Quienes hayan leído el libro Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, quizá compartan la opinión que algunos tenemos sobre las implicaciones que tendrá la extracción del gas Lutita del subsuelo en el norte de México.
En esta ineludible obra de Galeano, escritor y periodista uruguayo, que sale en su primera edición en español en 1971, se presenta una lúcida y detallada exposición de la historia de la expoliación de los recursos naturales y productivos de los países latinoamericanos por las potencias coloniales de Europa y los Estados Unidos, la cual aún no pierde vigencia a pesar de que se publicó hace cuatro décadas.
La idea central que en este libro presenta dicho escritor, señala como el crecimiento económico de los países y regiones latinoamericanos, al cual en el mayor de los casos no podría llamarse propiamente como desarrollo, fue impulsado desde fuera de ellos a través de los procesos de conquista, colonización y promoción de actividades económicas conforme los países colonizadores o industrializados fueron requiriendo, y no con base a satisfacer necesidades de la población nativa y/o mestizo-criolla, o a la demanda de actividades que se originen en una economía local.
Esto implicó que los factores endógenos o internos no fuesen los detonantes de las economías locales, sino lo exógenos o externos, con consecuencias graves en la medida que el crecimiento que expresaron fue efímero y en no muchas ocasiones desastroso para sus poblaciones y entornos ambientales.
La extracción de recursos naturales como fueron los metales preciosos por las potencias ibérica y lusitana, creó esplendores imaginarios de los que, en el mayor de los casos, sólo quedan ruinas históricas, como sucedió con Potosí en la región andina o Zacatecas, Guanajuato y Parral en México, sitios privilegiados por ubicarse en ellos la vetas más grandes de plata que enriquecieron a noblezas y clero parásitos de España, o las minas de oro en la región de Minas Gerais, donde se ubica Ouro Preto, en Brasil, cuya expoliación fue el origen de fortunas portuguesas, pero sobre todo inglesas y holandesas.
La exposición relata que también la explotación de recursos productivos como la caña de azúcar, café, algodón, caucho, cacao y otros productos agrícolas realizados por las compañías europeas a las que se agregaron las norteamericanas, contribuyeron a la formación de capitales que apoyaron la industrialización de los países donde provenían, mientras que en los países proveedores generaron infraestructura y empleo entre las poblaciones locales, sólo que la primera resultó obsoleta cuando la vetas se agotaron o los mercados de productos cambiaban, y en la segunda provocaron la migración masiva de esos pobladores, aunado a los miles de esclavos africanos o indígenas que murieron sobreexplotados por los colonizadores.
Es inevitable establecer la analogía entre esta serie de hechos históricos con lo que se observa podría ocurrir en el norte del país con la explotación del gas Shale, donde parece generase un espejismo como el de las regiones descritas por Galeano; no debe descartarse que las esperadas inversiones millonarias repitan los que ocurrió en las otrora zonas mineras, donde los beneficios secundarios como son la infraestructura que crearán con el tiempo sea obsoleta y el empleo que generen también sea efímero, mientras que las ganancias mayores enriquezcan a las grandes compañías extranjeras que ya apuntan sus capitales a esta actividad.
Las zonas norteñas mexicanas donde se ubican las mayores reservas de gas Lutita, históricamente no han sido densamente pobladas, salvo algunas ciudades medias fronterizas, han vivido principalmente de actividades agropecuarias o del comercio, ocupan extensas superficies áridas, pero disponen de importantes recursos naturales que en algunos casos, como la región de los Cinco Manantiales, en el norte de Coahuila, disponen de algunos escurrimientos superficiales y acuíferos de agua dulce claves para soportar sus economías locales.
Estas zonas norteñas, en una franja lineal, aunque incomunicada, que abarca los estados de Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, recientemente ha sido devastada por el narcotráfico, afectando sus actividades productivas y provocando migraciones de su población local, y aunque su presencia aún no se erradica, resulta, particularmente en estas tres últimas entidades federativas, que tienen en su subsuelo reservas de hidrocarburos no convencionales como el gas Shale.
La suposición que hacemos en párrafos anteriores obedece no sólo a una historia compartida como la que expone Galeano, sino que las compañías que invertirán en esta actividad no serán locales, y si bien algunas de ellas son mexicanas, es posible, y por tanto entendible, que no les preocupe promover las economías locales invirtiendo sus ganancias en la diversificación de las actividades productivas previas a la extracción del gas Shale, salvo a aquellas vinculadas a esta última como sucede con la provisión de insumos o mano de obra.
Por tanto, es de esperarse que esas ganancias se inviertan en otras actividades similares en otras regiones, como también ocurrirá con las compañías extranjeras que canalizarán sus ganancias de igual forma y, más probablemente, en sus países de origen; en otras palabras, no capitalizarán la zona más allá de las actividades que se realicen asociadas a la extracción del gas, de modo tal que al concluir el ciclo de ésta, cuando se agoten las reservas disponibles o hasta que dicha actividad sea rentable, migrarán sus capitales dejando una infraestructura productiva obsoleta y gran parte de la población ocupada con esta bonanza temporal también lo hará. Tendremos otro Ouro Preto, Potosí o Guanajuato.