Nadie se muere de esto, me dice la mujer que es todo cariño, dulzura y conocimiento. Me soba las manos y con esa sonrisa que siempre la acompaña me dice, le fue bien, puede aparecer en la cara, en la axila, en la ingle, en los pies o en todo el cuerpo. La doctora Hojyo Tomaka es una autoridad. Pero, por fortuna en el Hospital Gea González tenemos máquinas para el tratamiento. Es lento, muy lento me dice, pero se quita. Así que véame allá, en pocas palabras me decía ya no me pague más porque lo vamos a atender allá. La dirección Calzada de Tlalpan 4800. En la primera visita llegué a un edificio viejo, atiborrado de pacientes a la espera de una consulta, las bancas no alcanzan, hay muchos adultos mayores, pero también jóvenes con deformaciones. Allí me recibió Hojyo y conocí a su colega, la doctora Lacy, pomadas para el día y la noche, pero sobre todo luz controlada.
Me presentan a Estela Mares, una espléndida técnica, especialista en esos tratamientos. Con gran paciencia me da la primera sesión, muy leve, apunta en un carnet cuidadosamente la intensidad y la duración. La frecuencia: tres veces por semana hasta nueva instrucción. Llegar a un minuto nos llevó quizá un mes, lo mismo para llegar a dos y otro más para alcanzar el nivel recetado. Las visitas me obligan a dejar el automóvil en el estacionamiento de un Sanborn's y caminar por las aceras invadidas de vendedores de micas para los expedientes, tortas, refrescos y todo lo necesario para sobrevivir horas y horas o días. Hay personas dormidas en bancas, observo esa miseria que está en el origen, en la dieta y que se muestra en la estatura, en la vestimentas, pobres muy pobres, en los rebosos, en el calzado.
En los postes se anuncian cuartos por mes muy baratos, seguramente para las personas que deben pasar semanas en los tratamientos de todo tipo. A Estela Mares y sus máquinas la mudan a la nueva Torre de Especialidades, un edificio espléndido, muy amplio, pero vacío. Está sola con sus máquinas y trae colgando un silbato para que, en caso de emergencia, la escuche algún guardia de seguridad. Siempre afable me da ánimos y me va presentando pacientes que la necesitan y que vienen de todas partes del país, de Chiapas, de Sonora. La plática fluye, nunca está de malas, la mística gobierna su trabajo, llega a las 6:30 o 7:00, pues desde esa hora debe atender pacientes.
El tratamiento se convierte en parte de mi rutina y los minutos de caminata obligada en baños de realidad de un México que, con frecuencia, olvidamos. Veo muchas personas en sillas de ruedas, pregunto, amputaciones por diabetes, quizá, los parientes empujan hacen los trámites mientras las personas vendadas de piernas o brazos o de la cara aguardan. El sobrepeso brutal, la gordura, es una de las constantes. Pero también está el otro extremo, esa delgadez que permite ver los huesos porque los músculos han desaparecido. En el Hospital de Especialidades hay de todo, su prestigio trasciende fronteras, de allí el triste desfile de una condición humana que recuerda a Valle Inclán, pero que está en Tlalpan. Fue en ese hospital donde el gran Fernando Ortiz Monasterio creó toda una escuela de cirugía plástica reconstructiva, labios hendidos, deformaciones craneanas, maxofaciales, (ver beatiful faces) departamento que parece haber caído en desgracia por pleitos burocráticos. Ese departamento le cambió la vida a miles de personas y se convirtió en un referente no sólo técnico sino ético.
Estela Mares manipula los costosísimos aparatos con gran cuidado, como si fueran suyos. No los hay en el país y muchas personas desconocen la fototerapia y circulan por la vida asumiendo su enfermedad como fatalidad. Qué sería de todos ellos, nosotros, si no hubiera una institución de estado de esa calidad y no me refiero sólo a los aparatos, sobre todo al llamado "equipo humano". Porque alrededor de las doctoras Hojyo y Lacy y en su momento de Ortiz Monasterio, se han formado y se están formando nuevos médicos con una capacitación formidable. Muchas mujeres jóvenes, ya en sus batas blancas atienden -en un mobiliario en pésimas condiciones- a esos mexicanos muy pobres con padecimientos serios o difíciles y de ellos y con ellos aprenden. Seguramente pondrán su consultorio privado y como muchos combinarán la consulta institucional con los ingresos, (es lo deseable) fue el caso de Roberto Kretschmer, el gran pediatra, en el IMSS, es el de Luis Molina -el excelente cardiólogo infantil- que atiende en el Hospital General, y qué decir de Nutrición o Cancerología, esos institutos que son un orgullo nacional.
Allá fui medio centenar de ocasiones a recordar el por qué debemos hablar de un sistema nacional de salud y de pensiones, en cómo cuidar a esos mexicanos muy pobres que necesitan del estado. La estadística es imprescindible, pero hay momentos en que se debe pensar con el corazón. Este fin de año quiero agradecer a ese equipo silencioso del "Gea González", porque simplemente saber que están allí, me reconcilia con México.