A las 219 niñas de Chibok y a los normalistas de Ayotzinapan.
No al olvido. Sí a un mundo más justo.
Es menester dejar hablar a los niños, aprender de ellos, reencontrarnos en ellos, dejar que el niño que alguna vez fuimos regrese, que su espíritu infantil, ése que alguna vez fue nuestro, se adentre nuevamente en nosotros.
Es preciso dejar que el niño que alguna vez fuimos se acerque a nosotros, volver, no a los diecisiete como cantaba Mercedes, sino un poco más lejos en el tiempo, volver a nuestros tres años, recuperar la sabiduría de aquel tiempo ido, donde no se tienen prejuicios, donde no se lucha por equidades o igualdades, pues somos el mundo, cuando no teníamos tiempo para perder, pues todos nuestros momentos estaban empeñados en descubrir y sobre todo disfrutar el mundo. Regresar a aquel instante en que es absurdo pensar en distinción de género, donde las peleas y los desencuentros duran tan sólo unos segundos, donde abrazar al otro, sin distingos de ninguna especie, es lo más natural del mundo. Volver al instante en que esas personas grandes son siempre dignas de respeto.
La igualdad es una falacia, un invento para justificar la discriminación y la distancia que ponemos entre nosotros mismos, un objeto cultural que se ha creado para resarcir el olvido a la diferencia, es una conceptualización diseñada para satanizar al otro, a ése que piensa diferente, que es diferente, que tiene un mundo distinto y que nos cuesta entender. La igualdad es un remedo para dar permiso al otro a ser distinto, pero anhelando su conversión, en vistas de una universalidad a costa de la singularidad de cada uno de nosotros, olvidando que es en la diferencia donde está el consenso, ese ejercicio en que podemos, con el respeto como bandera, caminar y construir con el otro, en la diversidad y multiculturalidad producto de la diferencia. La igualdad no existe, es afán terrible por cortar las alas a quien es diferente.
No creo en ese feminismo que se ha convertido en una versión bizarra del machismo, bizarra y absurda, que en aras de una igualdad de derechos o una equidad, lucha constante y continuamente por suprimir a los hombres, convirtiéndose en una caricatura de ellos mismos, anhelando ser iguales en brutalidad, en torpeza, en mediocridad, imitando roles absurdos, luchando por hacer las mismas tonterías. No, no creo que mujeres y hombres seamos iguales, no creo en el sueño de una equidad que sólo busca los estadios de confort que adormilan a la sociedad. Creo en el trabajo honesto, diario, en el ser un ser humano sin distingos a pesar de singularidades y diferencia, un ser humano rico en singularidad y diferencia, con la posibilidad de construir tantos mundos como los sueños hicieren posible.
La valía de los seres humanos va más allá de género, de cultura, de preparación académica, de cualquier rol impuesto o heredado por una sociedad caduca, enfrascada en señalar derechos para todos y cada uno y olvida ejercerlo. El valor y la dignidad de hombres y mujeres va más allá de nomenclaturas y conceptos de moda, ocurrencias de una lucha absurda entre sexos, que en toda lucha siempre habrá ganadores que han sufrido daños y perdedores que sólo se repliegan a la espera de una revancha eterna. La valía de mujeres y hombres está en esa diversidad y singularidad, está en el mero hecho de ser Ser Humano, sin etiquetas.
Creo en la diferencia y en el derecho a que todos tenemos a ella. A pensar, sentir y actuar diferente, siempre conforme a nuestras singularidades. Hay que cambiar esta cultura misógina que llena cada rincón de este planeta nuestro, cultura que carcome y enfrenta, que trunca nuestra libertad de ser, pero no a costa del otro, no una cultura de odio o revancha o recelo, sino una cultura incluyente que estimule el derecho a ser, y que lo defienda como bandera principal.
Tengo claro que mi esposa y mi hija son valiosas, no por el hecho de ser mujeres, sino por todo aquello que son, por esa esencia y magia que tienen para ver el mundo, para descubrirme una forma diferente de verlo, una forma que me enriquece, pero también estoy cierto que en alguna manera mis propias singularidades y visiones personales enriquecen su mundo.
Sin duda hay seres humanos de gran valía, no los olvidemos, no dejemos que la moda de una lucha nos los arrebate, hay que seguir luchando por el regreso de esas niñas nigerianas que al ser raptadas indignaron al mundo y lo unieron en una causa común, pero que a seis meses hemos olvidado. No al olvido del otro, que esta lucha por los normalistas secuestrados en Guerrero no sea una moda pasajera. Que el llamado por He For She no sea una ocurrencia y si el camino para una nueva conciencia colectiva.
Volver a los tres años es una utopía sin duda, pero ocurre que las utopías de ayer son la realidad de hoy.
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