reúne trabajos periodísticos del período 1963-1988. En este volumen no se encontrarán, no como regla inviolable, la brevedad característica de otras obras como El libro de los abrazos o Memoria del Fuego.
La negativa de Galeano aspira a prolongar el punto final de las emociones por la vía de intercalar crónicas con estampas, sentencias y descripciones, historias circulares y relámpagos inamovibles.
LOS TIEMPOS DEL PROFETA
La obra de Galeano arde, pero no como los libros quemados por cualesquier régimen totalitario, ni como el pedazo de hoguera arrebatado a los dioses por Prometeo, ni siquiera como la zarza del monte Horeb. Este «no» quema como una espalda reventada a fuerza de azotes, similar a un órgano interno quemado por la pólvora.
En algunos de los textos, Galeano deja visible su carácter de estudioso de la sociedad con especialidad en las degeneraciones del espíritu humano. Cuando puede, dota a su evaluación de un diagnóstico positivo, aunque remarca los efectos nocivos del evento, su influencia directa en una nueva devaluación de la calidad humana.
En otras partes, el uruguayo aparece con el manto del profeta y lanza advertencias del peor tipo, de las que se cumplen en el corto plazo. Con Eduardo parece adecuado reformular la síntesis que explicaba a otro genial profeta, Julio Verne: para ver el futuro lo único que se necesita es inteligencia e imaginación.
Galeano agrega un elemento a esa fórmula: saber escuchar. Es, en cierto sentido, una declaración de principios, y en otro, el fruto de una experiencia abrumadora. Los textos de Nosotros decimos no le dicen sí al futuro, a un futuro común, hecho por todos, y advierten que no será fácil conseguirlo porque hay quienes han privatizado la totalidad del porvenir, se han adueñado del tiempo y de la memoria.
El «no» de la obra toma partido por aquellos que no deciden ni siquiera si habrán de comer este día, si habrán de vivir uno más. Los pasos y los oídos del autor salen al campo, al único posible que es el de batalla, dispuestos a acompañar y escuchar lo mismo posturas que balas, argumentos y bombazos, a presenciar y reproducir los actos de la sinrazón y los esfuerzos de la voluntad.
CONTAR PARA VIVIR
Los buenos profesores de periodismo repiten a la menor oportunidad, ante la imposibilidad de tatuar la idea en los cerebros de sus educandos, que un principio ineludible del periodista es contar historias.
No son relatos, no son cuentos, no son novelas, son historias que conforman la historia. El profesional de la información tiene un deber hacia el futuro por más que su materia prima sea el instante y que su labor sea reducida a la corta dimensión de una publicación desechable como es la prensa diaria.
Dos palabras bastan para resumir una de las ideas centrales de la obra de Eduardo, “Hay memoria”. Se trata de una lección escurridiza, tanto que para muchos resulta una tarea inaprehensible. No siempre estamos ni dispuestos, ni en condiciones de vivir o de escuchar y aprovechar la experiencia, ni la propia, ni la ajena. Pero hay memoria, y la hay porque el hombre se resiste a morir y busca la forma de trasladar su esencia a otras entidades, a otras existencias.
Hay memoria en lo colectivo, en las instituciones, en el bando opuesto, en la minoría, en el rebelde. Hay memoria y el tiempo no puede revertirla ni vencerla, no sin antes exterminar la resistencia de quienes prestan sus sentidos a la reflexión y hablan desde el púlpito de la experiencia común a su auditorio, a sus lectores.
PROSA INMERECIDA
Galeano es el mensajero que deambula por la América conquistada, primero por los europeos, luego por los norteamericanos. Sus palabras vuelan a ras de tierra, son una mezcla del aire que es aliento, esperanza, y el polvo al que habremos de volver. El mensaje no es fatídico, al contrario, todo en él es un llamado a convertirse, a dejar la religión del poder, a rebelarse contra los latifundistas del tiempo y devolverle a cada uno su pedazo de futuro.
Los periodistas, en especial los malos, cumplen una función: reducir la realidad, por más compleja que esta sea, a un montoncito de párrafos; los buenos primero comprenden, luego explican de la mejor manera concebida por el hombre desde la invención de la comunicación: contando una historia.
Galeano va más allá, porque su mirada contaminada, y acaso potenciada a causa de su adicción a la literatura, se mantiene firme ante la desesperanza. Primero hay que decir «no» y luego claudicar, tal es el orden natural en la vida del rebelde.
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