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De utopías y revoluciones

RAÚL HUMBERTO MUÑOZ ARAGÓN

Este lunes 17 de noviembre, tras muchos años de no acudir a un desfile, ya sea por la Revolución o la Independencia -nunca por el Día del Trabajo-, me presenté a ello, aunque ahora era un poco diferente, no era porque tuviera que ir a desfilar en representación de mi escuela, tampoco para ver a algún familiar, ni siquiera por el puro placer de verlo… no hoy las razones eran laborales, y en ello enfoqué mi hacer ese día.

He de comentar que los desfiles son para un servidor un espectáculo que me agrada mucho, me divierte y emociona, esto es producto de la fiesta que en derredor se realiza, verdadera verbena popular que retrata mucho del espíritu mexicano, ése que vive en esta realidad tan nuestra, tan llena de un surrealismo que se desborda en cada esquina. Es el divertimento de un pueblo noble que sueña con gestas que le den sentido, que anhela el gritar a todo pulmón "Viva México" -aunque no sepamos bien a bien qué significa este grito, pues aún no falta mucho por andar en esto de construir la patria añorada-, es la fiesta de un pueblo que a pesar de todo sigue soñando, sueña con héroes inmaculados, blancos, perfectos, producto de textos oficiales siempre a modo.

Me fascina ver a familias enteras que están a la espera del paso de familiares, que gritan emocionadas al paso de los héroes de hoy, de esos pocos que tienen credibilidad en un México vapuleado por las decisiones que colectivamente hemos tomado, ya sea por hecho u omisión. Me divierte ver el momento en que mamá saca los burritos, las gordas, los lonches o cualquier alimento que haya dispuesto para no perder tiempo y no dejar de gritar, reír, aplaudir.

Refrescos, café para el frío, globos, semillas, algodones de azúcar, gordas de horno, matracas, todo sirve para dejar que nuestro nacionalismo se exprese, hay que encontrar el mejor lugar, algunos llevan sus sillas para estar más cómodos, papá llevará en hombros al más pequeño de la casa para que alcance a ver el paso de contingentes multicolor, en qué contrasta el orden de bandas de guerra o grupos siempre marciales como el pentatlón con las risas y la concentración de los adolescentes que representan por primera vez a su escuela.

Alegría, alegría a "borbotones", es lo que llena las festividades mexicanas, sea el Día de Muertos, las Posadas o las Peregrinaciones, ese recorrido que entre danzas, cantos y un infatigable tambor dan cuenta del fervor, la pasión, los sueños y los deseos de un pueblo que acude siempre al resguardo de su madre, emblema y estandarte de un pueblo que en ello recuerda viejas tradiciones de los pueblos originarios de la gran historia Mesoamericana, que en el sincretismo que significó la Conquista por parte de España conformaría esa magia surrealista del mexicano.

Este 17 de noviembre reencontré la candidez de un pueblo que a pesar de agravios, omisiones y olvidos, sigue despertando día a día, enfrascado en la lucha por vivir, que aún sonríe, que está ávido de nuevos caminos. Hoy, México se encuentra en una disyuntiva, en una situación muy complicada, en la que no hay visos de una solución sencilla que garantice la armonía necesaria, urgente para lograr esos nuevos caminos. Ayotzinapa se ha convertido en un foco rojo que amenaza con incendiar aún más el país, es una herida que duele, que colmado la aparentemente eterna tranquilidad del mexicano; hoy, la tragedia de las familias de los estudiantes normalistas, los desaparecidos y los muertos, se ha tornado en botín para algunos, donde todos eximen culpas, se acusan y olvidan.

Ayotzinapa debe ser la piedra angular en la que se sienten las bases de un diálogo nacional, donde las diferentes voces tengan un espacio, siempre con la bandera del respeto y la tolerancia como bastión principal. México es una amalgama muy compleja, muy rica, enormemente diversa, y por ende, es necesario que las voces hablen, que se escuchen, que el entendimiento sea el objetivo final. Sin duda, el dolor es mucho, la pérdida de cualquier mexicano nos debe doler a todos, nos debe llamar a la reflexión, a la búsqueda de una justicia que otorgue a cada cual aquello que le es preciso.

La lista de heridas que tiene ese México que aún tiene ganas de sonreír, que sigue ocupado en la felicidad de su entorno personal, son muchas y muy dolorosas, pero cierto es que el espíritu mexicano es más fuerte, habrá que empeñar todo nuestro afán, de hacer de la solidaridad y el entendimiento quehacer diario, luchar porque las familias de Ayotzinapa, Tlatlaya, Coahuila, Cd. Juárez, Atenco… todas encuentren la paz y fortaleza que todos los mexicanos hemos de crear y construir. Vayamos al diálogo con los oídos bien abiertos, escuchemos y construyamos el proyecto de nación que dé espacio a todas las voces, que no olvide y sobre todo, vuelque su grandeza de una forma equitativa sin violencia.

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