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La sonrisa de Dios

RAÚL HUMBERTO MUÑOZ ARAGÓN

Dios suele sonreír, no tengo duda al respecto. A veces, es un niño travieso que va descubriendo los azares de la vida, esa vida que algún día atrás en el tiempo él mismo creó, en uno de tantos juegos en que distrae su eternidad, y aunque omnisciente, en ocasiones, en ese niño que es, se plantea no saber y vivir la aventura de descubrir, de dejarse maravillar por esa creación suya construida como si de pompas de jabón se tratara.

En otros momentos, Dios se vuelve serio y se llena de años tornándose en un viejo con toda la sabiduría dentro de sí, un viejo que camina lento sólo por el placer de hacerlo, por el gusto de caminar con la tranquilidad de una vida vivida, disfrutando el paso de la cotidianidad, el susurro del viento al chocar con las hojas de los árboles.

Dios es hombre y mujer, es un adolescente que ante la ausencia de cualquier carencia, vive y se encapricha con la dicha de la rebeldía que descubre nuevos caminos; es una mujer embarazada que disfruta como nadie la creación de una nueva vida; es un bebé que entre balbuceos se divierte al ver cómo el mundo que está en su derredor acude a él ante el más pequeño llanto… es todo, y en esa omnipresencia está al lado de cada uno, sin importar creencias, ateísmos o agnosticismos, él está, a pesar nuestro incluso… y sonríe.

Sonríe a veces socarronamente, disfrutando de la torpeza y el engreimiento de esta creación tan suya que en ocasiones lo olvida. Sonríe por las rebeldías que nos acompañan cuando sentimos que el mundo es demasiado pequeño, o cuando no entendemos la magnitud de nuestra estadía en esto llamado vida. Dios ríe, sí, en ocasiones ríe, por nosotros y se le hincha el pecho con orgullo al ver que a pesar de nuestra imperfección caminamos con éxito por la vida, a veces trastabillando, pero siempre avanzando.

Tengo tan clara esta idea de la sonrisa de Dios, que es una certeza mía, incluso puedo decir que lo he visto hacerlo y no en esos arrebatos místicos, ni en algún encuentro espiritual o religioso. La he visto en este agnosticismo que me acompaña, a pesar de lo paradójico que pudiera sonar esto; lo he visto reír al descubrir cómo mi padre acude siempre al llamado de sus nietos, por muy caprichosas que sean sus demandas, aunque sea para comprar un bolillo, un choco milk o cualquier ocurrencia o "necesidad" de esos nietos que le alegran la vida. He visto sonreír a Dios en la enorme sabiduría de mi madre, que con el peso de una vida plena, siempre optimista se levanta día a día en su empeñosa convicción de amalgamar a su familia, su tesoro, en una unidad que se fortalezca.

Dios sonríe, y lo hace con la mayor ternura que pueda existir, con el orgullo y la satisfacción que un padre puede sentir por sus hijos… hace unos días, el siete de noviembre para ser más preciso, lo he visto hacerlo nuevamente, he visto cómo sus ojos se iluminan al recibir en su seno de regreso a doña Irma Isabel Aguilera de Rivas, señora amada por quien escribe, poseedora de una personalidad que ha sido el resultado de una vida de lucha, de trabajo arduo, de entrega siempre.

Conocí a doña Irma en algún día de 1989, muy probablemente ese día, como muchos de su vida, iba acompañada de su complemento, de esa mitad que le deparó el destino - o ese Dios niño que a pesar de lo dicho por Einstein sí juega a los dados con el Universo, y no sólo a los dados, también a las escondidas, a la matatena… pues la curiosidad es la mayor virtud de Dios y nada debe llamar más su atención que esos juegos del hombre, divertimentos que en su sencillez siempre hacen feliz a quien los practica… -don Pedro Rivas (con H. intermedia) viejo sabio, entrañables los dos.

De doña Irma (doña por mérito propio) pudiera decir incontables anécdotas, hechos o historias que ilustrarían su grandeza espiritual, solamente mencionaré algunas que hoy el recuerdo y la gratitud reclaman, ella y don Pedro -binomio indisoluble- nos acompañaron a mi esposa y a un servidor en nuestra boda, fueron los mejores padrinos de lazo que pudiéramos encontrar, nos acompañaron en la bendición de nuestro hogar, acudieron al nacimiento de nuestra amada Miranda… siempre recibiendo el cariño y la guía de sus palabras, de su abrazo pleno.

Ella, doña Irma Isabel, ha sido motivo de muchas sonrisas de Dios, la grandeza de la familia que creó dan fe de ello, Héctor Fernando, Claudia Gabriela, Pedro Antonio; sus nietos que son la semilla que ha de abonar su recuerdo… y el querido, respetado y admirado don Pedro, que ahora según su dicho es sólo la mitad, aunque permítame expresar mi desacuerdo en ello, pues doña Irma está con nosotros, con cada uno que la conocimos y aprendimos a quererla.

Gracias señora Irma, gracias siempre, que vaya tras usted mi recuerdo, mi gratitud, mi admiración y una lágrima por esa querencia tan grande que ha dejado en mi familia.

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