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Viajando por Utopía

RAÚL HUMBERTO MUÑOZ ARAGÓN

Utopía es tan incierta, inverosímil e imposible como el inverso del afán, el empeño y la creatividad puesto en su consecución; a mayor decisión, menos utopía, ésa es sin duda la grandeza del espíritu humano, muestra de ello son incontables, ese deseo por realizar imposibles ha hecho del hombre un eterno viajero por las ideas, constructor de castillos esbozados en el aire por los locos de su tiempo y que al paso de éste se tornaron en los genios del futuro. Ver lo invisible, palpar lo intangible, escuchar lo inaudible, pensar en lo impensable ha logrado que el ser humano inicie caminos nuevos, espacios que le llevan siempre a estadios que antaño no sólo no eran utopía, pues no había posibilidad de imaginarlos siquiera… hasta que en una mente fue posible.

Iniciamos el último mes del año, tiempo en que recordamos la infancia, ese momento de nuestra vida donde todo era posible, donde vivíamos entre dinosaurios, dragones, hadas, duendes, seres fantásticos que aderezaban nuestros días. En los ayeres idos en que la realidad era siempre asombrosa y sorprendente, donde acudir al cine, al circo, a algún parque de la mano de papá y mamá era la mayor odisea posible; tiempo en que todas las respuestas y el conocimiento del mundo estaba en voz de nuestros padres, donde el mejor refugio eran los brazos de los abuelos, donde mamá todo curaba y papá podía reparar todo.

Es el inicio de una época de sueños, en que el frío es un aliciente más para estar en casa, en el hogar que es el origen de aquello que somos, donde dio inicio la construcción de nuestra personalidad. En una espera siempre emocionante por el arribo de un Niño Dios, un Santa Claus o unos Reyes Magos, que haciendo acopio de ingenio y sacrificio cumplen los sueños de esos niños que fuimos y que hoy son, gracias a esa permuta que en la maravilla del ciclo de la vida nos da la oportunidad de estar en ambos lados, en el saber recibir y aprender a dar.

La vida es simple, sencilla; esto a pesar de elucubraciones filosóficas que en su empeño por saberlo, controlarlo y replicarlo todo, se envuelven en disertaciones áridas y complejas que sólo muy pocos logran entenderla, y en ese afán por ello, dejan de vivirla y disfrutarla a plenitud… Cierto, el mundo de las ideas es maravilloso, emocionante y atrayente, transitarlo es uno de los grandes placeres de la vida. Pero ideas sin emociones, sin realidad, sin interlocución, terminan perdiéndose en un vacío lleno de sueños inconclusos.

En este cielo grisáceo producto del epílogo del otoño que preludia la llegada cíclica del invierno, momento en que las familias se recogen en el hogar, donde el fuego se aviva y se hace el recuento del andar por los días, en que el recuerdo es una constante que nos lleva en una vorágine de emociones y sentimientos que explotan en carcajadas a veces, unas más en lágrimas plagadas de tristeza o alegría, ambas en recuerdo y añoranza. La nostalgia invade cada átomo que nos conforma, haciendo de la materia inerte un vehículo donde se regodea el espíritu entre buenos deseos.

En este tiempo, es fácil soñar con cambiar el mundo, las emociones que nos invaden hacen que nazca en nosotros ese impulso, aunque olvidamos que para realizar este sueño el primer paso es que nosotros mismos cambiemos, que hagamos a un lado aquello que nos impide andar en pos de ese estadio anhelado, que sumemos a nosotros aquello que lo haga posible, es importante tener conciencia que para ello requerimos de los otros y de que esos otros también cambien. La agresión debe dejar de ser argumento ante la ausencia del mismo, el uso de la fuerza, el desacreditar, ignorar, no escuchar, deben dejar de ser cotidianos.

No al cansancio, no al hartazgo, no al silencio, no al olvido; no… el espíritu del hombre tiene espacio para pensar en nuevos caminos, pero estos han de ser logrados a través de la lucha incansable, el intentar una y otra vez, dejar que las ideas hablen, que se argumente, donde no se silencie a las voces que piensan diferente, a no olvidar nunca, soñar siempre, alimentar este espíritu nuestro, esta nación nuestra que vive los estertores de una adolescencia que entre el acné, los cambios hormonales, el deseo de ser adulta y el apego a la infancia perdida ha de buscar su espacio en el concierto de las naciones, que debe llorar sus dolores y dejarlos ir para construir con base a lo aprendido.

43 en Ayotzinapa, 17 en Cocula, 300 en Allende… hagamos lo necesario por responder, por no olvidar, por encontrar ese camino a una nación donde todos tengan cabida, donde la riqueza se distribuya de una mejor manera y no se convierta en un insulto. Escuchemos el silencio de más de veintiséis mil desaparecidos, hombres y mujeres con sueños, con ideales, con anhelos, con esperanzas. Cierto estoy de que tenemos lo necesario para viajar a estadios mejores.

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