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La falacia de la estupidez funcional

RAÚL HUMBERTO MUÑOZ ARAGÓN

Las nuevas generaciones han perdido el sentido de la vida, el respeto a los mayores ha dejado de ser un valor deseable, los ideales son un sinsentido para los jóvenes de hoy, la inteligencia ha pasado de moda, es mal vista; el sentido del buen gusto se ha perdido en los armarios acumulando polvo; el compromiso con su futuro y con su país es tan obsoleto como el Universo geocéntrico de Tolomeo. La juventud sólo sueña y anhela con una comodidad producto del menor trabajo, no les interesa su historia, ni los valores, la ética es sólo una asignatura de rollo creada para rellenar currículas; pierden el tiempo frente a una pantalla que los enajena, apartándolos del mundo y de la realidad, haciendo de ellos individuos apáticos… y así ad infinitum, listado interminable de quejas, mal entendidos y desconocimiento que manifiestan los padres que rehúsan ver que sus hijos han crecido y son ellos ahora los rebeldes que cuestionan lo que hemos hecho del mundo.

Palabras más, palabras menos, dichas generación tras generación, en ese manifiesto desencuentro que en algún momento se da entre generaciones, aunque al final del camino se comprende el ciclo y se sonríe por los años idos; aunque a veces no era una pantalla la que distraía a los jóvenes de las acciones correctas, en otros tiempos era un pedazo de papel con manchas de tinta el que alejaba el hacer por la lucha diaria encaminada a mantener el statu quo, por dejar que todo siga igual, olvidando que lo único válido es el cambio… olvidamos que los jóvenes por definición han de ser contestatarios, rebeldes que tienen la encomienda de pensar diferente, de soñar un mundo nuevo, crear caminos nuevos, romper siempre las reglas que limitan y orientan, pues éstas ya han cumplido su cometido y hay que diseñar nuevas normas.

La prudencia que nos llega con los años nos hace olvidar aquello que en nuestra juventud hicimos, las locuras que en algún momento eran nuestra cotidianidad, esa misma cotidianidad que nos enceguece, que no nos permite ver esa realidad nuestra que si nos diéramos tiempo de observarla sin duda nos sorprendería en mucho las torpezas, incongruencias e idioteces que hoy hacemos esos adultos y viejos que pomposamente nos comportamos con los jóvenes como nuestros abuelos y padres lo hicieron con nosotros.

Los catedráticos Mats Alversson, sueco, y Andre Spice, inglés, son autores del ensayo "A Stupidity-Based Theory of Journal of Management", elaborado en noviembre del 2012, ensayo en que analiza la tendencia de empresas y corporaciones que promueven el funcionamiento automático de los empleados, individuos que han de laborar en aislamiento aún en equipo, vacío. Esto ha convertido a la estupidez en "una forma de gestión promovida por las organizaciones que consiste en eliminar la reflexión crítica de los trabajadores", haciendo que éstos "se centren en sus tareas con cierto entusiasmo y no cuestionen ni reflexionen", esto según lo comentado por Isabel del Río Soria, quien analiza y profundiza en el texto de Alversson y Spice en el blog del grupo español de asesoría empresarial Inspiring Benefits, citado por Hermann Bellinghausen en el diario La Jornada.

Esta estupidez funcional se ha convertido en una práctica organizacional que presenta beneficios a corto plazo, reflejo de la manipulación, control y bloqueo de la comunicación que se ejercita desde el poder, ese poder que se ha enfrascado en una generación de empleos que está a la caza de individuos acríticos, que como robots, actúen según se les programe, olvidando el respeto a los derechos laborales.

Quizá sea cierto y hemos perdido las ideologías, dejado de lado el respeto por el otro y olvidado que la dignidad humana es el más preciado bien que poseemos, resultado del arduo camino de nuestra especie a través de milenios de ser, generadores de la cultura que nos crea y que a la vez creamos, haciendo de nosotros lo que hoy somos. Tal vez las críticas que vertemos en los jóvenes no sea más que el lamento de aquéllos que han dejado retazos de sus sueños de ayer en cada paso de su andar por la vida. Esta estupidización a que estamos expuestos, que pretende generalizar la pasividad y suprimir cualquier pensamiento divergente, es el resultado de esas mentiras y medias verdades que nos cuentan una y otra vez hasta el hartazgo, que apagan el cerebro, haciendo de nosotros receptores pasivos de toda la basura que comunican.

Habría que buscar en el pasado de cada cual para encontrar las inconformidades, los sueños e ideologías de la juventud, ésas que al olvidarlas suponemos que las nuevas generaciones no las tiene. Hay que buscar en los años idos la rebeldía que no permita que la estupidización, por muy funcional que sea para las empresas y los empoderados, se convierta en norma, en la ideología de hoy.

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