EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Gracias, Putin

GENARO LOZANO

¿A quién no le gusta ver las inauguraciones de los Juegos Olímpicos? Después de todo son de los espectáculos mejor producidos del mundo. Ver desfilar a los equipos nacionales en estadios fantásticos que huelen aún a nuevo. Ver los reportajes sobre las ciudades sede, la belleza de las mismas, sus tradiciones, sus calles recién pavimentadas y sus casas recién pintadas. Los Olímpicos, los Mundiales de Futbol son momentos que muestran lo mejor de la humanidad, el lado más luminoso, pero también lo peor, el lado más oscuro.

Momentos que muestran lo mejor, porque, ¿quién no se emociona al ver a los y las atletas olímpicos demostrando cómo la maquinaria del cuerpo humano realiza proezas de semidioses? Cuerpos esculturales, con 5 % de grasa, cuerpos flexibles, pretzels humanos, cuerpos fuertes y sanos. El ideal de la belleza clásica. Cuerpos que compiten por llevarse la gloria nacional, por hacer vibrar a un país entero al escuchar su himno nacional en un estadio o en una pista de hielo. Competencias que hacen pensar en el ideal kantiano de un mundo sin conflictos, de países que pueden cooperar en un mundo anárquico. Del cliché de las misses de concurso de belleza que "desean la paz mundial".

Momentos que muestran lo peor de la humanidad porque los Olímpicos son una gran farsa. Y nada lo evidencia más como la puesta en escena que puso el presidente ruso Vladimir Putin. Ya lo mencionaba Isabel Turrent en su columna del domingo en Reforma: Sochi, la sede de los Olímpicos de Invierno, es un paraíso subtropical. Hoy mismo, en pleno febrero, la temperatura máxima será de 12 grados y la mínima de 5. Las máquinas de nieve artificial funcionan día y noche. El blanco invierno es una ficción. Las calles sin perros callejeros también. La ficción de que en Rusia sólo hay heterosexuales y de que los derechos humanos se respetan. Rusia está de vuelta, reza el slogan de los Juegos Olímpicos de Invierno más caros de la historia. Todo para ensalzar a Putin, ya de por sí ganador de la reciente crisis entre Estados Unidos y Siria.

Ese telón de mentira de los eventos olímpicos no es nada nuevo. En 1968, sólo 10 días después de la matanza de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco, Gustavo Díaz Ordaz inauguraba sonriente los primeros Juegos Olímpicos realizados en América Latina. México presumía su milagro económico, ser un puente entre el Norte y el Sur -en ese momento nos identificábamos mucho más con el Sur- y entre Occidente y Oriente -el mundo estaba confrontado en la Guerra Fría y éramos técnicamente neutrales.

Las Olimpiadas del 68 escondían a un régimen represor, que desaparecía disidentes, a un PRI que señalaba la protesta como "actos de extranjeros que quieren desestabilizar al país o impedir las Olimpiadas". Y sin embargo, el mundo vio y estudiantes de Berkeley, Praga, París, Nueva York se solidarizaron con los del DF. El régimen de partido único y su represión sufrió un fuerte y prolongado calambre. Del 68 nos queda la icónica foto de los atletas afroamericanos Tommie Smith y John Carlos haciendo el saludo de los Black Panthers al recibir sus preseas de oro y bronce en el estadio olímpico de la UNAM, en señal de apoyo de los movimientos de derechos civiles.

Casi 50 años después de México 1968, Sochi 2014 es un gran teatro de la simulación. Simulación porque Rusia experimenta retrocesos autoritarios bajo la presidencia de Vladimir Putin, quien castiga el derecho a la protesta y la contestación, requisito indispensable de las democracias como apuntó el recién fallecido Robert Dahl en su clásico estudio "Poliarquía". Simulación porque sólo conocemos el caso del encarcelamiento de las Pussy Riots, y gracias al escándalo que hizo una celebridad como Madonna, y no los encarcelamientos de los activistas de derechos humanos que diariamente son mandados a modernos Gulags. Ahí están los informes anuales de organizaciones como Human Rights Watch que documentan la situación para el activismo bajo Putin.

Afortunadamente esta era de mayor espionaje de los gobiernos sobre sus ciudadanos conlleva también la posibilidad de conocer abusos a derechos humanos casi al instante. Ahí están las denuncias de atletas gays y lesbianas que participan en las Olimpiadas de Sochi y que protestan por las leyes que hacen prácticamente imposible el activismo de derechos LGBTQ en la Rusia de Putin.

2014 no es 1968. Rusia es sólo la punta del iceberg del ataque diario que enfrentan personas gays y lesbianas en varias partes del mundo. De la irresponsable actitud de algunas iglesias cristianas estadounidenses que han perdido sus batallas en Estados Unidos y que hoy la exportan a África y sus leyes que criminalizan la homosexualidad hasta con la pena de muerte. Ahí está el silencio cómplice del nuevo rockstar del Vaticano, el Papa Bergoglio.

Al final Sochi sirve no sólo para la gloria olímpica, sino para evidenciar todo esto. Al final los activistas de derechos humanos y los activistas LGBTQ tendrán irónicamente algo que agradecerle al hombre que lleva por apellido Putin.

Politólogo e Internacionalista

Twitter @genarolozano

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 961654

elsiglo.mx