Tiempo ha, los viejos -esos habitantes de la llamada tercera edad, quienes nos esperan hacia el final de la vida, esto si es que tenemos la suerte de transitar por ella sorteando afortunadamente los azares que se encuentran en el camino y que a veces truncan el andar antes de tiempo-, eran respetados, considerados como individuos que en la acumulación de vida y experiencia, tenían mucho que enseñarnos, algo que en sí era suficiente para ser dignos de reverencia y admiración. Esos viejos eran la autoridad que se requería para darle sentido al hacer, en su lentitud física se encontraba la capacidad de orientar y guiar.
Hoy, los viejos se han convertido en un problema, pareciera que el mundo no está preparado para ellos, esto, a pesar de que el mundo envejece. La soberbia ronda por todos los rincones de esta actualidad nuestra, producto de una vida acelerada, donde ese fast track está en todo lo que hoy nos es cotidiano. Donde todo es desechable en corto plazo, sin tiempo ya para sentarse a la mesa a convivir en familia (término que ahora también parece en desuso, que se ha convertido en un significante con cada vez más significados donde todas las ocurrencias tienen cabida, por más disparatadas y sin sentido, obviando cualquier conceptualización), sin tiempo para escuchar y atender a esos viejos, que a fin de cuentas son los hacedores de la actualidad, quienes tuvieron todo el tiempo para hacer de nosotros lo que hoy somos.
Los adultos de hoy no tienen tiempo para los viejos ni para los hijos, pues es tal el afán por "vivir plenamente" que no tienen tiempo para convivir con los extremos de la vida, pues les estorban, obstaculizan sus sueños, los llenan de responsabilidades. Hoy, los "años sabáticos" en jóvenes de 15, 18, 21, 25 años, son tan cotidianos, permitidos por esos adultos que no tienen tiempo para atenderlos, que en esa libertad que hay que darle a los hijos se desentienden y toleran, pues hay que vivir su vida cada quien y las responsabilidades apestan y los viejos son un lastre.
En este tiempo, hemos olvidado que procedemos de esos "locos bajitos" que en los primeros años de vida, en plenitud de fuerza, con el ímpetu desbordante, la creatividad a flor de piel, unida a una "desfachatez" que no les da tiempo a "prudencias" inútiles, momento en la vida en que nada nos impide preguntar u opinar, pues estamos en pleno descubrimiento del mundo y ello nos alienta a saberlo todo y surgen los incontables y a veces "fastidiosos" por qué que a los adultos nos abruman, pues nos quitan el tiempo, que de tan ocupados que estamos constantemente, obsesionados en dejar trozos de nosotros en oficinas y empresas para "vivir una vida plena", olvidando el de vivirla dignamente.
También, hemos olvidado que con un poco de suerte, tendremos a un viejo en nuestro destino. Hombres y mujeres que tras el largo y azaroso camino de la vida han construido los puentes que les permiten reencontrarse con la sabiduría perdida de la niñez, que con la plenitud de los años se han convertido en individuos que han recuperado esa enorme creatividad de antaño aunada al conocimiento que da la vida, donde esos primeros por qué han encontrado respuestas y se encuentran con la disposición de explicarlos, pero han perdido a esos interlocutores, los adultos no tienen tiempo para aprender de la sabiduría, están empeñados en tropezar una y otra vez, pues todo tiene que hacerse hoy a la mayor velocidad posible que no tenemos tiempo de preguntarle a los viejos, además, qué han de saber ellos de la vida si ni siquiera tienen Facebook o whatsApp. Esta es la explicación de por qué los abuelos son fundamentales en la vida de los nietos, aunque a los pomposos adultos de hoy pareciera que los deseducan y les llenan la cabeza de fantasías y les cumplen todos los caprichos y tantos e incontables "peros" que nos complican esto de vivir plenamente.
La sabiduría llega con los años, es destino inevitable, pero también la gran paradoja, se ha quedado sin destinatarios, pues aquéllos que la necesitan están enfrascados en "vivir su vida" y encontrar el saber que les permita hacerlo. Lo buscan en todas partes, en cualquier lado menos en esos viejos que tenemos y que están deseosos por enseñarnos, por hablar, por contar todo lo aprendido y que sonríen socarronamente ante los desatinos y los apuros de los adultos de hoy, tan llenos de vida y sin tiempo para vivirla… triste paradoja. Pareciera que la soledad es el destino a una vida plena que ha forjado el presente que ahora andamos.
Gracias por la sabiduría a los padres y abuelos que en esa soledad siguen siendo refugio nuestro, pilar y soporte que nos da sentido y nos fortalecen. Démonos tiempo para ellos, que sin duda ahí tienen la respuesta que tanto buscamos y cuya pregunta no hemos sabido elaborar.