Nada más grato, que al paso de los años, darse cuenta con cariño, añoranza y respeto de aquello que otros nos han legado, con sólo un hola, con una sonrisa, con una pasión compartida; esos encuentros, efímeros algunos, pero de enorme trascendencia personal. La emoción de coincidir con las ideas, sueños y querencias de aquéllos que el destino ha preparado para ser nuestros profesores, esos maestros de la vida que se enfrascaron en crear en sus alumnos el afán por descubrir un mundo que es tan pleno como nosotros mismos decidamos que sea, en esa libertad franca del ser.
La felicidad está llena de esos momentos, de esos instantes en que ves en otros sus emociones a flor de piel, cuando dejan de lado acartonamientos y estatus para tornarse en el reflejo real de lo que son, ya sin los "debeserasí", y sobre todo, cuando ellos, esos sabios que pueblan tu vida, comparten esa esencia tan suya que muy pocos la pueden contemplar.
Resulta que todo lo dicho viene a cuento porque este caminar por la vida, a veces, es un eterno retorno, un permanente regreso a ése que hemos sido y que hoy nos da consistencia y validez, y a la vez, nos descubre que somos el resultado de ese contagio de cultura y humanidad, de amores heredados, de sueños compartidos por hombres y mujeres que en las aulas nos llenan la vida de esperanzas, retos, sueños, ideas y rebeldías.
También la vida cotidiana, tan real como los dolores de cabeza al amanecer o la desgana por asistir el lunes en la mañana al trabajo o esa hambre tan voraz que a veces, por más que queramos, no nos deja apreciar el instante más excelso; esa vida de todos los días, también está llena de "flashbacks" como en el cine, esos saltos temporales que se disparan al encontrar por ese bendito y sabio azar objetos que inevitablemente nos remontan al pasado, llevándonos a recordar esos instantes que sin saberlo bien a bien en el momento en que ocurren se tornan en fundamentales en nuestra historia personal.
Hace unos días, el dos de septiembre de este 2014 para ser más preciso, en las estanterías de las librerías de México estaba, por fin, tras catorce años de espera, una nueva novela de Milan Kundera, amada y deseada desde muchos ayeres antes de su nacimiento, al menos por quien escribe. Este hecho, el conocimiento de este hecho es el que me hizo viajar al pasado, a uno de los días que aún atesora mi memoria, un día en que mi maestra Oralia Esparza - grande entre los grandes profesores que han ocurrido en mi vida, mujer entrañable, inteligente, enormemente culta, lagunera de prosapia, rebelde, siempre niña, con una pasión que se desborda por todo aquello que ama, que refleja en sus ojos la grandeza de su espíritu y a quien nunca agradeceré suficiente por lo aprendido y sobre todo por los caminos que abrió a mi vida - entró entusiasmada (más que de costumbre, que ya es mucho decir) al aula del Tec Laguna en que nos impartía Taller Literario, y me comentó de la genialidad de Kundera, traía en su mano "La broma", genial novela, que había logrado saltar el muro que en aquel entonces dividía al mundo en dos.
Ese fue mi encuentro con Kundera, tras "La broma" llegó "La vida está en otra parte" y este libro me atrapó, desde entonces he ido a la caza de los libros por él escritos, desde "El libro de los amores ridículos" que me divierte y siempre arranca risas al leerlo hasta "La inmortalidad", obra extraordinaria que fue reveladora en mi persona al descubrirme los entramados y caminos posibles que tiene la novela ante sí.
He leído todos los libros de Kundera, de "La broma" (1968) a "El telón" (2005), todos ellos están en la biblioteca de mi casa, siempre dispuestos para abordarme y retomar el diálogo iniciado hace ya algunos años. Entre ellos, brilla "La insoportable levedad del ser", extraordinaria novela, esencial en mis libros de cabecera, espacio de encuentro con mis pasiones, querencias, emociones e ilusiones; ha sido uno de los libros de mi vida, la película de Philip Kaufman, una de mis diez favoritas.
Hoy tengo en mis manos "La fiesta de la insignificancia", aún no la he leído, estoy a la espera de su momento divagando como Alaín entre el ombligo, los muslos, las nalgas y los pechos como centro de la seducción femenina y lo que ello dice de la época (o de los hombres) que ha centrado su orientación erótica en alguno de ellos.
Milan Kundera Duque de Amarcord, caballero del Reino de Redonda -ficticio, minúsculo pero con tres reyes disputan el trono-, compañero en andanzas de caballería de Ray Bradbury Duque del Diente de León, Umberto Eco Duque de la Isla del Día de Antes y Pérez-Reverte Duque de Corso y Real Maestro de Esgrima, entre otros, maestro de mis afanes lectores. He aquí mi agradecimiento infinito a todos los nombrados en este texto. Gracias Oralia, un abrazo siempre.